sábado, 17 de diciembre de 2011
¿Muppets cajamarquinos? Veálos en el cine.
domingo, 23 de octubre de 2011
Las lecciones que dejan los asesinatos de Estado

Después de ver el espantoso drama de la muerte de Gadafi no queda sino sentir una honda preocupación por la manera cómo se resuelven las cosas en el mundo contemporáneo. Ver por un lado cómo la tecnología, que es tan amada e idolatrada por todos, sirve, principalmente, para el dominio y el control de la humanidad. No es un secreto que hoy existen grandes mecanismos como ECHELON —que es un sistema que filtra todas las comunicaciones del mundo, sean telefónicas o vía Internet— como también que los satélites que nos observan día a día son utilizados para saber dónde estamos y qué hacemos.
Claro, para muchos esas son tonterías o “teorías de la conspiración”, pero para la mayoría sin embargo se trata de algo bueno y justificable en vista que estamos amenazados por el “terrorismo”, y eso justifica que nos revisen hasta en nuestra intimidad en pro de nuestra seguridad. Más importante que nuestras libertades y derechos es la seguridad, pues sin ella no estaríamos vivos para reclamar todo lo demás.
Esta es la política actualmente seguida por Estados Unidos: hacer lo que le parece con el argumento que ello es por nuestro bien, por el bien de los países “libres”, que son aquellos que siguen puntualmente su política de Estado. Todos los principios que antes conocíamos como fundamentales tanto por las religiones como por la Doctrina de los Derechos Humanos han quedado de lado puesto que lo prioritario es combatir al enemigo que amenaza nuestra vida, nuestra forma de vivir y que nos odia y nos envidia. Ellos son todos esos líderes hollywoodenses transformados en satánicos dictadores de países pobres a quienes se les culpa de todos los males del planeta.
Pero ¿qué consecuencias puede traer todo esto? Pues que tarde o temprano se abrirá paso a una reacción similar a la que está ocurriendo ahora con respecto al capitalismo o a la sociedad de mercado: se lo negará. En algún momento el mundo reaccionará indignado ante la estrategia del miedo que justifica cualquier cosa —incluyendo el asesinato de Estado— puesto que así como el ser humano puede ser miserable y cruel igualmente tiene su contraparte que es la noción del principio de la tolerancia y el buen vivir. No olvidemos que siempre que una civilización entra en su etapa de corrupción final, como es el caso de USA, aparecen los movimientos opuestos que intentan reivindicar los valores perdidos o negados. Solo por poner un ejemplo recordemos el éxito que tuvo el Cristianismo en pleno auge del Imperio Romano y cómo sus “antivalores”, en vez de ser rechazados, fueron vistos como liberadores, como aquellos que podían enfrentarse a la maquinaria de poder que todo lo validaba por la seguridad del Imperio; incluyendo genocidios de pueblos “terroristas”.
Hoy vemos cómo la tecnología militar norteamericana es capaz de asesinar a sangre fría con sus drones (aviones sin tripulante teledirigidos) y cómo son capaces de distinguir una mosca en todos los puntos de la Tierra, de modo que nadie puede transitar por ningún lado sin ser detectado al detalle (que fue lo que ocasionó la muerte de Gadafi al ser reconocida su caravana al huir). De continuar esto mañana veremos a líderes y a personas comunes siendo amenazadas desde el aire sin que lo sepan si es que no acatan la voluntad del todopoderoso país. Los niveles de precisión son tales que pueden acertar a un automóvil sin afectar al que está a su costado (como se ha comprobado numerosas veces con las muertes de líderes palestinos en plenas pistas).
Por ahora la mayoría de la población, temerosa por los supuestos “terroristas” que nadie ve y que pueden estar bajo nuestra cama, acepta resignada porque piensa que es por su bien (como se piensa en todos los aeropuertos), pero eso lo que anuncia es la aparición de nuevos cristianismos anti imperiales que desarrollarán nuevas filosofías donde el vivir no sea convivir con el miedo y el guardián sino un nuevo acto de libertad plena y de convicción que la existencia no tiene que darse dentro de una selva misteriosa y maligna donde la consigna es matar para que no te maten. Así ha pasado antes y así pasará.
jueves, 20 de octubre de 2011
Ratas de laboratorio, esterilizaciones y Casas de espera

Una vez más los organismos internacionales creados, financiados y monitoreados por los países desarrollados occidentales aplican en los países menos desarrollados ideas que jamás llevarían a cabo en sus casas y con sus familiares. Del mismo modo cómo trabajan en sus laboratorios con las ratas experimentales imponen métodos similares y “efectivos” donde el ser humano no occidental sirve de experimento para diferentes propósitos.
sábado, 24 de septiembre de 2011
La felicidad. ¿Eso es todo?

