Artista: ser humano creador de belleza.
Adalid: persona que lleva el estandarte; un líder. Si combinamos estos dos
seres en uno tendremos, a no dudar, a un personaje singular: un líder creador
de belleza, o una belleza que lidera. Todo depende de cómo lo queramos ver.
Para quienes sufrimos esta época nos es más grata esta segunda expresión porque
ello refleja el nuevo sentido que deberían tomar las cosas en nuestra sociedad.
Pero ¿qué tiene que ver el artista con el liderazgo? Veámoslo.
Desde muy antiguo el poder ha sido detentado
por personajes de muy distintas naturalezas. Ha habido reyes, guerreros,
religiosos, intelectuales, iluminados, delincuentes, etc. Cada uno
respectivamente ha encontrado una justificación en su tiempo para asumir el
mando. Pero ¿alguna vez lo han asumido los artistas? Quizá se hayan dado casos accidentales,
pero han sido pocos. Hubo escritores presidentes, pero tal parece que sus
gobiernos no fueron para nada artísticos pues indudablemente relegaron sus
funciones creativas para efectuar las administrativas. En suma, tuvieron la
oportunidad de proponer nuevos horizontes y, o no lo pudieron hacer, o no lo
quisieron.
Resurgimiento de una civilización
Miremos a nuestro alrededor. Algo está pasando.
Algo se está moviendo y no lo vemos con claridad pero el país ya no es el mismo
de hace algunos años. Estamos un país en crisis, con una sociedad que hace agua
en todas sus estructuras. Pero la razón no es debido a un fenómeno de
corrupción muy común en toda cultura ni no que se trata de un proceso social que
no es otra cosa que la resurgencia de una renacida civilización andina que
viene presionando y socavando a la occidental desde abajo hacia arriba, desde
dentro hacia fuera, con la fuerza de un huracán, con la intención de volver a
ocupar el sitial que le corresponde en nuestra realidad (entendiendo por civilización
andina todo aquello que actualmente se da y se genera en el ámbito de la
cordillera de los Andes, incluyendo las ciudades de la costa y de la selva, y a
la cual pertenecemos todos los que habitamos aquí, sin importar el color de
nuestra piel o nuestro lugar de origen).
Este hecho ¿hay alguien que lo esté
percibiendo? ¿Hay quien constate el suceso y lo haya empezado a reconocer,
describir y pregonar? ¿No eran acaso los
artistas ¾aquellos hombres poseedores de una especial sensibilidad e
inteligencia, capaces de captar lo que para el común de la gente es invisible,
aptos para transformar lo oscuro en obvio con el genio suficiente para crear
mundos imaginarios de la nada¾ los que deberían estar interpretado la
sutileza de estos cambios? ¿Qué les ocurre: están sordos, ciegos, mancos,
mudos? ¿Los mantienen acaso encerrados sin ver el mundo y sin conocer lo que
está ocurriendo a su alrededor?
Miami way of life
Lo que sucede es que nuestros más selectos y
sensibles artistas quienes deberían haberlo captado tienen la cabeza puesta en
otra parte. La tienen puesta en Miami (otros en un plato de comida). Y Miami significa
no necesariamente dicha ciudad sino todo el conjunto de valores y cosas que el
mundo moderno pone a nuestra disposición. Miami significa patrones de conducta
y esquemas de vida que reflejan otras realidades, por muy latinoamericanas que
éstas sean (lo que puede ser válido en Cuba o en Puerto Rico no lo es en
nuestro país). Lamentablemente la mayoría de nuestros artistas tienen el
cerebro lleno de libros norteamericanos, ingleses, franceses y alemanes y viven
diciendo como cierta vez manifestaba el escritor Vargas Llosa en sus discursos
de candidato presidencial: “Algún día nuestro país será como Suiza”.
Y se la pasan enfrascados en sus bibliotecas
leyendo la última traducción de algún escritor europeo o concentrados
escuchando una de las más selectas grabaciones de jazz hechas por un pobre
negro convertido por los blancos en mercancía. Viven condenando y burlándose de
la “incultura” de la gente de nuestro pueblo, de su pueblo, quienes, para
ellos, no se merecen ningún respeto puesto que no conocen a Marcel Proust o
Faulkner (y a lo más reconocen, mientras sostienen un whiskey en la mano, la
sorprendente “habilidad” de estos
“indios” incultos para hacer ciertas cosas que ellos no se atreverían jamás).
Es por eso que nuestros artistas se sienten
frustrados y amargados, porque sueñan con un mundo que aquí nunca se va a dar.
Y entre sus anhelos occidentales y sus lamentos no tienen tiempo para pensar en
nuestra realidad. Me refiero a nuestra realidad andina, porque indudablemente
ellos se desplazan solo por la occidental.
Pero antes esto dirán: ¿y qué hay del artista
popular? ¿Cuál, el que se disfraza de “típico” y se convierte en un títere para
poder sobrevivir? Ese está igualmente encasillado en el esquema Miami; la
prueba de ello se halla en sus giras al exterior. Estos personajes son más bien
un objeto más de la sociedad consumista. Solo exceptuaríamos de ello a ciertos
músicos y actores populares, urbanos y rurales, aunque haciendo la salvedad que
como todavía no han tenido la oportunidad de ser tentados por el dinero grande
no se les puede juzgar terminantemente.
