martes, 30 de junio de 2009

RIP Occidente

Mientras los pueblos de Europa y Estados Unidos han sucumbido ante el poder de los comerciantes, quienes finalmente han impuesto su modelo de sociedad y de vida —la Sociedad de Mercado— en América Latina sus pueblos se resisten a caer en esas redes y para hacerlo apelan a su propio modelo: el de sus ancestros, el andinoamericano.

Resulta sorprendente que después de miles de años de guerras de todo tipo en el continente europeo hoy exista una calma y una aceptación como pocas veces se soñó. Si a alguien del siglo XIX le hubieran dicho que llegaría el día en que Europa sería lo que es hoy, un conglomerado de millones de personas que solo se dedican a su trabajo y casi no les interesa la política ni la religión, no lo creería. Porque la imagen de siempre ha sido una Europa llena de ambiciones personales e imperiales, donde todo siempre desembocaba en sangre para satisfacer cualquier tipo de discrepancias.

La sociedad conformista

Hoy eso parece ser ya inexistente. El europeo contemporáneo es un individuo que vive conforme con lo que existe y con lo que es. Piensa que ya no puede darse una sociedad mejor. Cree que el sistema en el que vive es casi perfecto, que solo se debe ajustar de vez en cuando a través de un diálogo público. Que hacer algo por la fuerza es el peor mal que puede suceder. Que vive convencido que goza de los más grandes privilegios que una sociedad pueda alcanzar. Que tiene su futuro asegurado y que nada podrá alterar la cómoda forma de vivir que hoy tiene.

Utopía realizada

Es por eso que existe la percepción de que la Europa de hoy es casi el Paraíso. Allí todos se respetan, todos cumplen la ley, todo se hace con orden y nada escapa a la supervisión de las autoridades. Los únicos males son de origen casero, líos pasionales, y los ataques de extranjeros que usan su territorio para causar alarma (los terroristas islámicos). Todo lo que es correcto viene de ellos y todo lo malo viene de afuera. Es la sociedad perfecta, aquella que predijo muy bien Tomás Moro en su novela Utopía. Parece ser que nada superior puede darse.

¿Y dónde está el truco?

Pero ¿será cierta tanta maravilla? ¿Será verdad que por fin se ha logrado la tan ansiada paz que durante tanto tiempo se buscó? ¿Por qué no nos alegramos en vez de preocuparnos? Lo que ocurre es que esta perfección genera una serie de dudas, puesto que todo mundo feliz siempre tiene su trampa. Sabemos que el hombre aún no ha alcanzado la sabiduría que le permita conocerse y conocer la verdad de la vida, por lo tanto, es sospechoso que se den este tipo de sociedades donde lo que prima es el orden y control.

Sospechosamente felices

Y quizá nada más parecido que a una prisión perfecta, donde nadie tiene por qué quejarse ni tampoco lo dejan. Todo está debidamente calculado y medido para que a nadie le falte nada. La Europa contemporánea se asemeja a esos mundos de fantasía, donde el poder mantiene a sus súbditos lo suficientemente satisfechos como para que no se subleven. Lo mismo que pasa en las organizaciones delictivas: fidelidad absoluta al poder. Y el problema es que el ser humano no es así. El hombre es por esencia disconforme y levantisco, es infeliz e inseguro. De momento que alguien asegura que existe el mundo feliz es porque algo ahí se pudre. Lo mismo se pensaba de los países comunistas hasta que, de un día a otro, desaparecieron y con ellos todas sus excelencias.

El control total

A nuestro entender Europa atraviesa por un período similar al que sufre Estados Unidos: han sucumbido al control total. Son sociedades completamente dominadas en cuerpo y mente. Los han vuelto incapaces de ver en qué mundo están y eso lo han conseguido a través de la plena satisfacción de sus necesidades. Igual que los norteamericanos, su gordura no les permite ver los cordones sueltos de sus zapatos. Son conglomerados de individuos domesticados y embrutecidos por la saturación y por los medios de comunicación. Son el mundo feliz de Huxley, allí donde nadie tiene por qué quejarse; el 1984 de Orwell, donde todo está pensado de antemano para que nadie piense.

La paz de los cementerios

Occidente, ahora sí, está en plena decadencia y en agonía mortal. Las asociaciones de comerciantes pacientemente han logrado el objetivo anhelado: un mundo-mercado donde todos compran y todos venden. Y con absoluta paz. Pero no debemos olvidar que la ansiada paz no es un valor absoluto, porque también existe paz en los cementerios y en las prisiones. La paz es buena cuando es una conquista de los pueblos, no cuando la imponen los imperios (la pax romana) ni cuando la construyen un grupo interesado en el dominio subterráneo a través de diversos mecanismos, como lo hacen las transnacionales. Entonces ha llegado la hora de Latinoamérica y su mundo nuevo. Descanse en paz, Occidente.

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