jueves, 15 de septiembre de 2011
El reto de ser autodidacta
En una época como la actual, donde la obligatoriedad de una especialización y la oferta educativa son por decir menos desbordantes, la opción del autodidactismo pareciera ser obsoleta. Antaño se sabía de personas que superaban sus penosas limitaciones con un esfuerzo personal pues se enfrentaban a un medio que era adverso a la preparación y al conocimiento. Sin embargo, con el avance de la Sociedad de Mercado y su necesidad de gente idónea para cumplir las diversas tareas que existen, la opción por la capacitación es no solo una elección sino, por el contrario, una necesidad vital pues sin ella la persona correría el peligro de no ser competitiva o apta para el desempeño laboral, convirtiéndose en un ser marginal y con pocas probabilidades de sobrevivencia.
Entonces ¿qué sentido tiene insistir con una formación propia, ajena a los cánones que la época exige? Quizá ya no sea el superar un escollo o una incapacidad puesto que cada vez es más amplia la oferta y las facilidades para el estudio (aunque en algunos lugares del planeta todavía la educación sigue siendo un imposible); en el caso de una persona común que nace en una ciudad moderna o medianamente desarrollada la negación a ello es muy improbable que se dé. Las propuestas de preparación son múltiples y prácticamente es más difícil vivir ajeno a ellas que asimilarlas. Los medios de comunicación difunden profusamente cada día las nuevas tecnologías e ideas haciendo que la actualización de la población sea una constante.
Por ejemplo, hoy los sistemas educativos contemplan casi sin excepción la necesidad de cursos de computación dado que ésta forma parte indispensable del ritmo actual de vida. Ni siquiera los jubilados se salvan de entender cosas como “no hay sistema” en el momento que les anuncian que sus pagos mensuales sufren un atraso debido a problemas cibernéticos. Más aún, hasta las más veteranas ancianitas se han adaptado gracias a la pasión que los juegos de azar electrónicos despierta en ellas. Eso sin dejar de mencionar la profusión de teléfonos móviles que obligan al usuario a entender sus particulares y complejos lenguajes y códigos. Estar informado y actualizado es el estilo de la vida actual y uno no puede enajenarse de ello.
Precisamente cada transformación de era, cada giro fundamental que ha dado la humanidad se ha basado en aquellos que han procurado salirse de la corriente para ofrecer alternativas hasta ese momento insospechadas. Los constructores de pirámides o de monumentos impresionantes deben haberse enfrentado desde un comienzo a mentes convencidas que eso jamás se podría hacer puesto que era un imposible. Lo mismo aquellos que plantearon por primera vez la idea de que el cielo no era un techo sobre la Tierra sino una capa detrás de la cual existía todo un Universo. Propuestas de esa naturaleza no son posibles sin previamente rechazar la versión oficial y sugerir algo nunca imaginado. Parte de ese rechazo implica entonces una preparación particular utilizando fuentes inusuales que no es otra cosa que un autodidactismo.
¿Sería posible hoy —en un tiempo donde todo conocimiento no solo es bienvenido sino necesario, y donde hasta lo más disparatado se acepta y se difunde sin restricción— intentar dejar de lado los procesos formativos tradicionales para intentar metas más allá de las que se permiten? Particularmente pienso que sí, puesto que, aunque se diga lo contrario, tanto la Sociedad de Mercado como la Modernidad también tienen sus límites y sus tabúes, o sea, sus fronteras, las cuales no se pueden atravesar pues simplemente se desestabilizaría el sistema. Creer que éste es totalmente abierto y liberal, donde todo puede caber como en botica, es un mito puesto que siempre hay cosas que son fundamentales y sagradas las cuales no se pueden ni cuestionar ni trastocar. Quiere decir que siempre en toda sociedad habrá espacios permitidos y lugares prohibidos; la libertad absoluta no es real; todo tiene un límite.
En la Sociedad de Mercado las leyes del comercio son necesarias para que el acto de compra y venta esté garantizado en todo el planeta. Si un sector de la humanidad no lo respetara (como es el caso de ciertas sociedades tribales o algunos gobiernos reacios a adaptarse) el mecanismo no sería universal y podría ser cuestionado como “no único”, en el sentido que sería posible darse otro tipo de sociedades tanto o más efectivas que ésta. Ser realmente innovador implicaría, en estas circunstancias, no contribuir con más de lo mismo sino, por el contrario, poner en crisis las normas sosteniendo, al mismo tiempo, la expectativa de otra mejor. La historia de las transformaciones sociales demuestra que ello ha sido una constante.
Por lo tanto insisto en que el camino de autodidacta que elegí desde muy joven es el que creo más idóneo para la renovación de los espíritus. Sé que el no haber seguido integralmente las formas, el ser casi un iconoclasta o un rebelde de espíritu tiene sus consecuencias tanto gratas como ingratas —pues no se puede negar que trae como consecuencia una incomodidad en el prójimo y hasta un profundo desagrado en la medida que se desarticula aquello que a ellos les beneficia— pero ser innovador o un peculiar no significa ser apreciado o alabado; históricamente ha sido común ser visto como un hereje o un subversivo, por lo que ello resulta muchas veces muy malo para la salud (pues hay que confesar que las dudas y la sensación de fracaso acompañan siempre a quien lo intenta).
