lunes, 20 de noviembre de 2017

Todos necesitamos de un sueño

Existen momentos en la historia de los hombres en que la aparición de un sueño se hace necesaria. Quizá porque a veces la vida se convierte en una asfixiante prisión donde el futuro es previsible, y este resulta poco esperanzador. Miramos por los cuatro costados y solo vemos los mismos rostros desconcertados; nadie sabe con certeza a dónde vamos ni por qué seguimos yendo. Mientras tanto la angustia crece a pasos agigantados y los consuelos son cada vez más descorazonadores. La vida en ese momento se convierte en un acto de incertidumbre y no en uno de valor; menos en uno de fe o de alegría.

El miedo se apodera de las calles, de los caminos, de los pueblos y villorrios. Estamos entrampados. La rutina puede más que nuestros deseos. La realidad, esa mata-entusiasmos, es la única ley que hay que acatar. Y si alguien nos habla de ideales maravillosos, inmediatamente pensamos en el pasado, en un tiempo donde todo se podía porque antes era todo más fácil, incluso cambiar la realidad. Pero ahora ya no. Eso actualmente no es posible, más aún, no es conveniente. Incluso hubo un tiempo en se pensaba que los jóvenes, por el simple hecho de serlos, eran los locos soñadores ansiosos de cambiarlo todo y a ellos había que contenerlos para que no se desbordaran. Ahora vemos que no era así. Ejércitos de jóvenes modernos solo piensan en pasar el momento y vivir lo más cómodamente posible ellos mismos. Se sienten más prácticos que sus mismos padres.

Los soñadores
Es entonces que surgen los soñadores, aquellos que, además de querer un mundo mejor, tratan de ponerlo en marcha. Sus únicas armas son la fe que tienen en sí mismos. Y la gente que los sigue lo hacen porque les atrae la idea de que alguien pueda creer en algo que no sea el miedo o el dinero. Los soñadores no se resignan a soportar sacrificadamente la realidad, tratando de maquillarla o dulcificarla. Ellos tratan de inventar una nueva realidad pero que corrija la que desean cambiar. Y es aquí donde nacen las utopías, que son guías de acción a las cuales muchos seres humanos empiezan a sujetarse encandilados por su mágica música. Gracias a las utopías muchas veces se encuentran soluciones donde no parecía que las había puesto que solo se trataba de plantear el problema de otra manera.

Yo soy un soñador. Siempre lo sospeché pero no lo admitía. La idea en sí es demasiado abrumadora como para siquiera plantearla. Pero confieso que me ha vencido. O tal vez quizá ha madurado dentro de mí. Por eso es que al confesarlo siento, más que vergüenza, alivio. Porque sé que los soñadores cumplimos un rol importante en toda sociedad, del mismo modo que en un pueblo lo cumplen su loco, su cura, su policía, su alcalde y su puta.

Mi sueño
Sueño con reunir a todos los inconformes de la sociedad: los marginados, los desplazados, los desoídos, los desheredados; pero sobre todo, a los grandes soñadores dispuestos a todo con tal de no terminar sus días como carroña de un sistema que solo piensa en ser eficiente para sí mismo pero a costa de la mayoría de las gentes. A todos ellos les voy a exponer mi sueño de fundar una nueva ciudad la cual será hecha a la medida del nuevo hombre que queremos crear. Esta será diseñada y construida principalmente con un sentido estético y armónico con la naturaleza y no en función de la tecnología o el mercado. El objetivo de vivir en ella no será, no podrá serlo —por su mismo diseño— el obtener bienes materiales sino contemplar la belleza tanto del mundo como de los habitantes mismos. Los hombres que en ella habiten serán aquellos que piensen que la vida es mucho más que acumular y hacerse ricos y poderosos.

Allí todos tendrán una función que desempeñar y nadie será inútil puesto que la riqueza de dicha urbe será la suma de todos los esfuerzos de cada uno de sus integrantes. Y esa suma de esfuerzos será el capital con el cual se adquirirá el terreno y se financiarán las obras de arte, las cuales se plasmarán en los campos, en los canales, en las carreteras, en las casas y en cada artefacto y utensilio que en ella exista. Todo en ella será producto del arte. Nada se hará con un sentido práctico-económico sino más bien práctico-artístico. La ciencia estará al servicio de los hombres y no de la tecnología. ¿No está hecho acaso el hombre de barro, de arcilla? ¿No es ella moldeable, sujeta a adquirir las más variadas formas, las más extrañas?

Invoco entonces a todos los hombres de buen corazón y fe en lo bueno de la vida a renunciar a esta vida sin sentido e iniciar el proceso de creación de un nuevo mundo el cual, si bien no será un paraíso, sí puede ser lo más parecido al sueño de una existencia más noble y trascendente.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Artista adalid

Artista: ser humano creador de belleza. Adalid: persona que lleva el estandarte; un líder. Si combinamos estos dos seres en uno tendremos, a no dudar, a un personaje singular: un líder creador de belleza, o una belleza que lidera. Todo depende de cómo lo queramos ver. Para quienes sufrimos esta época nos es más grata esta segunda expresión porque ello refleja el nuevo sentido que deberían tomar las cosas en nuestra sociedad. Pero ¿qué tiene que ver el artista con el liderazgo? Veámoslo.

