jueves, 30 de julio de 2009

Derechos de autor y decadencia del arte en Occidente


El mundo del arte contemporáneo está plagado de leyes y de derechos de autor que buscan que los artistas ganen un dinero que supuestamente les es legítimo. Pero en nuestra opinión el arte no es ni puede ser propiedad de nadie. Es un trabajo colectivo hecho por toda la humanidad. Es como si un zapatero nos cobrara, no solo por arreglar nuestros zapatos, sino también por usarlos, ya que él se dedica al arte de hacer zapatos. En nuestra opinión los artistas no hacen mal cuando cobran por sus servicios. Tampoco cuando se agremian para ayudarse en sus necesidades. Pero sí cuando pretenden tener derechos sobre sus obras más allá de los que les corresponden. Imaginemos que los poetas estuvieran amparados por una ley que les permitiera exigir dinero a todos los que usan la poesía para cualquier tipo de actividad: para enamorar, para pensar, para hablar, para enseñar, etc. Lo que hay aquí es un mal entendido derecho a la propiedad y al justo precio.

Pero ¿quiénes crearon esos derechos y actualmente los usufructúan? Pues todo se origina en las grandes empresas norteamericanas las que, ansiosas de recuperar sus inversiones y obtener aún más dividendos, inventaron dichas leyes y luego las extendieron a todo el ámbito artístico. Esto no debe sorprendernos pues se trata de la lógica del mercado, donde todo producto debe generar un beneficio económico. El arte y las obras que este produce cayeron en manos de los comerciantes quienes hoy lo manejan como una industria más. Este mismo criterio se trasladó hacia los artistas y estos, a su vez, se han convertido también en comerciantes de sí mismos.

El nuevo rico

Sin embargo todos sabemos qué pasa cuando, de la noche a la mañana, a un individuo común se lo convierte en mercader de lo que hace: le brota la ambición y el desenfreno por obtener más dinero. Los artistas en general, y los creadores en particular, se sienten hoy con derecho a poseer fortunas debido a lo que hacen; pero eso ha convertido al arte contemporáneo de Occidente en una producción de fruslerías en el cual el único objetivo es vender y vender. Ya no importa qué es lo que se hace: el único valor real y objetivo es el dinero.

Todo es privado

Y esta ambición por la posesión privada de la naturaleza se extiende incluso hasta a las moléculas de la vida, las cuales son ahora patentadas como si de inventos se tratase, y ningún ser humano puede emplear el género de vida que de ésta provenga. Es decir: si alguien, por ejemplo, siembra una papa y no sabe que ésta ha ya sido registrada por una empresa privada terminará, sin saberlo, siendo multado o yendo preso por delincuente. Llegamos entonces a la conclusión que, tanto un delito como una falta —y por qué no, hasta el mismo “mal”— solo existen cuando se crea la ley que les da nacimiento. Esta es la idea que ampara a quienes, con la ley en la mano, convierten automáticamente en criminales a aquellos que contravienen el derecho a la “propiedad”.

El declive

Y así, desde los años 80 hasta la actualidad, casi todo lo que se ha creado en el mundo occidental y aledaños está impregnado de esa visión, de esa manera de pensar. Ningún género artístico se ha salvado; todos apuntan al mismo blanco: a la economía. Todos los artistas, jóvenes o no, solo conciben su arte en función del mercado. Por eso se vuelven lobos que protegen sus presas con los dientes. El arte actual no es más que la demostración clara de la más profunda decadencia en que se encuentra Occidente.

El mendigo que se vuelve millonario

En el caso particular del Perú, este afán por ganar dinero a través de las leyes tiene su más viva expresión en la Ley de protección de los derechos de autor que usufructúa la Asociación Peruana de Autores y Compositores (APDAYC). Cuando la propiedad musical se posesionó súbitamente de unos individuos de humilde condición —quienes no estaban preparados para la administración de una economía de ese tipo sino solo para la creatividad y el disfrute de la música— se repitió así el caso del pobre que de un momento a otro tiene la posibilidad de obtener plata y pierde la cabeza, descarrilándose luego. A partir de esto la calidad musical del autor peruano desapareció; surgió en cambio el interés por surtir al mercado, por darle pan y circo al pueblo, por alimentar al negocio de la música, por generar ante todo una rentable economía basada en el sonido. Ahora todo se ha vuelto baratija; los géneros en sí ya no interesan; solo cuenta la efectividad, el consumo, las cifras de venta. Todo aquello como la profundidad, el cuidado, la poética, el mensaje quedó de lado ante la necesidad de “llegar al primer lugar”, de “alcanzar el éxito”, de ser un producto masivo para las mentes más elementales posibles.

Aparte de dinero, nada

Así como los años 60 fueron una luz que iluminó el panorama del alma humana, desde el “triunfo” del Capitalismo de los 70 hasta la actualidad la oscuridad total ha inundado todos los rincones del valor humano. Ya no existen los auténticos artistas: son solo best-seller, grandes vendedores de algo. Todos son productos, objetos de consumo, todos tienen un precio. Los críticos, parte del engranaje del sistema, solo se dedican a alabar cada 5 segundos a un "nuevo genio" o a alguna "insuperable obra" recién salida al mercado. Pero cuando se hace una evaluación de lo realizado durante los últimos 30 años solo encontramos repeticiones, deformaciones, remedos, y añoranzas, mas ninguna obra de arte que sea siquiera comparable con las que se hicieron a comienzos del siglo XX.

domingo, 26 de julio de 2009

Cambridge: racismo moderno e ilustrado


En el corazón de la sabiduría de Occidente, Cambridge, de donde se dice que provienen los mejores hombres de la historia, el racismo chusco y chabacano de toda la vida sigue tan vivo y a flor de piel como en los tiempos de la esclavitud anglosajona y los progroms hitlerianos. Un distinguido profesor de la universidad —que identifica por antonomasia a dicha ciudad— por el solo hecho de estar en la puerta de su casa fue víctima de la peor humillación posible: fue acusado de ser sospechoso por ser negro. ¿Qué lecturas se pueden extraer de todo esto? “A diferencia del racismo del Sur, que destaca la raza y trata de mantener a los negros en su sitio, el racismo liberal afirma no hacerlo” expresa Rene Monroe en un artículo para la web Rebelión que nos sirve de base para hacer este comentario. (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=89154)

Personalidades mundiales supuestamente muy blancas y occidentales como Mario Vargas Llosa (intelectual español nacido en Perú y promotor acérrimo y fanático de la cultura occidental y sus valores) se sienten ufanas de ser parte de dicha cultura a la que consideran como la fuente de la tolerancia, el saber y el respeto por los derechos del hombre. Para ellos, provenir de ese medio es un sinónimo de superioridad en todos los sentidos, en especial, en el moral. Cuando alguien dice haber realizado sus estudios superiores en las más insignes instituciones occidentales, como la universidad de Cambridge, es visto, ya no como simple humano, sino como un semidiós que viene a salvar a un país de su atraso e ignorancia. Sin embargo el racismo escondido detrás de sus títulos y cartones de pacotilla —y la bajeza que allí se camufla— son una realidad tanto o más execrable que la que se haya practicado en el peor país racista que hubiera existido.