Mucha fuerza de voluntad se requiere para persistir en el empeño y no sucumbir ante la idea de haber errado en la vida. La falta de reconocimiento o, peor todavía, el no encontrar lo anhelado, son razones más que suficientes para pensar que uno se equivocó y que más vale pedir perdón para tratar de ser aceptado aun cuando ya las oportunidades hayan pasado. Lo único que queda entonces es persistir en el objetivo y trabajar la conciencia para no caer en la desilusión que lleva al suicidio físico o emocional.
domingo, 11 de septiembre de 2011
Una mirada filosófica al 11-S

Al cumplirse el décimo aniversario de un suceso tan crucial como el 11-S es necesario hacer una evaluación del mismo pero ya no desde la óptica de la geoestrategia militar sino desde lo que le puede atañer a la filosofía en la medida que dicho acontecimiento ha dado paso a una lógica discursiva que toca el ámbito de esta materia. En líneas generales se podría decir que ello da pie para poner sobre el tapete diversos problemas clásicos como los de la verdad, el valor, la justicia y la política.
Resumen
El 11-S es un suceso que ha originado una visión parcializada sobre el valor de la vida pues a partir de él se ha instaurado la creencia que existen vidas más valiosas que otras. También ha impuesto una visión de la realidad que va más allá de los hechos objetivos; según el entender de los científicos, que los han estudiado con seriedad, estos no coinciden con la versión oficial; sin embargo dicha verdad es la que debe ser asumida, al margen que sea un discurso que encaje sospechosamente con los intereses del poder de turno. Por otro lado este acontecimiento ha propiciado la implantación de una idea de justicia —que supera en primitivismo a la misma Ley de Talión— y donde lo justo es simplemente cobrarse venganza pero no en igualdad de condiciones, como decía ese antiguo proverbio, sino, por el contrario, hacerlo al mil por ciento, coaccionando y amenazando además a todos por igual, tanto a víctimas como a supuestos victimarios. Finalmente el 11-S ha gestado una noción de política que no se sostiene sobre principios sino más bien sobre finalidades y objetivos (el fin justifica los medios) siendo esto producto de una filosofía pragmática que no considera otra medida que no sea la del interés y el beneficio de los ricos por encima de los del resto del mundo.
Acerca del juicio humano
Desde un principio el hombre se percató que no era solo un actor dentro de la naturaleza sino también un observador, y que él le daba a los hechos una determinada interpretación según estos lo afectaran o no. Un terremoto que se diera en Marte, por muy fuerte que fuese, le resulta totalmente intrascendente a diferencia de que si éste sacudiera Nueva York. Quiere decir que la mirada sobre la realidad necesariamente pasa por el tamiz que el ser humano le otorgue.
Por ejemplo, tragedias que acaecen en lugares lejanos a los países desarrollados son asumidas como un suceso común e indiferente por la prensa mundial (por más que se trate de la muerte de miles o millones de personas) mientras que un simple incidente familiar producido en el corazón de una gran urbe puede tener connotaciones “catastróficas” para los medios de comunicación. Como se dice popularmente: “Todo es según el color del cristal con que se mira”.
Primer problema: el valor
¿Qué es el valor filosóficamente hablando? Es aquello que el ser humano considera que produce un bien. Es decir, algo vale porque es bueno. Lo que se aleja del bien es lo que carece de valor. Una roca que no tuviese ninguna utilidad práctica o que fuera muy poco deseada sería considerada como cosa sin valor. Si ésta en cambio poseyese una propiedad especial que la volviera útil y, por lo tanto, deseable, eso la convertiría en valiosa. Para Platón el bien no era algo relativo, no dependía de la apetencia humana para existir. La vida, por ejemplo, era para él un valor ajeno a la apreciación humana y debía ser reconocida por todos. Sin embargo en la Sociedad de Mercado el valor lo determina la oferta y demanda, de modo que una vida que no esté vinculada a la utilidad o al deseo prácticamente no vale nada y puede ser desechable.
En el caso del 11-S se ha desarrollado un criterio que da a entender que las vidas perdidas en tal atentado tienen un valor que está por encima de su realidad y cantidad, algo similar a cómo se ponderan a los héroes y se los sacraliza. Podrán morir muchos más seres humanos en otras partes y en circunstancias aún más dramáticas pero a las del 11-S se las considera de mayor calidad en relevancia y significación debido a su ubicación dentro del panorama mundial. La conclusión es que no se está considerando la idea del valor como un principio supremo (toda vida humana es valiosa) sino como algo surgido de la correlación de intereses humanos (unas vidas son más valiosas mientras que otras no valen nada).