Desde muy antiguo el poder ha sido detentado por personajes de muy distintas naturalezas. Ha habido reyes, guerreros, religiosos, intelectuales, iluminados, delincuentes, etc. Cada uno respectivamente ha encontrado una justificación en su tiempo para asumir el mando. Pero ¿alguna vez lo han asumido los artistas? Quizá se hayan dado casos accidentales, pero han sido pocos. Hubo escritores presidentes, pero tal parece que sus gobiernos no fueron para nada artísticos pues indudablemente relegaron sus funciones creativas para efectuar las administrativas. En suma, tuvieron la oportunidad de proponer nuevos horizontes y, o no lo pudieron hacer, o no lo quisieron.

Resurgimiento de una civilización
Miremos a nuestro alrededor. Algo está pasando. Algo se está moviendo y no lo vemos con claridad pero el país ya no es el mismo de hace algunos años. Estamos un país en crisis, con una sociedad que hace agua en todas sus estructuras. Pero la razón no es debido a un fenómeno de corrupción muy común en toda cultura ni no que se trata de un proceso social que no es otra cosa que la resurgencia de una renacida civilización andina que viene presionando y socavando a la occidental desde abajo hacia arriba, desde dentro hacia fuera, con la fuerza de un huracán, con la intención de volver a ocupar el sitial que le corresponde en nuestra realidad (entendiendo por civilización andina todo aquello que actualmente se da y se genera en el ámbito de la cordillera de los Andes, incluyendo las ciudades de la costa y de la selva, y a la cual pertenecemos todos los que habitamos aquí, sin importar el color de nuestra piel o nuestro lugar de origen).

Este hecho ¿hay alguien que lo esté percibiendo? ¿Hay quien constate el suceso y lo haya empezado a reconocer, describir y pregonar?  ¿No eran acaso los artistas ¾aquellos hombres poseedores de una especial sensibilidad e inteligencia, capaces de captar lo que para el común de la gente es invisible, aptos para transformar lo oscuro en obvio con el genio suficiente para crear mundos imaginarios de la nada¾ los que deberían estar interpretado la sutileza de estos cambios? ¿Qué les ocurre: están sordos, ciegos, mancos, mudos? ¿Los mantienen acaso encerrados sin ver el mundo y sin conocer lo que está ocurriendo a su alrededor?

Miami way of life
Lo que sucede es que nuestros más selectos y sensibles artistas quienes deberían haberlo captado tienen la cabeza puesta en otra parte. La tienen puesta en Miami (otros en un plato de comida). Y Miami significa no necesariamente dicha ciudad sino todo el conjunto de valores y cosas que el mundo moderno pone a nuestra disposición. Miami significa patrones de conducta y esquemas de vida que reflejan otras realidades, por muy latinoamericanas que éstas sean (lo que puede ser válido en Cuba o en Puerto Rico no lo es en nuestro país). Lamentablemente la mayoría de nuestros artistas tienen el cerebro lleno de libros norteamericanos, ingleses, franceses y alemanes y viven diciendo como cierta vez manifestaba el escritor Vargas Llosa en sus discursos de candidato presidencial: “Algún día nuestro país será como Suiza”.

Y se la pasan enfrascados en sus bibliotecas leyendo la última traducción de algún escritor europeo o concentrados escuchando una de las más selectas grabaciones de jazz hechas por un pobre negro convertido por los blancos en mercancía. Viven condenando y burlándose de la “incultura” de la gente de nuestro pueblo, de su pueblo, quienes, para ellos, no se merecen ningún respeto puesto que no conocen a Marcel Proust o Faulkner (y a lo más reconocen, mientras sostienen un whiskey en la mano, la sorprendente  “habilidad” de estos “indios” incultos para hacer ciertas cosas que ellos no se atreverían jamás).

Es por eso que nuestros artistas se sienten frustrados y amargados, porque sueñan con un mundo que aquí nunca se va a dar. Y entre sus anhelos occidentales y sus lamentos no tienen tiempo para pensar en nuestra realidad. Me refiero a nuestra realidad andina, porque indudablemente ellos se desplazan solo por la occidental.

Pero antes esto dirán: ¿y qué hay del artista popular? ¿Cuál, el que se disfraza de “típico” y se convierte en un títere para poder sobrevivir? Ese está igualmente encasillado en el esquema Miami; la prueba de ello se halla en sus giras al exterior. Estos personajes son más bien un objeto más de la sociedad consumista. Solo exceptuaríamos de ello a ciertos músicos y actores populares, urbanos y rurales, aunque haciendo la salvedad que como todavía no han tenido la oportunidad de ser tentados por el dinero grande no se les puede juzgar terminantemente.

