jueves, 18 de junio de 2009

El racismo en Latinoamérica

Si no fuera por el racismo en la mayor parte de los países de Latinoamérica no sabríamos diferenciar a las personas por su origen ni su nivel socio-económico-cultural y nos vincularíamos con gente incompatible con nuestros pensamientos e ideas, ocasionándose así un caos producto de las innumerables discrepancias entre unas costumbres y otras.

Veamos un ejemplo de ello. Todos sabemos de la marcada propensión al machismo en las clases C, D y E. En cambio, en las clases A y B, éste es notoriamente de menor intensidad. Si alguien con costumbres de A se juntara con una persona de clase D las ofensas y disputas serían irreconciliables por ser ambos de diferentes ideosincracias. En estos casos el racismo a priori evita estos malos entendidos y desencuentros al facilitar la rápida selección de nuestro prójimo. Este sería el lado positivo del racismo. Pero ahora veámoslo en su otra dimensión.

Podría haberse dado otro factor discriminante que no fuera el color de la piel, como sucede por ejemplo en Holanda, donde casi todos son blancos. En esos contextos las diferencias se establecen por la cultura, el tipo de vestimenta, los modales, la forma de expresarse, los lugares a donde se frecuenta, etc., algo que un portero de una discoteca europea sí puede distinguir, mientras que uno latinoamericano le es imposible. Para estos todos los blancos son superiores, se vistan como se vistan. Pero lo cierto es que en Latinoamérica, por los avatares de su historia, el factor más importante para diferenciar una clase de otra es la “raza”, el aspecto físico. En pocas palabras: el color de la piel. Entonces ello sí es importante para saber quién es quién y a quién se le dice señor y a quién se le dice “o’e tú”; a quién se lo elige ministro o ejecutivo y a quién vigilante. Si no se respetaran estas “diferencias” se produciría un descalabro económico-social. ¿Por qué? Por lo siguiente.

Las causas: la conservación de los privilegios

Todos sabemos lo importante que son las herencias familiares, más aún si éstas son cuantiosas, como ocurre en las grandes empresas y grupos económicos. La gran preocupación de sus dueños es y será siempre a quién le delegan toda esa fortuna y poder. Si sus hijos, por mala suerte, se casaran con personas que no pertenecieran a su misma estirpe o clase social esa fortuna pasaría a manos “extrañas”, a seres con otras costumbres, provenientes de otras realidades y con otro tipo de vínculos sociales. Así el imperio de dicho clan se acabaría.

Entonces, para conservar esos privilegios, a los niños de clase alta se les enseña, desde pequeños, que solo deben juntarse con sus iguales. ¿Y quiénes son sus iguales? Aquellos que poseen, principalmente, sus mismas características físicas (después viene el tipo de apellido, el lugar de residencia, los sitios donde se frecuenta, etc.). Como consecuencia de ello todos se casan entre blancos y así acrecientan y aseguran las fortunas de las familias. En pocas palabras: los ricos se juntan con los ricos, y los ricos en Latinoamérica suelen ser blancos. Rico, blanco, poderoso, superior son, en nuestra realidad, sinónimos.

Racismo invertido

Pero este racismo no solo ocurre entre las clases altas sino también entre los niveles C, D y E. El mestizo se siente “blanco” frente a la “indígena” o la “negrita”, y en los hogares más modestos la gente se alegra cuando alguien consigue una pareja blanquiñosa o “blancona”, como dicen, lo cual es, para ellos, un privilegio, un ascenso social. La piel blanca abre muchas puertas en la vida. Y aquel que lo niegue es, evidentemente, un blanco, porque son ellos (los de apellido importante, por supuesto) los únicos que niegan que exista el racismo. ¿Por qué? Porque no les conviene que se hagan manifiestas las diferencias sociales, dándole a entender a la gente común que “todos somos iguales y tenemos las mismas oportunidades”.

Pero ¿será cierto que todos tenemos las mismas oportunidades, así no seamos blancos? La niña egresada de un colegio estatal, proveniente de un barrio pobre de la ciudad y que quiere hacer cine ¿tendrá las mismas oportunidades frente a la rica? ¿Podrá estudiar su carrera en Europa, en Estados Unidos? ¿Tendrá parientes influyentes en el mundo de la cultura que la apoyen y le den los mejores contactos con las empresas cinematográficas? Lo más probable es que termine trabajando de obrera en una empresa o quizá de vendedora en alguna tienda.

La derecha en Latinoamérica es blanca

Como prueba de esta afirmación, cada vez que en televisión se ve a algún latinoamericano que es blanco es casi seguro que pertenece a los sectores altos y que tiene un pensamiento de derecha. La gran mayoría de políticos de esa línea, proclives a las ideas occidentales, son blancos. Mientras tanto, la gran mayoría, por no decir casi todos, los que se oponen al modelo neoliberal y a la derecha son de raza mestiza (aunque como en todo hay excepciones y variantes, como pueden ser Argentina o Uruguay, pero eso no invalida la realidad general).

Entonces, para redondear la idea, en Latinoamérica las ubicaciones sociales y económicas tienen una correspondencia racial, fenómeno que de algún modo se intenta cambiar en algunos gobiernos actuales como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador, pero de los que a la fecha no sabemos su destino. Esperamos que de alguna manera ello sea un síntoma de que la historia está dando un vuelco y que éste sea a favor de los postergados y marginados.

Mientras tanto, insistimos en que negar la realidad del racismo no tiene sentido porque sería seguirle el juego a aquellos que, al hacerlo, lo ocultan y así evitan que se haga visible, que salga a la luz y que sea motivo de juicio y condena. La mejor manera de combatirlo es identificarlo bien, sin minimizarlo ni exagerarlo, y así saber sus causas y sus mecanismos de perpetuación.

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