jueves, 10 de enero de 2019

El cristianismo, ese imposible


El cristianismo en realidad nunca fue una religión; era un esfuerzo espiritual que intentaba ir más allá de lo que las leyes y normas convencionales de toda sociedad exigen. Fue convertido en religión como una manera de aplacarlo, de quitarle su fuego revolucionario y subversivo. El Maestro mostraba con el ejemplo qué cosa era el cristianismo, cuál era su mensaje: pasar por el calvario, por el vía crucis y morir en nombre de la verdad y el amor. Demasiado reto para que sea fácil aceptarlo.

No basta con ser buenos
Si el objetivo del Cristo hubiera sido decirnos que “teníamos que ser buenos” no necesitaba hacer lo que hizo: todas las religiones, las autoridades, las sabidurías y disposiciones legales y populares dicen lo mismo: tenemos que respetar al vecino, ayudar al prójimo, cumplir con nuestros deberes y ser personas probas y de bien para nuestra sociedad. Tanto el judaísmo como las leyes romanas lo especificaban claramente y era algo que cualquiera, pobre o rico, sabio o necio, podía cumplir sin ser crucificado.

Una propuesta atrevida
Pero el cristianismo en realidad está más allá de ser solo buenos ciudadanos, buenas personas o de hacer el bien; todos lo hacen, hasta los que se dedican al delito (como lo demuestran las mafias y hasta los más connotados narcotraficantes). El cristianismo trae una propuesta atrevida, conspiradora, que rasga por completo el orden de toda sociedad. Nos propone que no es suficiente con ser solo buenos, con cumplir bien nuestros deberes, con hacer caridad con los pobres o acudir a los templos a rezar y hacer los sacrificios. Para eso no se requiere saber qué es el cristianismo. Éste trasciende lo que pensamos que es lo correcto.

Su objetivo
El Cristo dijo que el objetivo era otro al que cualquier sociedad nos obliga; se trataba de eliminar de nuestra alma, de nuestro espíritu y de nuestro ser, el egoísmo, la soberbia, la ambición y volvernos simples y humildes como el que menos. Despreciar las cosas que nos rodean como valor y verlas solo como parcialmente útiles y nada más. Apartarnos lo más posible de la riqueza y de los placeres de la vida mundana para vivir con la mayor sencillez posible. Y todo ello hacerlo en nombre de Dios, que es bueno incluso con los malos.

El prójimo antes que nada
Pero no solo eso: además decía que a Dios no se le adoraba en el templo puesto que él no lo necesita como tampoco necesita los rezos ni sacrificios: Él lo tiene todo. Lo único que Dios le pide al hombre es que trate a su prójimo como si Él lo fuera, que en vez de dar limosna al templo y al sacerdote se le dé a quien más le urge; que en vez de apoyar y beneficiar a los más poderosos se haga eso mismo pero con los más débiles y necesitados. Todo esto ninguna sociedad lo pide; al contrario, el ser “buenas personas” no implica que abandonemos nuestros beneficios, privilegios, derechos y glorias.

Casos aislados
Hubo algunos que, arrebatados por el entusiasmo, se dejaron llevar íntegramente por dicho mensaje (como San Francisco de Asís, hijo de un rico comerciante) y se lanzaron a la aventura de ser cristianos auténticos, al margen de lo que la religión oficial dice que es. A quienes como San Francisco tuvieron la suerte de sobrevivir a ello (debido más a su origen aristocrático) los convirtieron en “santos” como una manera de excluirlos y alejarlos lo más posible de la gente común para nadie siguiera su ejemplo. Fueron calificados de “iluminados”, de seres excepcionales que existieron “porque Dios lo quiso”; pero el resto debe dedicarse a su vida rutinaria. Ser santo, ser cristiano, es solo una excepción, no la regla.

El cristianismo hoy
Hoy en día el mensaje cristiano, después de tanta manipulación, tergiversación y utilización, está desdibujado, deformado y trastocado, adaptado a una vida moderna que es, por el contrario, todo lo opuesto a lo que significaría ser cristiano. Los “mercaderes del Templo” que fueron azotados y echados por el Maestro con ira, son, por el contrario, quienes se han impuesto en el mundo creando la llamada “Sociedad de mercado”, por encima de la sangre real y la disposición militar de los emperadores. “Éste mundo”, el mundo moderno, no es el del cristianismo ni mucho menos: es el del dinero, el del hombre, el del demonio aquel que le propuso al Mesías tener poder a cambio de que lo adorase. Actualmente ser cristiano es solo un título desgastado, que ya no sirve para nada útil.

¿Es aún posible ser cristiano?
Pero ¿puede el mensaje todavía tener sentido? Si lo vemos estrictamente sí, puesto que las condiciones que se describen en el Evangelio son casi las mismas en lo esencial. Salvo en la tecnología, que es como un cuchillo que puede ser bueno o malo según se lo use, el resto es exactamente igual: la envidia, el odio, la soberbia, la ambición, el desprecio, la vanagloria, la hipocresía, la mentira, el crimen, el abuso y todo lo demás siguen siendo hoy tal como eran durante aquellos tiempos evangélicos. La llamada “evolución” es solo una quimera inventada por los poderosos para hacer creer que “la humanidad ha cambiado” cuando lo único que ha cambiado realmente son los conocimientos científicos y técnicos que en nada afectan ni la mente ni el corazón del hombre.

El mismo reto
De modo que ser cristiano, tal como se planteó en su origen, sigue siendo tan válido y a la vez tan “imposible” como lo fuera desde un comienzo. Imposible puesto que el tratar de serlo implica una serie de renuncias y de denuncias que así no más nadie está dispuesto a realizar. Es difícil que alguien quiera abandonar lo que tanto le ha costado: la seguridad, la tranquilidad, el prestigio y honor de ser “un buen ciudadano”, solo para seguir unas normas morales extremas que, a fin de cuentas, no son necesarias para vivir. Y si por alguna razón lo intentáramos, inmediatamente nos daríamos cuenta de el por qué el Redentor fue tratado como lo hicieron y terminó como lo hizo. No tiene mucho sentido que alguien se haga cristiano y no sufra al menos una parte de lo que el modelo, el guía, sufrió. Ni antes ni ahora el mundo está dispuesto a admitir esas “creencias” o “recomendaciones” que hoy podemos leer en el Evangelio.

Quién sabe
Pero quién sabe; viendo las posibilidades que este mundo humano le ofrece a la gente (mundo planteado como una lucha por la sobrevivencia donde no existe espacio para la piedad hacia los débiles) no es improbable que quizá alguno lo intente de nuevo. ¿Por qué razón? Tal vez porque, a pesar de lo que se asegura con firmeza, la existencia de un Dios no sea algo tan descabellado como ahora parece. Que pueda ser que el destino de la humanidad no se reduzca a cómo se alimenta, se reproduce y muere como hoy en día nos afirman que es. Que es probable que haya un plan divino tan misterioso que de algún modo nos esté esperando para que sea la única vía que tengamos para liberarnos de la vida común, corriente y rutinaria que hasta ahora vivimos como si fuera la única posible. Quién sabe si esta verdad no haga libres.