Artista maestro
Visto esto, ¿qué queremos decir? Que existe una civilización andina que despierta de su letargo y un artista que no lo ve. Es como si estuvieran conectados a la televisión de otros países pero no a los programas locales. Pero esto ya no debe seguir así. Es duro criticar pero no lo hago por placer o afán de notoriedad sino con el objetivo de ablandar nuestra sensibilidad y prepararla para los nuevos mensajes. Y este es el nuevo mensaje que yo daría a nuestros artistas: tenemos que ser maestros. Maestros tal como lo son los profesores de escuela primaria: personas sencillas y sacrificadas, con el corazón más grande que las necesidades y dificultades. Tenemos que vivir modestamente y aceptar nuestra posición social. Tenemos que transmitir, por sobre todas las cosas, amor hacia nuestros “alumnos” que son nuestros receptores, aquellos que asimilan el arte y a quienes debemos enseñar las tradiciones, el valor del trabajo, del sacrificio, la abnegación y la humildad. Tal como así lo hacen miles de maestros que recorren diariamente los confines de nuestra nación.

Porque un artista en nuestro mundo, el andino, no puede ser ni será nunca una “estrella”. Ese modelo hollywoodense aquí es ajeno y no se digiere. “Estrellas” solo son los de afuera: seres de plástico, productos de venta, objetos de nuestra curiosidad y divertimento a quienes solo les interesa llevarse nuestras alabanzas, nuestros aplausos y nuestro dinero. Ellos no son nuestros artistas. Ellos no reflejan nuestra realidad, nuestros sentimientos, nuestras ambiciones y necesidades. Ellos no comprenden nuestros sufrimientos y nuestras alegrías. Solo nos entretienen y mantienen ocupada nuestra mente con experiencias ajenas. ¡Olvide el artista andino el buscar ser una estrella al estilo occidental! Nosotros tenemos nuestra propia manera expresarnos y de ser y hacia eso debemos llegar.

El más indicado
Creo entonces que el papel del artista en nuestra sociedad pasa por, primero, despertar sus cualidades naturales y luego orientarlas hacia nuestra propia realidad, asumiendo así el papel de un maestro sin poses que imiten costumbres ajenas. Además debería en lo posible, evitar vivir de su arte. De esta manera tendríamos un necesitado menos y un artista más. A los que ya se estén dedicando a tiempo completo a ello solo les alentaría a que tengan la suficiente fuerza para persistir con el mismo empeño con que empezaron para que, de este modo, no caigan en la desesperanza cuando vean que sus problemas caseros se agudizan. Quien no tenga este coraje, quien no ame el oficio sin pensar en la compensación económica no pretenda entonces ser artista.

No hay otros
Los hombres cambian solo cuando sus ideas cambian, y por su facultad de percepción que les permite captar los fenómenos y las sutilezas, a lo cual se suma su capacidad de transmisión para darlas a conocer a las mayorías, el artista debería tomar conciencia que en la actualidad él es el más indicado para señalar el rumbo a seguir. Es la hora del artista. Ni los filósofos e intelectuales están preparándose para dicha acción como tampoco los científicos, los colegios profesionales o las organizaciones políticas. Veamos si no sus ideas, sus postulados y observemos que el tiempo no está propicio para ellos.

Porque dichas personas y organizaciones en verdad no saben por dónde ir ni qué hacer con el país. Quizá les falte imaginación o sensibilidad y amor por nuestra tierra; o capacidad de entrega, honradez, o simplemente valor (aunque habrá algunos que, contra viento y marea, a pesar de las pasadas y funestas experiencias, tratarán de decir que lo que se necesita es aplicar determinadas recetas importadas porque, ya que funcionaron en otro país, tienen que resultar en el nuestro por muy diferentes que seamos). El auténtico artista, en cambio, sí es capaz de saber qué hacer y de demostrar que el futuro nos pertenece, hecho por nosotros y para nosotros.

Señalar el camino
Es por esa razón que pienso que nuestro artista tiene que ser hoy el adalid; el portavoz del cambio. Y si tú, amigo lector, eres o quieres ser artista, prepárate. No hay ni habrá otro mundo mejor que el que tú mismo puedas imaginar y crear. No es tiempo de esperar a que vengan otros de afuera para que arreglen las cosas. La historia y nuestro pueblo están aguardando a que sus propios artistas cumplan con su deber. No hacerlo sería traicionarlo y condenarlo a vivir en la desilusión, el miedo y el fracaso más tiempo del que ya los ha vivido.

De modo que el artista tiene que señalar el camino. Y debe hacerlo recurriendo a las propias fuentes de su cultura y a sus manos. Todos los ojos, oídos y corazones están esperando que hable, que se manifieste, que construya algo para propiciar el cambio. Tiene que darse cuenta que el mañana que proyecte será el presente de nuestros hijos y que será juzgado en la medida que no sea consecuente con su destino.


Como decía Vallejo: “Ya va a llegar el día, ponte el alma”. Ha llegado el momento de que el artista asuma su verdad y lidere la nación. Ya salió el Sol y la noche quedó atrás. Solo queda, entonces, levantarnos y andar.