Segundo problema: la verdad
Otra reflexión que genera este caso es el relacionado con la verdad. ¿Qué es la verdad? Algo que es real, que se da en los hechos al margen de la opinión humana. Retomando a Platón —como un referente genérico aunque ello no agota la discusión— en su filosofía la verdad también era algo existente pero por encima de todo, mientras que el ser humano navegaba en lo que llamaba la doxa, la opinión, algo que podía ser cierto o falso. El objetivo de la filosofía por lo tanto, según el autor de La República, era buscar esa verdad para lo cual el ser humano debía desembarazarse de sus falsas percepciones. Sin embargo otra vez vemos que en la Modernidad la verdad se vuelve una apreciación sujeta a quién la diga y dependiendo de qué le convenga. El ser humano podrá decir que ha obtenido la verdad pero eso será siempre solo su parecer; nunca sabrá si lo que cree es realmente verdadero o si nada más se trata de algo que ha supuesto.
En un suceso como el 11-S existen hechos concretos pero también una interpretación, que es la manera cómo éstos se tienen que entender y leer. Si no se diese un discurso aclaratorio tal acontecimiento sería inexplicable y confuso y todos se preguntarían qué fue lo que pasó. Para elaborar ese discurso está el poder, que es a quien le corresponde tal papel y para lo que está designado. Las personas que pertenecen a una determinada sociedad han aceptado voluntariamente creer en sus líderes o dirigentes, por lo tanto todo aquello que estos digan será obligatoriamente la verdad, aunque lo acaecido no se asemeje en nada a dicha explicación. En conclusión, en la sociedad la verdad es un atributo que únicamente posee el poder más no así otras entidades como la ciencia o la sabiduría (recordando el caso de Galileo versus la Iglesia Católica) por lo que la verdad de lo ocurrido será siempre lo que diga la versión oficial y no lo que indiquen los hechos.
Tercer problema: la justicia
Justicia es toda acción que procura el equilibrio de una determinada sociedad en vías a su preservación. Se menciona nuevamente a Platón para reiterar que, según sus ideas, dicha noción no depende del hombre. Sin embargo eso no es lo que la humanidad utiliza como norma. La justicia en el mundo contemporáneo, por ejemplo, es una disposición que depende de las circunstancias y características propias de cada grupo humano, de tal modo que, lo que a unos les parece justo a otros no.
Con respecto al 11-S, en un medio como el occidental lo justo resulta ser ahora ejecutar una venganza pero al mil por uno (algo así como “Mil ojos por un ojo y mil dientes por un diente”) de modo que matar a mil personas por cada una de las fallecidas en ese desdichado suceso es visto como algo correcto y avalado por las leyes. Hasta se permite ir más allá afirmando que hacer justicia es también actuar en otras dimensiones, como las económicas y políticas, castigando a quienes no tuvieron que ver directamente en el asunto pero que no lo condenaron de la manera adecuada (“los que no están con nosotros están en contra nuestra”). De modo que, según esta interpretación, resulta justo eliminar a los que no aplauden las acciones de justicia llevadas a cabo. Con esto se cumple con la idea de que la justicia es lo que propicia la cohesión y el sostenimiento de una determinada sociedad al margen de lo que digan otras naciones u opiniones.
Cuarto problema: la política
Un cuarto problema (aunque no el último pues quedarían pendientes otros temas como la ética) es el de la política. ¿Qué es la política? Es el arte de gobernar. ¿Quiénes tienen el derecho de dar y quitar la vida? Pues quienes detentan el poder. Antiguamente, cuando la forma común de gobernar era la aristocrática (a los mejores les corresponde el mando), la idea imperante era que existía un derecho natural que el poder tenía para decidir por todo, incluyendo sobre la vida y la muerte. Su autoridad no emanaba de un consenso sino de nociones supra humanas como podían ser los dioses, la tradición, la religión o las leyes fundacionales.
En cambio en la actual Sociedad de Mercado lo que cuenta es el equilibrio de fuerzas entre los que detentan la riqueza y no existe mayor ley que la que surge de una negociación. Si para ello es necesario trastocar o eliminar las costumbres o creencias imperantes (incluyendo a los pueblos) simplemente se hace, siempre en función de la conveniencia de los ricos. En este sentido ni Dios ni la naturaleza están por encima de los intereses económicos. Se trata de un tipo de política surgida del Pragmatismo, que es aquella corriente filosófica que justifica los medios con tal de llegar a un fin. Visto desde esta posición el mundo es hoy una fuente de recursos y la humanidad un mercado de consumo, por lo tanto, todo lo que la política contemporánea hace no es más que procurar que esto se perpetúe.
domingo, 4 de septiembre de 2011
La Iglesia Católica: entre el discurso y la política

Un amigo, Pepe Mejía, periodista peruano radicado en España, me envía esta nota la cual tengo el gusto de publicar. Pero al respecto también quisiera hacer algunas observaciones que desde hace tiempo he tenido pendientes en relación al papel que juega en el mundo contemporáneo la Iglesia Católica.
