A no ser que hagamos una mala lectura, todo indica que estamos ante una crisis del llamado Neoliberalismo en el mundo. Especular sobre sus causas es un largo debate en el que, hasta ahora, nadie se pone de acuerdo. Pero de que algo tiene que cambiar, eso sí es cierto.
Ante ello no queda otra cosa que volver al terreno de las ideas, a lo teórico, dado que la aplicación, lo práctico, lo necesita. Mientras la gran mayoría de la humanidad es un ente pasivo, solo el pequeño grupo de conductores de la industria se encuentra en un frenético movimiento procurando salvar el esquema de la sociedad de libremercado. Unos son lo que hacen y otros los que esperan. Pero ¿qué esperan? ¿Acaso más de lo mismo, corregido y aumentado?
La pregunta es si esta crisis servirá para que las cosas continúen como están, pero mejor para los de arriba, o si es que en algo servirá para que los de abajo encuentren una mejora. Pero es dudoso creer que se impondrá lo segundo. Las preocupaciones de la economía norteamericana están en el orden de mantener la estructura y no sustituirla por otra, o sea, corregirla de tal manera que siga funcionando.
Ante ello muchos se preguntan ¿vale la pena insistir en el error, en la misma posología, cuando el paciente se agrava más con cada dosis? ¿Más de lo mismo no es un envenenamiento? Pero tal parece que la idea de los EEUU no va por ahí sino por políticas de un expansionismo imperialista que lo conduce, inevitablemente, a querer ser, si no el dueño del mundo, al menos la cabeza de él.
Ante esto ¿qué podemos hacer aquí en Perú? ¿Dónde están ahora los pensadores que alguna vez tuvimos? ¿Dónde los ideólogos, los políticos de pensamiento, los analistas críticos? Todo indica que la ola liberal se los llevó a estudiar Economía y otras actividades propias del triunfo privado e individual, muy lejos del interés social, ya que “el sistema había triunfado y él solo, por sí mismo, se encargaría de los demás”.
Como consecuencia de ello tenemos una izquierda que se remonta a los 60 puesto que la de los noventa no existe. Todos esos muchachos contemporáneos trabajan para las grandes empresas, para los organismos internacionales o para ONGs prósperas, pero ninguno se compromete con nada.
¿Qué hacer entonces? En mi opinión, actuar en actitud de crisis, vivir la crisis no solo como “un detalle de economía” como lo plantea el gobierno —y muchos en el exterior— sino verla como una oportunidad de cambio y de enmienda. Regresar a la época de las ideologías y plantearlas; abandonar la cómoda situación del sofá casero y salir a la política. Asumir que la crisis no es solo de cifras y que va a pasar, sino que es una oportunidad para hacer nacer opciones esperanzadoras para la humanidad. Usar el cerebro dormido de tanto hacer dinero y asegurar a los hijos.
Si no hay un sueño detrás, una promesa de vida mejor, un nuevo mundo por construir, no nacerán las grandes ideas y se seguirá debatiendo sobre lo dicho en el pasado, y se continuará sosteniendo que el sistema saldrá fortalecido y que, allí, la izquierda ocupará su lugar de siempre.
Muchas de estas reflexiones las encontraremos también en los libros de Mariátegui al comentar la crisis de la pre y la pos guerra primera europea. Ahí están muchas de las claves que podrían asumirse en forma de consejos para estas generaciones. Sin un compromiso personal, sin riesgo, las épocas de crisis resultarán inocuas y se habrá perdido el momento de enrumbar la historia.
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