martes, 9 de junio de 2009

El TLC con Estados Unidos cobra sus primeras víctimas

Nada más previsible que lo que pasó el 5 de junio del 2009 en la selva peruana de Bagua. Desde la firma apresurada del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, a espaldas de la ley y del conocimiento del público peruano, ya era fácil intuir la tormenta que se vendría. Lo que se había hecho era dar las normas adecuadas para que poderes mayores, provenientes del extranjero, ingresaran y tomaran posesión de las riquezas naturales ubicadas en esta parte del continente.

Muy pocos entendieron cuál era la magnitud del tratado; la mayoría se centró en sus beneficios o perjuicios, desviándose así el debate hacia un aspecto colateral que era discutir qué ganaría o no el Perú con esto. Hasta los más críticos y lúcidos de sus opositores no entendieron o no quisieron entender que no era un asunto meramente comercial. El TLC ni era libre ni se trataba solo de comercio.

Al hacer un análisis geopolítico del tema se descubre que, al igual que pasó con España, la historia de pueblos como el peruano está inmersa dentro del proceso de expansión y dominio de naciones hegemónicas como lo es ahora EEUU. Cuando esto sucede es muy difícil poder escaparse; querer liberarse de esta ola envolvente —de someterse a los designios de un poder mayor— tiene el costo de convertir, al pueblo que lo hace, en un país rebelde, antidemocrático y, finalmente, terrorista.

Estos Tratados de Libre Comercio se originan por el fracaso de un acuerdo mayor, el ALCA, que buscaba poner a América Latina como una pseudocolonia norteamericana, lo cual llevó a propiciar acuerdos bilaterales que pudieran reemplazar de algún modo la pérdida de influencia política. Es decir, como no se pudo entrar por la puerta, se procede a entrar por la ventana. De este modo, al igual que hicieron los conquistadores españoles, se va negociando por separado con los “caciques” locales a quienes les dan jugosos sobornos para que éstos convenzan a sus pueblos de los valioso que es hacer que venga el gigante a explotar las “muchas riquezas” que los mismos habitantes ni siquiera tienen idea de cuántas y cuáles pueden ser.

Aparentemente se trata de algo tan simple como el control del agua o el petróleo, pero las investigaciones científicas hablan de otros beneficios de índole química y biológica que solo los entendidos en dichas industrias pueden valorar en su justa medida. Un ejemplo de ello es lo ocurrido en África, donde preciados metales como el llamado Coltan (indispensable para el funcionamiento de los celulares) terminan siendo los verdaderos objetivos de la extracción y para ello las transnacionales propician los enfrentamientos tribales con la finalidad de diezmar a los aborígenes y alejarlos así de las tierras que habitan y donde están estos recursos, lo que provoca esas espantosas y conocidas matanzas que suelen salir en los medios de comunicación, del mismo modo cómo lo hicieron en el siglo pasado en las zonas del Chaco entre Paraguay y Bolivia y lo hacen hoy en las selvas del Perú y del Ecuador, sin olvidar a las del Brasil.

No es un secreto que Estados Unidos necesita posesionarse cada vez más de los recursos naturales del planeta pues de eso depende su supervivencia; y desgraciadamente países como el Perú los poseen en cantidad. Una vez más la tragedia del pobre es vivir en un lugar ambicionado por el rico. Todo esto es un largo proceso y aparentemente nada lo va a detener, salvo que las naciones involucradas tomen decisiones firmes y se nieguen con fortaleza a someterse. Pero la pregunta es ¿cuánto tiempo podrían resistir? O más bien ¿cuánto podrían resistir las grandes potencias no apoderarse de esos tan preciados recursos que son desequilibrantes a la hora de los conflictos bélicos entre ellas?

Nada más considerar un detalle como el cambio climático podría llevar a que la gran nación del norte tome posesión de territorios que le resolverían el terrible problema de sobrevivir a dicho fenómeno. En medio de estas circunstancias apremiantes ¿tendrá Norteamérica reparos en invadir a una nación más pequeña y casi “deshabitada” como se cree que es el Perú?

Por eso es que sucesos como los de Bagua forman parte de este fenómeno que ya se está desenvolviendo lentamente y que por ahora es difícil percibir, en especial por los que lo sufren, pero que a la larga terminará siendo visible, aunque tardío el arrepentimiento. Lo único que nos queda es por lo menos consolarnos sabiendo por qué pasó y quiénes fueron los responsables que colocaron sus firmas en dicho tratado que selló la suerte de los pueblos del Perú, así la sangre derramada llevará grabados sus nombres para la posteridad.

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