El racismo moderno: el responsable

En esa universidad, en medio de tanto cretino que se vende a sí mismo como un ente superior (como si tener muchos títulos de abogacía convirtieran a alguien en honesto) existe una discriminación solapada que revela las más profundas ideas cavernarias sobre cómo está organizado el mundo. Digan lo que digan, para ellos la raza blanca y anglosajona es necesariamente la que tiene que dominar a la humanidad; prueba de esto es que la casi totalidad de las personalidades que prevalecen en el ámbito cultural y científico actual son de esa raza (exceptuando a unos cuantos orientales e indios que sirven para darle el matiz de pluralidad que el marketing exige). Pero claro: dirán que así no piensan ni los catedráticos ni los alumnos de dicha institución pero ¿será eso verdad? ¿Por qué la población que rodea a la universidad practica este racismo moderno (que no sale a la calle con palos y antorchas sino que llama discretamente a la policía cumpliendo con el “muy responsable” deber ciudadano de denunciar cualquier cosa que les parezca “extraño a su forma de vida”)? ¿Qué ha hecho ella para modificar en algo estas ideas, si es que es verdad que no las comparten? ¿Por qué sus autoridades se desplazan tan tranquilamente por sus avenidas y locales públicos y privados y no han notado nada anormal? ¿Son tan sabios para algunas cosas y tan incompetentes para otras que no pueden percibir el tufillo racista de las discretas expresiones de sus pobladores y funcionarios?

El prejuicio ante el diploma

La verdad es que en toda esa famosa entidad educativa se piensa lo mismo: están convencidos que hay una raza dominante y esa es la blanca anglosajona. ¿Existe alguna manera de negarlo? Por supuesto que los Vargas Llosa del mundo no dirán ni palabra sobre ello puesto que para ellos, como adalides y vendedores que son, lo importante es afirmar la necesidad de aceptar siempre la hegemonía occidental por sobre todas las cosas. Lo grave es que muchos habitantes de los países tercermundistas se pliegan a ese prejuicio y por eso estudian en universidades de este tipo para después regresar a sus países de origen a ofrecerse como las más insignes personalidades políticas, exigiendo que se les entregue la conducción del país. “Es de Harvard, es de Cambridge”, dicen sus aduladores y lo repiten los medios de comunicación, absortos ante ellos como si de extraterrestres se tratase, intentando promoverlos cual renombrados boxeadores. Finalmente los gobiernos, mayormente sumisos a las políticas de Washington y de Europa, los ven como buenos interlocutores y fieles correligionarios (prooccidentales por excelencia) y los eligen debido a sus “inmensos méritos y a su gran currículum”.

Saber es poder

Si embargo a partir de ahora, gracias a incidentes como éstos —que revelan la verdadera miseria moral y humana de quienes provienen de estos centros universitarios— estamos advertidos que muchos de los que allí estudian y se gradúan lo hacen principalmente para asumir el mando de sus países pero siguiendo las líneas maestras del imperio anglosajón. Pasan del aula al gobierno o al ministerio bajo el supuesto que sus gigantescos conocimientos aportarán algo bueno, cuando en realidad lo único que van a hacer es reforzar a los grupos de poder (de los cuales casi siempre ellos provienen) y la relación dependiente con Occidente. Dicho en pocas palabras: en universidades como Cambridge se forman los futuros líderes que difundirán el pensamiento retrógrado, prepotente y racista que se impondrá en el resto del mundo, poniendo principalmente por delante la idea de que “siempre un blanco, con estudios o sin ellos, es y será superior”. Ello lo reflejarán después en las políticas orientadas a mantener el statu quo actual. Por todo esto creemos que ha llegado el momento de denunciar a estos déspotas ilustrados y demostrar que su calidad moral es inversamente proporcional a sus conocimientos. En nuestra opinión, se trata de asesinos tecnócratas que no saben que lo son y que no dan la cara, pero que aprietan un botón, a miles de kilómetros de distancia de donde se producen las masacres, sin que ellos sientan el mínimo remordimiento. Estamos, entonces, todos advertidos.

miércoles, 22 de julio de 2009

Peruanidad y baja autoestima


El caso de la exaltación que se hizo en el Perú de la participación de la peruana Brenda Mau en un popular concurso español de aficionados al canto, en el año 2009, demostró una vez más el clásico problema de los peruanos: tenemos una autoestima lo suficientemente baja como para valorar solo aquello que es certificado por los extranjeros. Esta mentalidad nos impide ver por nosotros mismos la diferencia que hay entre el blanco y el negro, entre el grande y el chico. Tenemos que esperar siempre que sea un país "superior" el que nos lo diga. Esos son hasta ahora nuestros valores y hoy en día el mayor mérito que tiene un peruano no es tener alguna cualidad especial sino, más bien, venir del extranjero con algún "éxito" o con algún premio.

Y esto es de toda la vida. Viene desde que peruanos como Ima Súmac, Alejandro Olmedo o Luis Alva “triunfaron” en el extranjero cuando aquí nadie los conocía, hasta los actuales Juan Diego Flóres, Claudia Llosa, Gianmarco, Sofía Mulánovich, Kina Malpartida, Pizarro, Farfán, Damaris y muchos más quienes, siguiendo el mismo camino, nos envían el triste mensaje a todos los peruanos de que solo si demostramos algo fuera de nuestro país es que realmente valdremos y existiremos.