La nota de Mejía
Julio Lois: teólogo y activista
Conocí al teólogo y sacerdote Julio Lois —que falleció el pasado 22 de agosto— cuando en Madrid me integré en la Plataforma 0’7 a finales de 1995. Tuve el privilegio de compartir discusiones con otros teólogos y estudiosos, todos ellos comprometidos políticamente. Desde el primer momento compartí muchas de las ideas y propuestas que Julio hacía en ese excepcional foro de pensamiento y activismo. Me llamaron siempre la atención dos cosas: su desprendimiento a toda notoriedad pública y su permanente autocrítica como una manera de avanzar. Tuvo un papel destacado en la elaboración de la estrategia de unir a las distintas Comisiones 0’7 desperdigadas por el Estado español. No paró hasta conseguir la unidad de la Plataforma de Comisiones 0’7. Mientras ejercí de portavoz de la Plataforma 0’7 tuve en Julio un consultor siempre disponible. Pero, sobre todo, a un amigo. Humilde y austero, no olvidaré ese viaje que hicimos en tren desde Cádiz a Madrid después de asistir él a unas jornadas y yo a otras. En ese viaje hablamos y discutimos sobre las relaciones de la fe y la práctica política militante. Los sinsabores, las limitaciones y el compromiso. La crítica a esa jerarquía católica que menospreciaba al movimiento popular. Recordamos la labor de la teología de la liberación en América Latina, su estancia en Bolivia y mi experiencia en la pastoral del Arzobispado del Callao siguiendo la senda de Gustavo Gutiérrez. Julio, además de ser un buen teórico y teólogo, era un buen activista. Defensor de la laicidad y la convergencia de cristianos y no cristianos en la actividad política en su tarea de denunciar las injusticias y las ataduras al poder. Julio fue, además, un profesor. Pero sobre todo, un amigo, una persona que hizo de su compromiso militante y político un hacer de vida. La última vez que nos vimos fue —como no— para participar en una tertulia sobre movimientos sociales y compromiso político con un grupo de cristianos en Vallecas. Gracias, Julio, por tu compañía.
El Cristianismo
Puede parecer una obviedad tratar de explicar qué es el Cristianismo pero ello no es así: es tan difícil como intentar decir qué es la filosofía. Ambas cosas son sumamente comunes pero, por su complejidad, se hacen imposibles de precisar; al menos, no hay consenso acerca de cómo entenderlas.
El Cristianismo: ¿es una entidad filosófica, social, política, religiosa? Quizá sea todo eso y mucho más. En él se han congregado demasiados procesos, al punto que se hace inviable discriminarlos y separarlos. Es como esas montañas de escombros que se han ido acumulando a lo largo de los años y, a la hora de decir de qué están hechas, se encuentra con que hay de todo un poco y todo eso es lo que las conforma.
Tal vez el Cristianismo haya nacido de una manera y para un objetivo, pero al pasar el tiempo muchos otros elementos se le han ido sumando al punto que estamos casi seguros de que lo que hoy tenemos no es lo que se pretendió que sea desde un comienzo. Y esta opinión no es solo producto de una investigación exegética —remontándonos a los más antiguos textos— sino algo constatable a simple vista pues basta con leer su libro fundamental, la Biblia, para comprobar que lo que allí se dice no corresponde con lo que hoy se observa en los hechos.
Ello nos lleva a adoptar varias formas de leer las cosas y a interpretarlas según los diferentes contextos dados. Para algunos el Cristianismo consiste en una religión más, una de las tantas habidas en el tiempo, y su importancia radica en que es un efectivo control social. Para otros es la verdad revelada, la auténtica palabra de Dios, creador de la materia y del Universo. Esta lista de definiciones podría ser larga (un buen negocio, un aliado del poder, etc.) pero nunca habría un acuerdo. La conclusión es que se trata de un prisma donde todo se ve según el lado por donde se mire.
La Iglesia Católica
Cuando hablamos de la Iglesia Católica en realidad nos estamos refiriendo a algo diferente al Cristianismo. Claro, para sus fieles es lo mismo, corregido y aumentado, pero desde un análisis imparcial no es así. La Iglesia como tal tiene su historia y, aunque ella lo niegue, no nació con el Cristianismo. Sus orígenes se encuentran vinculados más bien a la antigua casta sacerdotal romana, a ciertos reyes y emperadores y a un determinado número de pensadores y filósofos. Además tampoco ha sido siempre una sola; durante su existencia ha conocido varias versiones de sí misma y ha negociado con todas las facciones surgidas en su seno para lograr la unidad. Lo que tenemos ahora es finalmente un producto político más que una evolución ideológica de sus principios constitutivos.