Artista maestro
Visto esto, ¿qué queremos decir? Que existe una
civilización andina que despierta de su letargo y un artista que no lo ve. Es
como si estuvieran conectados a la televisión de otros países pero no a los
programas locales. Pero esto ya no debe seguir así. Es duro criticar pero no lo
hago por placer o afán de notoriedad sino con el objetivo de ablandar nuestra
sensibilidad y prepararla para los nuevos mensajes. Y este es el nuevo mensaje
que yo daría a nuestros artistas: tenemos que ser maestros. Maestros tal como
lo son los profesores de escuela primaria: personas sencillas y sacrificadas,
con el corazón más grande que las necesidades y dificultades. Tenemos que vivir
modestamente y aceptar nuestra posición social. Tenemos que transmitir, por
sobre todas las cosas, amor hacia nuestros “alumnos” que son nuestros
receptores, aquellos que asimilan el arte y a quienes debemos enseñar las
tradiciones, el valor del trabajo, del sacrificio, la abnegación y la humildad.
Tal como así lo hacen miles de maestros que recorren diariamente los confines
de nuestra nación.
Porque un artista en nuestro mundo, el andino,
no puede ser ni será nunca una “estrella”. Ese modelo hollywoodense aquí es
ajeno y no se digiere. “Estrellas” solo son los de afuera: seres de plástico,
productos de venta, objetos de nuestra curiosidad y divertimento a quienes solo
les interesa llevarse nuestras alabanzas, nuestros aplausos y nuestro dinero.
Ellos no son nuestros artistas. Ellos no reflejan nuestra realidad, nuestros
sentimientos, nuestras ambiciones y necesidades. Ellos no comprenden nuestros
sufrimientos y nuestras alegrías. Solo nos entretienen y mantienen ocupada
nuestra mente con experiencias ajenas. ¡Olvide el artista andino el buscar ser una
estrella al estilo occidental! Nosotros tenemos nuestra propia manera
expresarnos y de ser y hacia eso debemos llegar.
El más indicado
Creo entonces que el papel del artista en
nuestra sociedad pasa por, primero, despertar sus cualidades naturales y luego
orientarlas hacia nuestra propia realidad, asumiendo así el papel de un maestro
sin poses que imiten costumbres ajenas. Además debería en lo posible, evitar vivir
de su arte. De esta manera tendríamos un necesitado menos y un artista más. A
los que ya se estén dedicando a tiempo completo a ello solo les alentaría a que
tengan la suficiente fuerza para persistir con el mismo empeño con que
empezaron para que, de este modo, no caigan en la desesperanza cuando vean que
sus problemas caseros se agudizan. Quien no tenga este coraje, quien no ame el
oficio sin pensar en la compensación económica no pretenda entonces ser
artista.
No hay otros
Los hombres cambian solo cuando sus ideas
cambian, y por su facultad de percepción que les permite captar los fenómenos y
las sutilezas, a lo cual se suma su capacidad de transmisión para darlas a
conocer a las mayorías, el artista debería tomar conciencia que en la
actualidad él es el más indicado para señalar el rumbo a seguir. Es la hora del
artista. Ni los filósofos e intelectuales están preparándose para dicha acción
como tampoco los científicos, los colegios profesionales o las organizaciones
políticas. Veamos si no sus ideas, sus postulados y observemos que el tiempo no
está propicio para ellos.
Porque dichas personas y organizaciones en
verdad no saben por dónde ir ni qué hacer con el país. Quizá les falte
imaginación o sensibilidad y amor por nuestra tierra; o capacidad de entrega,
honradez, o simplemente valor (aunque habrá algunos que, contra viento y marea,
a pesar de las pasadas y funestas experiencias, tratarán de decir que lo que se
necesita es aplicar determinadas recetas importadas porque, ya que funcionaron
en otro país, tienen que resultar en el nuestro por muy diferentes que seamos).
El auténtico artista, en cambio, sí es capaz de saber qué hacer y de demostrar
que el futuro nos pertenece, hecho por nosotros y para nosotros.
Señalar el camino
Es por esa razón que pienso que nuestro
artista tiene que ser hoy el adalid; el portavoz del cambio. Y si tú, amigo
lector, eres o quieres ser artista, prepárate. No hay ni habrá otro mundo mejor
que el que tú mismo puedas imaginar y crear. No es tiempo de esperar a que
vengan otros de afuera para que arreglen las cosas. La historia y nuestro
pueblo están aguardando a que sus propios artistas cumplan con su deber. No
hacerlo sería traicionarlo y condenarlo a vivir en la desilusión, el miedo y el
fracaso más tiempo del que ya los ha vivido.
De modo que el artista tiene que señalar el
camino. Y debe hacerlo recurriendo a las propias fuentes de su cultura y a sus
manos. Todos los ojos, oídos y corazones están esperando que hable, que se
manifieste, que construya algo para propiciar el cambio. Tiene que darse cuenta
que el mañana que proyecte será el presente de nuestros hijos y que será
juzgado en la medida que no sea consecuente con su destino.
Como decía Vallejo: “Ya va a llegar el día,
ponte el alma”. Ha llegado el momento de que el artista asuma su verdad y
lidere la nación. Ya salió el Sol y la noche quedó atrás. Solo queda, entonces,
levantarnos y andar.