Lo de afuera sí vale

Sin embargo ninguno de estos personajes mencionados es un auténtico representante de la peruanidad, de la cultura peruana (aunque los gobiernos los utilicen como "productos de exportación y como la demostración de que estamos en el mejor de los mundos posibles"). Ellos, siendo buenos en su oficio, no son el resultado de lo que realmente somos sino se trata por el contrario de esfuerzos absolutamente privados, personales, carentes de toda participación colectiva nacional. No son el resultado de nuestra historia ni de nuestra realidad. Lo que ellos son y lo que tienen se lo deben principalmente a la manera cómo se hacen útiles a las causas e intereses de otros países, pero no al del nuestro. Nuestro fútbol es una prueba palpable de ello: como aquí éste es un desastre entonces miramos embelezados cómo juegan nuestros compatriotas en los equipos europeos. ¿Son esos valores y objetivos los que construyen una nación? Difícil es “levantar cabeza” solo sacándola por la ventana.

Los auténticos representantes no son el modelo a seguir

Ninguno de ellos sigue el ejemplo contrario demostrado por personajes como Chabuca Granda, Felipe Pinglo, César Vallejo, J.C. Mariátegui, J.M. Arguedas, Pedro Suárez Vértiz, Raúl García Zárate y otros muchos más quienes se hicieron entre nosotros a puro pulso y tomando en cuenta nuestra propia realidad y nuestras limitaciones. Ante su ausencia estamos buscando afuera un consuelo por lo que no podemos ser aquí, sin tomar en cuenta que el éxito personal no siempre va de la mano con la realidad por la que atraviesa un pueblo.

El falso refrán como consuelo

Pero hay quienes dicen que nadie es profeta en su tierra. Eso es completamente falso. Pregúntenle a los Beatles, a Michael Jackson, a los Angeles Lakers y a muchos personajes y artistas norteamericanos y europeos más si están de acuerdo con eso. Todos ellos son profetas en sus tierras. Incluso en Argentina y en Brasil los que triunfan son sus propios connacionales. En la misma Bolivia los Kjarkas son ídolos sin necesidad de haber tenido premios internacionales. Sin embargo los medios locales, en el afán de demostrar que este "sistema" neoliberal promovido por el poder es el mejor nos presentan a estos peruanos (algunos quienes hace mucho dejaron de serlo por haber vivido toda su vida en el extranjero o por poseer otra nacionalidad) como la demostración de un éxito cuando en realidad no lo es. Ninguna institución nacional, pública o privada, contribuyó para que ellos hicieran lo que hicieron. Entonces ¿a mérito de qué las autoridades se suman al “triunfo” de ellos cuando en nada participaron para conseguirlo? ¿De dónde viene esa relación que hace el gobierno entre Neoliberalismo y triunfo peruano, si más bien es por el nulo apoyo interno que dichos personajes tuvieron que migrar?

¿Hasta cuándo?

No se puede esperar que nuestra mentalidad sumisa y rebajada cambie poniéndonos a aplaudir y alabar justamente al mal que nos aqueja. Con esta actitud los niños solo aprenderán que el único camino es salir al extranjero porque aquí no hay nada que hacer. Siempre pensarán que solo cuando eres bueno allá es que aquí te harán caso. Como conclusión: los mejores peruanos migrarán para hacer carrera afuera derramando todas sus virtudes y logros para el uso de otros y no para nuestro país. Por lo tanto, si no empezamos a cambiar esta forma de vernos —haciendo un llamado de atención sobre lo malo que resulta resaltar este tipo de fenómenos— continuaremos esperando que alguien que nació aquí haga algo afuera para que recién podamos alegrarnos y decir: “qué lindo es el Perú”.

lunes, 20 de julio de 2009

Preocupados por nuestro país

NOTA: Artículo de reflexión publicado por el Dr. Juan Borea Odría, Director del Colegio Héctor de Cárdenas, con motivo de las Fiestas Patrias peruanas.

Las Fiestas Patrias nos ofrecen la oportunidad de viajar a algún hermoso lugar de nuestra patria; también nos dan algunos días liberados del ritmo avasallador de lo cotidiano en que podemos dedicar un tiempo a la reflexión. Cuando una persona no se da espacios de reflexión es inevitable que pierda mucho de su decisión personal y acabe bailando al ritmo de lo que otros tocan.

Como ciudadano, reflexiono sobre los últimos meses y sobre los venideros y siento preocupación. Los conflictos que estallaron violentamente están lejos de haberse resuelto; están solamente postergados, y nuevos conflictos aparecen en el horizonte. No todo conflicto es malo; es un dato histórico que las sociedades avanzan en medio de los conflictos; y si éstos no existiesen los “statu quo” adquirirían patente de eternidad. Entonces… ¿cómo convertir el conflicto en germen de una nueva situación favorable para la mayoría?

Las causas de los conflictos

El primer paso es el conocimiento de las causas que los originan, de la situación de los actores y del entorno en que se desarrollan. En este paso hemos fallado mucho en los últimos tiempos y de manera especial en el conflicto que afectó a las comunidades amazónicas. Cantidad de visiones borrosas, prejuiciadas, ignorantes o interesadamente deformadas se mezclaron con las visiones más certeras, de manera que en ese mare mágnum de opiniones era difícil separar el trigo de la paja.

Los intereses mutuos

Un segundo paso, cuando se conoce realmente lo anterior, es buscar los intereses de las partes involucradas. Que la palabra “interés” no se entienda de manera negativa. Cada grupo social tiene derechos e intereses legítimos que son precisos de armonizar con los de otros para llegar a la convivencia. Satanizar los intereses de otro grupo pretendiendo consagrar los propios como si fueran los de todos es una manera común pero equivocada de enfrentar las situaciones.

El diálogo concientizador

Una vez determinados los intereses, viene el trabajo de diálogo, que debe empezar con hacer que cada grupo tome conciencia de sus auténticos intereses (no siempre se es consciente de los mismos) y tome también conciencia de lo que interesa al adversario (lo que se llama ponerse en los zapatos del otro). Sin este paso previo se cae en un “diálogo de sordos” condenado al fracaso. El diálogo requiere muchas veces de un intermediario que actúe como catalizador y ayude a procesarlo.

La solución con conseciones

Producido el diálogo, debe venir una solución. Una solución requiere mutuas concesiones para avanzar. Es responsabilidad de quienes intervienen en ello que estas concesiones no afecten la convivencia, los derechos, ni el ethos que da sustento a los grupos humanos. Cuando este proceso no se produce, queda expedito el camino de la violencia, que puede expresarse en enfrentamientos abiertos o en el sojuzgar de unos sobre otros, que es igualmente violento, aunque se pueda confundir equivocadamente con la paz (sería en todo caso la “paz de los cementerios”).