De modo que de ella sí podemos decir que es un poder terrenal. Sus dominios y propiedades son tangibles y su influencia va más allá de las actividades rituales. Se podría decir que nos hallamos ante una típica religión de Estado, tal como lo fueron en su momento la egipcia o la babilónica, y cuya razón de ser es acompañar al poder. Esto por supuesto independientemente de los mensajes o recomendaciones que emite como dogma de fe y de acción. No se puede confundir al mensaje con el mensajero.
Pero ¿puede ser bueno el mensaje y malo el mensajero? Allí está la discusión y el problema central en mi opinión. Quienes la defienden sostienen que, a pesar de sus errores —pues está dirigida por humanos, no por Dios o sus ángeles— ésta mantiene incólume el contenido central de su promesa —su “razón porqué” como dicen los gringos— y en eso es en lo que hay que fijarse. En cambio los que la cuestionan argumentan que no puede haber tanta contradicción entre lo que se dice y lo que se hace y que eso es corrupción (como cuando un ladrón habla todo el tiempo de honradez y ello, por supuesto, no es creíble).
El conflicto
En esas divergencias es donde está, a mi entender, la mayor parte del conflicto. ¿A quién creer: a la palabra o al orador? Precisamente el protestantismo fue una reacción contra esta divergencia (matizada con obvios intereses políticos). Los seguidores del libro —como se les llama a quienes usan la Biblia pero reniegan de la Iglesia Católica— consideran que la teoría debe congraciarse con la práctica y que no puede haber un cristiano auténtico si no vive como tal y lo demuestra. Pero, salvo algunas excepciones, también estos caen en el mismo error que le achacan al Catolicismo y crean iglesias personalistas con su propio poder particular, a diferencia de lo que inicialmente predicaban.
Es en esta lucha por la coherencia en donde ubicaríamos a muchos católicos disconformes con los altos mandos de su iglesia. Para ellos la fe tiene que vivirse y ser plasmada en la realidad, no solo orar y moderar los impulsos. El católico, dicen, no solo debe no pecar sino también obrar, es decir, acudir al prójimo para hacer patente que su fe es la verdadera y que produce auténticos beneficios al ser humano.
Quienes así piensa son los que, al ver el comportamiento de sus jerarcas y seguidores, los acusan de incongruentes y de desvirtuar el contenido de la palabra, reprobando sus métodos y sus cómodos privilegios. Los acusados, en cambio, les devuelven las críticas tildándolos de alteradores del orden y de interpretar a su antojo las enseñanzas sagradas sin entender cómo son realmente las cosas.
En la actualidad
Hoy tanto el Cristianismo como el Catolicismo se encuentran en una etapa crucial de su historia debido a dos fenómenos: la crisis de Occidente (civilización a la que le debe todo) y el avance de otras confesiones, en especial, del Islam. A pesar de sus orígenes orientales el Cristianismo es más que nada una mirada occidental, una forma particular de entender al mundo y de definirlo. La manera cómo Occidente se ve a sí mismo y cómo orienta sus pasos es eminentemente cristiana; incluso su ciencia, a la que califica de neutral, está totalmente impregnada de ella. Todas sus concepciones principales (como qué es el ser humano, cuál es su misión en la vida, qué es lo justo, lo bueno, lo adecuado, etc.) provienen de una matriz cristiana sin la cual jamás se podría comprender lo occidental. Occidente y Cristianismo son una misma cosa y el uno depende del otro para sobrevivir. Por lo tanto el fin de uno implica, inevitablemente, el fin del otro.
Dentro de este panorama es que navega el Catolicismo actual entendido como una versión del Cristianismo pero con su propio programa político y social. ¿Cuál será su futuro? Dependerá como siempre de la manera cómo maneje su relación con el poder. La Iglesia Católica sabe perfectamente que ella es lo que es gracias a sus artes políticas pues, si no, hace mucho que hubiese desaparecido como tantas otras religiones de la historia. Su experiencia de siglos es, finalmente, la que la orienta y le hace dar los pasos indicados hacia su preservación, único y principal objetivo el cual viene a ser su verdadera razón de ser. Cualquier mal movimiento, cualquier gestión mal desarrollada, cualquier enemistad con algún poderoso (como lo fue con Enrique VIII y ahora con Estados Unidos y la pederastia) le puede costar carísimo y relegarla al lugar de iglesia menor o de secta.
Conclusión
De modo que podemos decir que la Iglesia está haciendo lo que siempre ha sabido hacer y ello implica muchas veces tomar distancia de sus postulados religiosos. La historia demuestra (y el mismo Evangelio así lo explicita) que cuando se prioriza el mensaje sobre la realidad todo termina en una autodestrucción o en un suicidio. Lo aconsejable es vincularse con el poder y controlar los impulsos de “poner en práctica” las ideas que, si bien son buenas para leerlas o recomendarlas, resultan inviables de ejecutar (y eso lo sabe todo padre de familia que “aconseja” a su hijo a portarse como él no lo haría).
