martes, 23 de junio de 2009

Sobre el futuro de América Latina

Lamentablemente todos los análisis conocidos a través de la prensa no provienen realmente de mentes especializadas sino de periodistas o de gente que ve la fotografía del momento pero no apunta a la profundidad de los fenómenos. Para tener una idea de lo que está pasando hay que utilizar otra mirada, salir del contexto político en el que se encuentra actualmente el debate entre "chavistas" y "antichavistas".

Lo primero que debemos preguntarnos es: ¿se trata de casualidades de la historia que existan tres gobiernos marcadamente antisistema en América Latina? ¿Se trata también de puro accidente que la mayoría de las otras naciones se hayan inclinado por opciones de izquierda, como Brasil, Chile, Argentina, Uruguay, El Salvador y otras más? ¿No parece acaso extraño que solo sean tres las naciones manifiestamente pro yanquis las que queden: México, con fraude electoral, Colombia, con medio país en posesión de la guerrilla y el narcotráfico, y el Perú, colgando de un hilo para no caer en manos del nacionalismo? Los resultados de Panamá en verdad pueden ser engañosos, pues la crisis los desilusionará rápidamente al ver que la solución no es más de lo mismo.

Los dos fenómenos: el externo y el interno

Entonces, si no es casualidad, porque en política no hay casualidades, ¿cuál es la razón que aclare lo que está pasando en América Latina con su rechazo popular al sistema y a Washington? La explicación, a mi entender, pasa por dos fenómenos:

1. El fracaso de las políticas capitalistas neoliberales para cumplir sus propias promesas. Los pueblos latinoamericanos se han dado cuenta, después de 50 años, que nada de lo prometido se ha cumplido; que las injusticias no se han superado sino que se han disfrazado de tecnología. Se ha llevado luz al pueblo, pero la explotación del hombre es más atroz que antes. Hay computadoras, teléfonos, pero la situación social no ha mejorado. Se ha dado gato por liebre, pues se pedía un mundo más justo y en vez de eso se invirtió en un mundo más comerciante, más capitalista, más neoliberal. Y eso no era lo prometido ni lo que esperaba la gente.

2. El segundo tiene que ver con el primero, y es que, ante el fracaso de Occidente y sus promesas de una vida mejor (llevando solo una vida más tecnológica) es que han surgido posiciones internas, propias de los pueblos, que buscan la respuesta a lo que realmente anhelan. De ahí es que resurgen pensamientos tomados de las raíces de sus antepasados, con un marcado sabor localista o “nacionalista” como lo califican sus enemigos. Pero en verdad reflejan un rechazo a las teorías occidentales sobre la vida y la sociedad, sean de izquierda (marxismo) o de derecha (neoliberalismo).

La revolución a través de las elecciones

Este es el motor que está impulsando hoy a los pueblos latinoamericanos a expresarse a través de las elecciones democráticas y, nos guste o no, hasta ahora no se ha demostrado su fracaso; más bien, existe en medio de todo una gran satisfacción en los pueblos de estas naciones porque son concientes que, quienes ahora los gobiernan, no son los hijos de los colonizadores extranjeros, sino aquellos que buscan la opción local, la que se apega más a sus intereses que a los de las transnacionales o de los EEUU.

Criticar a Chávez, a Morales o a Correa es desviar la atención del debate hacia un personalismo que sigue el clásico juego norteamericano de convertir a los líderes en los únicos enemigos de sus propios pueblos (a quienes se los plantea como víctimas de “dictadores”) maniobra que les permite luego invadirlos para “liberarlos” de esos malvados (al estilo Irak). En verdad ante lo que estamos no es ante unos cuantos hombres sino ante pueblos enteros que cada vez con más fuerza expresan su rechazo hacia el sistema.

Puede que estos líderes no sean los mejores ni tampoco unos santos. La política no es un tema de santidad ni de limpieza: es un juego de poder. Nadie elige al más incorrupto, sino la madre Teresa hubiese sido presidenta. Además los incorruptibles terminan siendo los peores, como le pasó a Robespierre en la Francia revolucionaria. Lo importante es lo que los pueblos nos quieren decir.

El Perú no es una isla

En el caso peruano, es obvio que la ola le tiene que llegar, se quiera o no. Su clase dominante no puede pretender ser una isla y no verse afectada por lo que ocurre en el exterior. El presidente García falsea las cosas cuando dice que “el Perú es el único país que no sufrirá por la crisis internacional” y hay mucha gente que así lo cree (o lo quiere creer). Con esa misma soltura pretende decir que el fenómeno latinoamericano del antisistema tampoco llegará al Perú.

Pero lo cierto es que, nos guste o no, hay un proceso que es social, de mayorías, y son ellas quienes finalmente decidirán por lo que ahora creen que es lo mejor para ellas. Y lo mejor que ahora se piensa no es más liberalismo sino el cambio. Ya hemos dicho que la mejor forma de disfrazarlo es caricaturizando a sus líderes como dictadorzuelos y culpándolos de todo, como si los pueblos estuvieran pintados en la pared. Intentan decir que las elecciones democráticas son buenas cuando se eligen a los políticos de derecha, pero cuando ello no ocurre es que existe un “defecto” en el sistema democrático y se culpa al pueblo de “ignorante”.

Es la hora de las ideas

No creo que el devenir de la historia sea producto de la ignorancia de las mayorías. Los pueblos latinoamericanos han tomado ya su decisión y es por una ruta distinta a la que quiere el Pentágono. La lucha, entonces, no está ahora en el plano político, como era antes, sino en el plano ideológico (y por qué no, en el filosófico). Allí es donde está el combate y, por ahora, los antisistema van ganando lejos, por cuanto quienes están en crisis no son los que lo atacan sino quienes defienden al sistema. El futuro del mundo se juega aquí, en Latinoamérica, y dependerá de los futuros líderes el que sepan interpretar correctamente las inquietudes de los pueblos que piden de ellos, no una limpieza inhumana de santos, sino solo coherencia con el legado que se les da; coherencia que no es otra cosa que el reflejar los verdaderos intereses de las mayorías.

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