Los actores responsables

En la solución del conflicto social hay muchos responsables. No sólo el Ejecutivo entra en danza. Hay responsabilidad de los otros poderes del Estado (Legislativo, Judicial, Electoral), de los Gobiernos Regionales y Locales, de las Iglesias, de las instituciones públicas y privadas, de los medios de comunicación social, de los dirigentes sociales. La preocupación que me asalta como ciudadano es: ¿tenemos instituciones capaces de enfrentar el conflicto? ¿Tendrán fuerza algunos actores sociales para suplir las evidentes carencias de otros actores?

La responsabilidad del ciudadano

En todo caso, también los ciudadanos “de a pie” tenemos un papel importante que jugar. Sentarse a criticar sin dar el aporte de la construcción social, de la información necesaria, de la educación propia y de quienes dependen de nosotros es, en el fondo, una traición a nuestro deber ciudadano. Porque solo se es ciudadano cuando se siente responsabilidad por el país y se honra esa responsabilidad con acciones.

Juan Borea Odría

Colegio Héctor de Cárdenas

Jesús María, Perú.

lunes, 13 de julio de 2009

Clásicos futbolísticos, clásicas luchas


Suele no ser prudente comentar sobre pasiones, pero a veces la ocasión lo permite a pesar del riesgo. Los deportes, las actividades físicas competitivas, son los canalizadores de las emociones de las masas. De no ser por estas válvulas de escape las inquietudes se acumularían y provocarían sublevaciones y guerras de todo tipo. Esto es el ABC de toda geopolítica que nos recuerda mucho a Roma y su "pan y circo".

En el caso de ciertos países, donde la carga de frustración es aún más alta, la necesidad de maximizar la importancia de los deportes es crucial, combinándolos con gran dosis de erotismo y tanatismo a través de las páginas de espectáculos. A todo eso se lo conoce hoy como "estrategias sicosociales". En cuanto al Perú en particular, el deporte por excelencia es el fútbol porque es de carácter colectivo y de género masculino, lo que permite su identificación con el segmento más agresivo de la población. Después de una jornada futbolística este sector, que es el de mayor potencial de violencia, es satisfecho en su necesidad de expansión y catarsis. Puede haber excesos, como las manifestaciones de las barras bravas, pero son mínimas comparadas con lo que podría generarse si no existiese el fútbol. En el conocido libro El fin de la historia y el último hombre del asesor del Pentágono Francis Fukuyama menciona que los gobiernos modernos deben fomentar e incrementar los deportes en las sociedades como modo de canalizar las fuerzas pasivas que, de no ser así, podrían estallar de otra manera.

En esta esquina, los blancos

Referente a esto, no deja de ser interesante el fenómeno de los dos equipos más populares del Perú, Alianza Lima y Universitario de Deportes (U), por cuanto, de algún modo, refleja los dos tipos de sicología que corresponden a esa polarización que siempre acompaña a toda sociedad. Normalmente los que son de la U suelen identificarse con los de clase alta en la medida que se asocia a dicho plantel con lo "blanco" (que a la vez incluye el prejuicio de ser lo inteligente y superior) puesto que originalmente era un equipo de estudiantes universitarios, que era el segmento más pudiente y culto del país en el tiempo en que se creó, a comienzos del siglo XX. Al mismo tiempo se lo asocia con el concepto de "limeño" y “campeón”, por lo cual muchos migrantes, en su proceso de asimilación a la capital, lo primero que hacen es "adaptarse" a la nueva sociedad “incluyéndose” como hinchas de la U.

En esta otra, los negros

En cambio al Alianza se lo asocia con "los negros", que a la vez son los pobres (pues, a diferencia de la aristocracia universitaria de aquel entonces, es el equipo que nació en el barrio, en el callejón, con pelota de trapo). Este representa a las clases bajas, a los desfavorecidos pero que son capaces de hacer "hazañas" como, por ejemplo, ganarles a "los ricos" de la U. Desde el comienzo de estos clásicos la historia relata dichas experiencias y la verdadera fiesta no es en realidad cuando gana la U —puesto que se supone que "los patrones siempre deben ser los mejores"— sino cuando gana Alianza, que es cuando ganan los pobres, los de abajo. Normalmente son los sectores más emocionales de la población peruana, los que de algún modo están inconformes con la sociedad y gustan de apoyar al más débil, los que hinchan por este equipo.

El más popular

Pero lo que resulta sintomático es una reciente encuesta de la universidad Católica (http://blog.pucp.edu.pe/fernandotuesta/alianza-lima-en-lo-mas-alto) la cual indicó que la popularidad de Alianza era superior a la de la U. Estas cifras solían ser antes muy parejas, pero el hecho que se inclinen ahora hacia Alianza podría interpretarse de varias maneras: como que la población menos favorecida se ha incrementado, como que la migración hacia Lima ha aminorado, como que los provincianos están perdiendo el temor de serlo frente al limeño, como que ya no existen los limeños que puedan discriminar a los provincianos o como que los índices de pobreza han aumentado. Estamos haciendo una especulación sobre los resultados esperando que, más adelante, puedan surgir otras lecturas o diferentes explicaciones.

De dónde viene lo clásico

Se reproduce así, cíclicamente, en este tipo de eventos, el "clásico" combate, muy bien especificado en el circo romano, entre el mirmidón y el reciario, entre el cielo y la tierra, entre Escorpio y Cáncer, entre los dioses y los hombres, entre los ricos y los pobres. Esa es la causa de la pasión que despierta todo clásico a nivel mundial, pues éstos se dan en todas partes y en todos los deportes (en Argentina, por ejemplo, el equipo Boca Juniors es el equivalente al Alianza Lima, como River Plate, denominado como “los millonarios”, lo es a la U). Este es el combate que mantiene la vida y mueve las aguas llevando a las masas, a través de un discurso no verbal, este ejemplo de lucha eterna el cual dice: la vida es un ir y venir, es un día y una noche, un nacer y un morir, un ganar y un perder, es dominación y es libertad, es riqueza y es pobreza. Ese es el mensaje final que todo clásico encierra (recordando que clásico quiere decir desde muy antiguo, desde siempre, desde el inicio de los tiempos).

jueves, 9 de julio de 2009

La educación no es el maestro


Es triste y desastroso el papel que, en materia educativa, llevó a cabo el gobierno peruano de Alan García en su segundo período. Efectivamente, el único objetivo que tuvo fue desarticular al Sindicato Único de Trabajadores de la Educación Peruana (SUTEP), esto por encargo de la derecha, cuya obsesión permanente es desaparecerlo por ser la fuerza política-sindical más grande e importante del país.