Dicen que fue Judas quien recriminó a Jesús por no saber “negociar” con el poder. Lamentablemente el Cristo no tenía objetivos mundanos e inmediatos y optó por el enfrentamiento, a consecuencia de lo cual fue ajusticiado. Esa fórmula, el martirio, tuvo “éxito” al comienzo entre sus seguidores y produjo una ola de “suicidios” (al estilo musulmán contemporáneo) donde la gente prefería morir a seguir adorando a otros dioses. Sin embargo, cuando el Cristianismo fue asumido y administrado por los herederos del antiguo clero romano y por el emperador, la pugna contra el poder (quien era siempre el gran “pecador”) se invirtió y pasó más bien a ser éste la encarnación del bien más elevado designado directamente por Dios (Dios bendecía al Rey tanto como hoy bendice al Estado, según lo manifiestan las ceremonias oficiales en casi todos los países cristianos). A partir de esto es que surge la Iglesia Católica tal como la conocemos y con esta estrategia es que intentará otra vez perdurar hasta donde pueda como un poder mundano, hasta que no aparezca otra civilización dominante con una nueva propuesta de vida y, por supuesto, con una nueva religión.
domingo, 24 de julio de 2011
Horror en Noruega ¿Quién será el siguiente?

Contrariamente a lo que se piensa (y al decir “se piensa” significa “los medios de comunicación dictan”) realizar un atentado en el mundo moderno es imposible desde la óptica de la “locura o el fanatismo”. Tanto la una como el otro están técnicamente incapacitados para lograr la tranquilidad y cabeza fría que todo acto terrorista requiere, además de la gran preparación previa necesaria tras una larga investigación y una debida acumulación de presupuesto.
De modo que creer que atentados de esa magnitud son “hechos aislados ejecutados por un loco asesino” es tan cierto como atribuirle a una tribu amazónica la capacidad de poner un hombre en la Luna. Lo único que un personaje de tales características síquicas podría hacer es coger una pistola o un cuchillo y salir a la calle desesperado a buscar al supuesto culpable de sus desgracias. En conclusión, la efectividad de un atentado es directamente proporcional a la razonabilidad y cálculo que el (los) autor(es) puedan tener. A mayor intelectualidad, mayor destrucción.
Pero ¿por qué esta vez en la “tranquila y amigable Noruega, siempre amante de la paz y protectora de las causas justas”? Todo parece indicar que por esa misma razón (y eso es lo tremendo de la noticia). Si se investiga la política reciente de dicho país éste ha tenido actitudes que muchas veces han ido en contra de las macropolíticas deseadas tanto por la OTAN como por Israel al manifestarse “complaciente” con causas mal vistas como la de los palestinos. Eso debe haber irritado a muchos que piensan extremistamente que el mundo debe girar solo en torno al discurso “políticamente correcto” que implica el sumarse sin chistar a lo que estas dos entidades consideran lo conveniente.
Preocupa entonces que ello haya ocurrido por cuanto esto sirve de precedente y de mensaje a todo el planeta en el sentido que, si bien no se puede castigar abiertamente a una nación o a una sociedad por pensar de determinado modo, sí es posible hacerlo indirectamente mediante atentados que apunten a “jalarles las orejas” sobre su “equivocada actitud”. En pocas palabras, la causa de Occidente o del sionismo podría verse incomodada si, por ejemplo, la sociedad peruana se manifestara públicamente en contra de diversas invasiones o actitudes injustas, pudiendo provocar ello que “un loco de derecha” nos “castigara” por no ser lo suficientemente aceptativos (en pocas palabras, que eso nos obligue a decir: “No te expreses sobre eso porque a los que lo han hecho les ha pasado tal cosa. Mejor es no opinar”).
Cuando hablamos de derecha extrema o ultraderecha no lo estamos haciendo de un partido o de una ideología desaparecida sino de aquella actualmente viva y en ascenso (como por ejemplo, el Tea Party), algo que la prensa internacional pretende ocultar atribuyendo a ésta algo que en realidad no defiende (como ser NAZI o comunista). La extrema derecha en todo el mundo no es otra cosa que el capitalismo puro, el esencial, el que cree que por encima de todo está la ley del dinero pero en manos de unos pocos quienes son los que deciden por la vida y muerte de la humanidad entera. Así es la derecha y nunca ha dejado de serlo.
Los lamentables sucesos de Noruega, repudiables y condenables, son un llamado de atención sobre esta tendencia que puede acentuarse cada vez más como una acción punitiva internacional dirigida, no a los Estados, sino a las sociedades, a las personas en general para que “orienten mejor” su forma de pensar (en base al miedo y el terror) y se “inclinen más a la derecha”, o sea, a los intereses norteamericanos y sionistas (y ojo: sionismo no es judaísmo; es una ideología nacida fuera de Israel con la que no comparten la mayoría de ellos por tener un gran componente cristiano).