Todo el proceso “evaluativo” llevado a cabo no fue más que una estratagema para socavar y debilitar a las bases del sindicato. Fuera de este empeño eminentemente político, lo demás resultó todo una desgracia (intencional). A eso se agregó la desaparición física del Ministerio de Educación (con el fin expreso de no darle oportunidad al SUTEP de tener un “enemigo visible” donde reclamar y concentrarse) y la realidad de las cifras de inversión: el presupuesto para educación fue el más bajo en toda la historia del Perú.

Salvo el maestro el resto es ilusión

Pero aparte de la corrupción acostumbrada con respecto a las obras y las compras típicas del partido aprista, estuvo también la idea transmitida al pueblo de que “educación es sinónimo de maestro”. Esa es una verdadera falacia que, lamentablemente, ningún pedagogo serio se atrevió a aclarar. Los educadores de prestigio, con tal de no enemistarse con el gobierno y parecer “antisistemas” (verdadero temor de todos) callaron la boca y no aclararon que la educación no se basa solo en el maestro. La educación es una especialidad y una tecnología complejas, que va más allá de lo que diga el profesor en el aula. Implica, como eje más importante, la política educativa y las normas, además de una currícula; en pocas palabras, lo importante no es EL CÓMO (el maestro) sino EL QUÉ (la materia a enseñar). Todo eso, mas una serie de elementos fundamentales para la formación de un pueblo, fueron obviados olímpicamente tanto por el gobierno como por sus temerosos cómplices, los expertos en educación. Todos se subieron al carrito de “la educación es el maestro” y arrojaron al tacho del olvido cientos de años en el arte de educar y miles de conceptos científicos más sobre cómo hacerlo. Todo fue el maestro, el maestro, el maestro…

La educación siempre es peligrosa

Y así el libreto consistió en el discurso siguiente: “El maestro es el único responsable de la educación, y como la educación está mal en el Perú, pues el maestro es el que está mal. ¿Y por qué está mal? Por los paros, marchas y politiquería del SUTEP. Conclusión: si queremos una buena educación entonces eliminemos al SUTEP”. Esta fue la estrategia seguida y no hay que ser maquiavélicos para diseñarla. ¿Alguien la ha denunció? Entonces se trató de una operación política elaborada por gente de un gobierno para quien educar al pueblo siempre sabe a crear más “antisistemas”, más revoltosos, más revolucionarios que van a protestar y reclamar derechos aprendidos en las aulas. La educación auténtica, ese tipo de formación que apunta a transformar al hombre y hacerle ver su realidad, es la clase de educación que ningún gobierno tradicional latinoamericano quisiera ver para “su” pueblo. Por eso es que se busca que las cosas se mantengan como están, que las diferencias sean cada vez más abismales entre los de arriba y los de abajo, cosa que facilita el usufructo del poder y hace gobernables a los ignorantes. La educación en el Perú, al igual que en la mayoría de los países de Latinoamérica, es la piedra angular que permitirá forjar para el mañana, o un rebaño de seres aplastados, o una humanidad digna y consciente de su destino y de sus obligaciones y derechos.

Los “chicos malos” del pato Donald

Todos podemos identificar a un ladrón de carteras porque lo vemos vestido de ladrón y corriendo delante de un policía. Para la sociedad el malo, el violador de las leyes y el culpable de los delitos es ese personaje. Pero lo que le es difícil de concebir al hombre común es que la autoridad, el dueño de las empresas o el político conocido puedan ser, igualmente, un ladrón o un asesino. Sus influencias, sus acciones y su alcance es de tal magnitud que casi nunca se descubre la forma de demostrar que realmente se trata de un delincuente.

Hacerlo sería señalar que todas sus amistades y relaciones de algún modo también lo son, cosa que llevaría a demostrar que toda la sociedad está dirigida por un grupo de mafiosos. Esta idea es demasiado grande y compleja para la mente de un ciudadano normal. La gente simple se basa en esquemas sencillos para entender la vida. Las relaciones humanas suelen encajarse dentro de arquetipos para poder ser entendida, cosa que hacen todas las telenovelas, donde presentan de ese modo a las personas. Cada quien representa su papel y viste y actúa según sea lo que es. El sacerdote es un hombre de fe, el millonario un emprendedor, el ladrón un malvado, la mujer un ser que ama y así sucesivamente. Ir más allá de eso es pedir demasiado.

Las apariencias engañan… y siguen engañando

Cierto que durante siglos la humanidad ha repetido hasta el cansancio que no hay que dejarse llevar por las apariencias, pero eso es algo que morirá con nuestra especie: las apariencias lo suelen ser todo. Por más que uno sea lo que es, si también no se parece a ello, entonces no se es. Decir que alguien es rey y no tiene el aspecto de rey es pretender que el humano normal tenga un razonamiento propio de filósofos. Este es el sustento sobre el cual se asientan todos los delitos y estafas que requieren de la credibilidad de una sociedad. Aquellos cuyas pretensiones van más allá de una simple cartera o un monedero saben que lo primero que tienen que tomar en cuenta es cuál es el esquema mental de la sociedad en que vive. De acuerdo con esos principios es que forma su estrategia para alcanzar sus fines. De ahí que, finalmente, a fuerza de emplear esta astucia, estos logran escalar hasta los puestos más altos para realizar, desde allí, los delitos que ellos ambicionan. Desde esa altura saben que se encuentran más allá del bien y del mal puesto que la ley, hecha solo para los ladrones callejeros, no los alcanza.

La mujer del César

Del mismo modo pasa con la política. Para el pueblo es más fácil identificar a los “líderes malos” cuando se los presenta caricaturizados como tales, al igual que los “chicos malos” de la conocida historieta del Pato Donald de Disney. Los políticos más astutos utilizan este camino y siempre aparentan semejarse a la imagen del “político serio y correcto, sin los ademanes y expresiones típicas de los dictadores y autócratas”. Cuando la gente ve a un personaje en lo primero que piensa es en si se parece o no al esquema preestablecido, de modo tal que pueda así decidir “quién es el bueno y quién es el malo”. La importancia de seguir el libreto es tan grande que, aunque se sea exactamente lo opuesto, la apariencia siempre se impondrá sobre los hechos, de modo que el que viste y habla como dictador siempre será un dictador y merecerá todos los adjetivos negativos, mientras que el que viste y habla como un “señor” (como un empresario) será visto como una persona correcta y honorable.

De personajes y caricaturas

En la política contemporánea sucede tal como estamos diciendo. Los medios de comunicación son duchos en resaltar las características típicas de aquellos que se asemejan a estos esquemas y muestran a los personajes como lo hacen las películas. Individualizan a cada uno para que se adecúen lo más posible a las imágenes que corresponden a cada quien, logrando de este modo convencer, incluso a los más inteligentes, de que de eso se trata: de ser y de parecer. Por ejemplo, aquellos que son considerados como enemigos del “sistema” (entendiendo a este como el dominio que tienen del mundo las grandes transnacionales) son presentados de la manera más parecida a lo que la gente llamaría “el malo”, y eso incluso cuenta con la complicidad de ellos mismos puesto que les agrada parecer diferentes pensando que eso los beneficia ante sus pueblos. Personajes como Chávez, Morales, Ortega, Ahmadineyad y otros líderes como los de Corea del Norte visten, gesticulan y actúan como el guión exige que lo hagan, mientras que los que defienden al sistema hacen totalmente lo contrario. De este modo es cómo se realiza la llamada “satanización”, que es la forma de convencer al pueblo que tal cosa o tal persona es a quien él debe rechazar por encarnar todo lo negativo que existe en la vida y en la sociedad.

Lo que no se ve no existe

Mientras tanto, amparados en esta puesta en escena, los verdaderos titiriteros se encuentran ocultos entre las sombras y no necesitan ser nombrados porque realmente no son percibibles. Cuando alguien intenta denunciarlos, el público pone sus ojos en el escenario y, obviamente, no los ve; y como no los ve entonces no existen. Es lo que pasa en el caso concreto de organizaciones como la CIA, el brazo ejecutor de los planes del imperio norteamericano: en vista que sus operaciones se hacen en secreto no son posibles de ser detectadas, pasando sus denuncias a formar parte de las llamadas “teorías de la conspiración”, que es como ridiculizan a aquellos que piensan que las cosas no son como parecen. Todo aquel que intente demostrar lo que se hace a ocultas del público termina siendo acusado de conspirativo y de paranoico, con lo cual sus afirmaciones acaban siendo solo meras especulaciones enfermizas.

Demasiado grande para verse

Un caso palpable es el del golpe militar de Honduras del año 2009, donde se pusieron sobre la mesa a todos los personajes en cuestión pero se dejó de mencionar al más importante y al único gestor de todo lo que pasa en el mundo: Estados Unidos. Ese país es demasiado grande como para acusarlo, demasiado poderoso como para identificarlo como “el malo” (lo mismo que una hormiga no tiene la capacidad de darse cuenta de la existencia del ser humano, por ser excesivamente enorme como para detectarlo). Cuando actúa lo hace siempre a escondidas y mediante presiones internas, nunca a la luz pública, de tal modo que todo se centraliza en los pobres latinoamericanos que sufren las consecuencias de ello y en aquellos que se lanzan a favor y en contra, como es el caso del señor Hugo Chávez, a quien los medios masivos sindican como el actual interventor en toda la política latinoamericana “olvidándose” que es Estados Unidos quien tiene la exclusividad en el mundo de hacerlo, incluso con invasiones militares. El gigante, entonces, es tan grande que no se ve. Cuando interviene lo hace de modo tal que nadie lo percibe a través de mecanismos que al pueblo le son incomprensibles (la economía, la diplomacia, etc.) y de tal forma que todos ponen sus ojos acusadores en los pequeños líderes de turno, caricaturizados, creyendo que ellos son los verdaderos responsables de todo lo ocurrido. Esto es lo que ocurre en nuestro tiempo y así se manejan las cosas. Cambiarlo parece imposible a no ser que aparezcan personas más astutas pero honestas que logren torcerle el espinazo a los que hoy manejan el mundo a su antojo.

martes, 7 de julio de 2009

Cuando un ídolo muere

Resulta sintomático que, en plena crisis económica que afecta principalmente la estructura del sistema capitalista un ídolo popular como Michael Jackson pase a mejor vida. Son esas confluencias de la vida que parecieran ser llevadas por una mano misteriosa que intenta decirnos que los hechos nunca son aislados. Con Jackson se va también mucha historia y un modelo de hacer dinero a través de la música.

Recordemos que todo empezó con el invento del fonógrafo, cuando se vio que ese aparato que reproducía el sonido podía convertirse en un buen negocio. La tierra más fértil para tal pensamiento no podía ser otra que Estados Unidos, una nación que surgió primero como una esperanza para los que buscaban un mundo mejor y que terminó siendo el mercado ideal que las nacientes ideas capitalistas necesitaban para imponer la Modernidad comercial. Hasta antes de dicho aparato la música no ocupaba otro espacio que el que siempre tuvo a lo largo de la historia de la humanidad: las plazas y los palacios de los poderosos. La música era indesligable del músico en vivo y había que contar con él inevitablemente.

Nace un producto

Todo cambió con la comercialización del fonógrafo. El músico ya no fue necesario más que para la grabación inicial. A partir de ahí su obra podía ser escuchada de un modo infinito, mientras se pudiera reproducir lo grabado. Surge entonces, en ese momento, el negocio de la música, un negocio que en sus inicios fue modesto pero que a la larga alcanzó una magnitud insospechada. Con el tiempo los gestores y dueños de este comercio se dieron cuenta que habían otros elementos complementarios además de la música y que también rendían dividendos. En ese momento nació el llamado merchandaising musical, toda la parafernalia colateral alrededor de la música.

De artista a personaje

Fue así que, de haber sido los músicos simples empleados para las fiestas y celebraciones oficiales y populares, pasaron a convertirse en figuras especiales, en superdotados convertidos en héroes para millones de personas. La industria necesitaba superlativizarlos para poder venderlos como objetos maravillosos. En torno a ellos se inventó toda una serie de elementos que iban desde la leyenda hasta la vida tormentosa que tanto atrae a la gente. Un artista, para ser vendedor, tenía que tener atributos adicionales además de su propio arte. Muchos no pudieron atravesar esa barrera porque no encajaban en el nuevo arquetipo del artista. Eran demasiado modestos, físicamente poco atractivos y carecían de “defectos” que hacen el encanto del ser humano común y corriente que no los puede tener por estar más allá de su capacidad de solventarlos.

El comprador decide

Es de este modo cómo, entrado ya el siglo XX, los artistas populares lentamente dejaron de ser señores adustos y muy profesionales para convertirse en lo que el imaginario del consumidor, del comprador de sus productos, quería. Quedó solo para la llamada música clásica todo aquello que el pueblo no podía asimilar por su excesiva complejidad y lejanía con el pueblo. Los Bach, los Mozart, los Paganini y los Verdi fueron sacados del olimpo de los dioses por no encajar dentro de los esquemas del consumo masivo. En su lugar se colocaron los cantantes populares, jóvenes y hermosos, que satisfacían intereses más allá de los meramente musicales.

Cuesta abajo

Llegamos así a inicios del siglo XXI, en el que la industria, que tanto dinero reportó a los bolsillos de los conductores de las empresas de sonido, se ven afectadas por otro invento: la Internet. Si bien no es un golpe mortal, dio inicio a la decadencia del negocio por cuanto ya no es posible hacer las grandes cifras de antaño. El pináculo de esa época fue el señor Michael Jackson, quien fue el responsable de crear los éxitos más lucrativos de la historia de la música. Fueron los tiempos dorados en los que el consumo se elevó a cifras nunca antes vistas. Pero también el fue el punto culminante a partir del cual todo sería cuesta abajo. Ya no fue posible dominar el soporte donde la música se guardaba. Ahora se podía acceder de manera gratuita, sin que le productor cobrase por ese servicio.

Vidas de ensueño

Hoy el negocio ya no es como antes aunque aún produce millones, fundamentalmente por las llamadas regalías por la reproducción en otros medios (como la televisión, la radio, etc.) y por la publicidad y las entradas a los conciertos. Sin embargo el viejo disco, el elemento donde se encuentra el sonido, ya no es el centro de las ganancias. Pero a pesar de eso quedan todavía las ilusiones, las fantasías y los sueños que esos músicos, convertidos en seres casi mágicos, provocan en el ciudadano común. Al igual que los gladiadores del circo romano o los poetas de edad de oro griega, los artistas populares concentran todos los afanes y frustraciones del hombre contemporáneo.

Todo pasa

¿Qué hay de cierto en todo esto? La misma certeza que existe en la fantasía y en las esperanzas de las mayorías. Todo ello se desvanece pronto, todo demuestra lo efímero y lo frágil del tiempo vivido. Quedará en la memoria de los que lo experimentaron, pero las nuevas generaciones solo lo verán como una referencia, como un pasado extraño e incomprensible, algo propio de sus progenitores y de cómo ellos veían el mundo cuando eran jóvenes. El negocio cambió, el mundo también y las emociones vividas se desvanecerán al igual que las de los humanos de hace miles de años quienes también pensaron que su tiempo era infinito.

El alto precio de la fama

Artistas como el señor Jackson, lo mismo que otros en la música y en el deporte, solo fueron instrumentos al servicio de una industria y pagaron el precio por ello. Convertirse en productos sacrificando sus vidas comunes nunca será algo fácil de soportar y normalmente acaba por consumir el sencillo espíritu del artista para quien, el único objetivo de su vida, era hacer su arte, no asumir un papel que exigía dedicarse más a lo superficial y colateral que al fondo de su oficio. Sin embargo, a pesar que esto se sabe muy bien, muchísimos individuos, casi siempre con muy pocas aptitudes artísticas, están dispuestos a ser tratados de la manera que sea con tal de convertirse en esos productos, semejándose a esos esclavos que, voluntariamente, se acercaban a las subastas para ofrecer sus servicios al amo que lo deseara.

sábado, 4 de julio de 2009

De Tío Sam a “padre” Sam


La secretaria de estado del demócrata Bill Clinton, Madeline Albright, en el otoño de 1999, siete meses después de los bombardeos iniciados por EE.UU. sobre Belgrado, dijo lo siguiente: “EE.UU. es bueno. Tratamos de hacer lo mejor en todas partes.” Cuando le preguntaron por la muerte de más de medio millón de niños iraquíes debido a las “sanciones económicas” dirigidas por EE.UU., Albright dijo a la televisión CBS que “pensamos que es un precio que vale la pena pagar para hacer progresar los objetivos políticos fundamentalmente honorables de EE.UU.”

Esta no es otra cosa que una lógica imperial, la del más fuerte y del que tiene la sartén por el mango: decretar que se es, por esencia, el bien, y que todo que se hace es lo correcto. Al pensar en eso no se puede dejar de recordar nuestra infancia que ilustra de la mejor manera este aspecto sicológico. Cuando uno es niño y está en calidad de sujeto pasivo todo lo que el mundo es lo conocemos a través de nuestros padres, quienes son los primeros en indicarnos qué es y qué no es en la vida. Mientras estamos bajo su dependencia total no podemos pensar de otra manera pues es la única fuente de verdad que tenemos. Pero cuando pasa el tiempo y empezamos a conocer otras opiniones es donde comienza la duda razonable para darnos cuenta que puede ser que nuestros progenitores no tengan toda la verdad.

La verdad es siempre relativa

Allí se dan inicio a los conflictos con la autoridad pues descubrimos que existe el factor relativo en la vida, en el sentido que rápidamente somos conscientes que la verdad absoluta no existe en la vida ni en la naturaleza. Esto ocurre en todos los pueblos de la Tierra y nadie se excluye de esta percepción (a no ser que se trate de un ser discapacitado y absolutamente dependiente). Es en ese momento, cuando diferenciamos lo que nos dicen los padres de lo que encontramos fuera del hogar, que se produce la rebeldía y la oposición, la confrontación y la evaluación, el intercambio de opiniones y hasta el rompimiento. Ello es fundamental por cuanto, si no fuera así, la humanidad no cambiaría nunca y seguiríamos siendo los mismos de siempre después de millones de años.

La verdad soy yo

De modo que, retomando el concepto que motiva nuestro escrito, podríamos decir que Estados Unidos, el “padre” de la humanidad actual, sostiene sus verdades en la fuerza de su poder, en el hecho concreto que es el que da las órdenes, sin necesidad de justificarlas. El argumento es el directo: yo tengo la razón porque soy bueno. Todo lo que hago es lo correcto porque soy el que manda. Ahora bien, sabemos que esa es una lógica inaceptable pero contra la que no podemos enfrentarnos sencillamente porque estamos sometidos, como el niño que no tiene capacidad de negar al padre sencillamente porque éste lo carga y lo pone en el sitio que quiere. Pero ¿somos niños de pecho que no tenemos opción de cuestionar las verdades impuestas? Veamos.

Amor interesado

Mentalmente no lo somos puesto que nos damos cuenta de la sinrazón y del engaño en el que vivimos. Entonces ¿qué sucede, por qué terminamos por asentir, mudos, esa forma de pensar sin oponernos? La respuesta parece obvia: por interés. Ante el gigante es bueno someterse simplemente porque, si no lo haces, te aplasta. Así de simple. Es el imperio que no acepta contradicciones ni levantamientos de voz. Pero lo terrible es que nunca faltan los serviles que cogen estos argumentos como verdaderos y los creen a pie juntillas, como mandamientos sagrados. Esos son los que adoran al imperio y se mueren por pertenecer a él, por nacionalizarse y ser tratados como uno más de sus ciudadanos. Y la razón es también muy simple: por los beneficios que de ello obtienen. Pero la pregunta que nos suscita es: ¿harían lo mismo si Estados Unidos fuesen un país como el Congo o Bolivia? Indudablemente que no puesto que es un “amor” interesado. Lo quieren porque es fuerte y poderoso pero no porque lo piensen y sientan.

Sin negación no hay madurez

En nuestras naciones sometidas existen muchos que actúan con esa lógica y les va muy bien pues pueden disfrutar de un estatus privilegiado de ser ciudadanos de primera clase. Viajan cuantas veces quieren al imperio y hacen negocios con él, convirtiéndose así en mandamases en sus países de origen. Es por eso que se vuelven profetas del modo americano de vida y alaban a ese país más que al suyo propio, al que ven atrasado y sin salida. Todo esto lo hacen por simple oportunismo, el mismo que se veía cuando Francia, a mediados del siglo XIX, era también una potencia mundial. Lamentablemente estos individuos abundan y casi siempre son los que pertenecen a los estratos más altos y privilegiados de la sociedad, siendo finalmente quienes asumen el poder y convierten a sus naciones en dependientes absolutas del gran poder de turno. Observando la composición del poder en América Latina descubrimos que ese fenómeno es una constante. Esta es una lógica perversa que solo mediante la negación al “padre”, o sea, con la madurez, se puede superar y combatir.

viernes, 3 de julio de 2009

Qué es, entonces, ser peruano

Según todos los historiadores, y no hay uno solo que lo niegue, el mundo que existía aquí antes de la llegada de los españoles era mucho mejor, más organizado y coherente con la naturaleza que el europeo (que venía de una terrible Edad Media, llena de represión, fanatismo y pestes). Quinientos años después de su llegada, estas tierras no se ha igualado hasta ahora ni de lejos esas condiciones de vida (que no eran perfectas, porque también tenían sus espantos, pero eran mejores. Qué le vamos a hacer).

Lo cierto es que el período de la Colonia ha durado hasta ahora más de 500 años, etapa que se caracteriza por una dependencia a la metrópoli en todo orden de cosas: en lo económico, en lo social y en lo cultural. Nuestras independencias políticas no han acabado con aquellas (según dicen la gran mayoría de expertos en el tema y que sería ocioso citar aquí). La dependencia colonial consiste, en todos los casos, en el establecimiento de un grupo social dominante, conformada fundamentalmente por personas de un biotipo racial blanco (en nuestro caso) como eje integrador, quienes se encargan de preservar el orden y la relación de dependencia de dicha nación con la metrópoli dominante de turno (primero España, luego Inglaterra y ahora EEUU, respectivamente).

Intermediarios del imperio

Dicho grupo social es exclusivo y excluyente, posee por lo regular toda la riqueza del país y emplea como trabajadores laborales y personales a otro grupo social dominado, caracterizado por lo general, en América Latina, por ser de origen nativo que incluye todo tipo de mestizaje indefinido. En otras regiones, como la africana o la asiática, los grupos dominados corresponden a nativos fundamentalmente negros y asiáticos oceánicos (además de un sinnúmero de denominaciones de todo tipo). Por lo general, como lo fue en la Sudáfrica del siglo pasado con respecto a Inglaterra, los grupos dominantes se apoyan en pactos secretos y no tan secretos con las grandes empresas o naciones para no verse así sobrepasados en fuerza por los dominados. En la actualidad tenemos un caso muy claro en el Perú con el llamado TLC con EEUU, mecanismo que va más allá de un simple acuerdo comercial porque apunta a poner de aval al gran país del norte en caso que alguien pretenda alterar “el sistema”. Es, entonces, una garantía de que “las reglas no serán cambiadas por ningún tipo de elecciones o gobernantes”.

Los pocos deciden por los más

Los grupos dominantes mantienen su predominio defendiendo a su nación. Se sienten muy bien siendo “cabezas de ratón” y exhiben contentos sus banderas en toda clase de eventos, como lo hacen los mini países petroleros árabes que se pasean en las olimpiadas para alegría de sus reyes ultramillonarios, aunque sus atletas no ganen ninguna medalla. Es decir, las nacionalidades y nacionalismos son fenómenos que surgen con la desaparición de los grandes imperios que optan por otro sistema de sujeción (el comercial) dejándoles a los jefes de turno el mando político. Los pueblos dominados súbitamente se ven, de estar arrodillándose ante un rey europeo, yendo sin saber por qué a votar para elegir un presidente. Efectivamente, la forma de gobierno ha cambiado pero los ricos siguen siendo ricos y siguen mandando, y ellos, los dominados de siempre, siguen estando en lo mismo.

Dos miradas, dos posiciones

¿Qué es, entonces, ser peruano? Supuestamente es haber nacido en el Perú y residir aquí con una documentación que lo acredite. Pero obviamente no es lo mismo haber nacido en cuna de oro, con genes superiores heredados, que nacer entre las carretillas del Mercado Central. Ambas personas representan al Perú, pero una representa a un tipo de Perú, al de los blancos dominantes, mientras que la otra representa a los sin nombre ni oportunidades. Vivimos así entre la “República de blancos” y la “República de indios”, como lo especificaba el virreinato del Perú. Unos peruanos piensan que deben mantener las relaciones con los países desarrollados manteniendo ellos la batuta local mientras que otros piensan que esa forma de vivir no es la mejor. De este modo estamos ante dos tipos de peruanidad, de pertenencia a una nación, con dos objetivos distintos de cómo mantenerla y conducirla. ¿Cuál de estas dos peruanidades es la correcta, es la mejor? Ese será el reto para los que mañana se encuentren ante la alternativa de tener que elegir.