Es por lo tanto urgente evaluar y desenmascarar a nivel conceptual nociones como “terrorismo” o “fundamentalismo” pues es obvio que están siendo usadas como nuevos demonios para manipular las conciencias de la gente común. Es un trabajo para intelectuales y filósofos quienes tienen el deber de desentrampar estas telarañas mentales con las cuales los grupos hegemónicos mundiales pretenden justificar todos sus horrorosos e inmundos actos de exterminio en pro de sus intereses particulares.
martes, 19 de julio de 2011
El racismo es por dentro, no por fuera

El problema racial en el Perú sí es algo principal tanto como lo fue en la Sudáfrica del apartheid. Pero no porque una piel sea mejor que otra (en tal caso, la más oscura sería superior porque resiste más la radiación solar) sino por lo que ella significa socialmente. Tener el color blanco es haber nacido de una madre y un padre de origen europeo o norteamericano. De estos hay pocos, claro está, pero tal hecho se encuentra asociado a pertenecer a la "clase dominante" o a ser "un superior", cosa que de por sí implica que ser blanco es “poseer un valor natural”.
Si usted es blanco en el Perú no tendrá impedimentos para estar o ingresar a los lugares más exclusivos aún sin tener dinero. Si usted es blanco podrá insultar a su regalado gusto al policía, al juez o al congresista porque, en su mayoría, todos ellos son “cholos”, provincianos de segunda. Si usted es blanco otros blancos se le acercarán y le dirán: "oye, únete a nosotros para que ‘éstos’ no se nos vengan encima y los podamos explotar como nos dé la gana". Sin haber abierto la boca el blanco ya pertenece a un club exclusivo de "patrones" por esta simple situación de afinidad.
¿Y qué blanco diría que no, que no estoy de acuerdo porque blancos y cholos en el Perú somos iguales, que no me parece que a mí me traten como a un rey sin haberme preguntado cuánto realmente tengo en el bolsillo? Tendría que estar loco o ser un renegado para hacerlo. Entonces, con este tipo de lógica, pensamiento y actitudes ¿se puede hablar de igualdad, de no-racismo en el Perú?
Claro; existen personas que salen en los medios a decir que "soy tan cholo como cualquiera, aunque sea colorado". Mueve a risa. Nadie los ha visto en su casa ni se los conoce cómo son en realidad, pero sabemos que en verdad son puras poses. Ante esto se dirá: entonces ¿qué es ser "del pueblo”?
Para saberlo lo primero sería no tomar las cosas por su envase, por su envoltura, sino por su contenido. No importa si se tiene tal o cual color de piel o si se nació en tal zona de la ciudad. Lo único que vale es de qué lado se está. Para decirlo en términos futbolísiticos: para dónde se patea.
Si se patea para los ricos difícilmente uno será del pueblo. Pero si se patea a favor de los más pobres y enfermos para que tengan una buena atención hospitalaria (y no necesariamente un buen hospital porque estos suelen ser “faenones”), para que los trabajadores reciban el sueldo que les corresponde, para que a nadie se le discrimine por no haber estudiado en una universidad privada y hecho su doctorado en el extranjero (como si ese fuera el único camino para ser "importante"); si se piensa y se actúa de esta forma en la vida diaria, así se sea blanco como la nieve y se tengan los ojos más azules que el cielo de Huaraz se pertenecerá al pueblo.
Pero dirán que los cholos no lo van a aceptar porque ellos también son racistas con los "blanquiñosos". Eso no es cierto. El ejército de Túpac Amaru, en su primera etapa, estaba formado por españoles y peruanos blancos, negros y cholos de todo tipo. La causa común hacía olvidar mágicamente esos "detalles", lo cual demuestra que toda diferencia se puede superar cuando los principios son comunes y la metas superiores.
El racismo inverso, el del cholo al blanco, solo ocurre en respuesta al primero, cuando el blanco construye a su alrededor un sistema legal y social que lo favorece ostensiblemente. Si éste no se diera se comprobaría que la sociedad peruana no es por naturaleza discriminatoria sino, por el contrario, inclusiva, pues por tradición provenimos de una cultura que asimila los valores y expresiones foráneas siempre y cuando estos sean considerados como positivos.
Según Basadre la culpa del destino del Perú la tiene su clase dirigente, mientras que Hernando de Soto los desenmascara al acusarlos de ser mercantilistas (de vivir a costa de los grandes contratos del Estado, el único gran negocio que se puede hacer en este país). Desgraciadamente esa clase dirigente siempre se ha refugiado en sus características raciales para formar una especie de logia basada sobre el común “origen extranjero” de sus ascendientes. Al verse entre ellos se identifican y saben que están hablando con “uno de los suyos”, de modo que pueden ejercer sin problemas sus intercambios de beneficios y prebendas.
Eso es precisamente lo que ha ocasionado el atraso y el caos en el que actualmente vivimos pues tenemos una nación conducida por personas que, en vez de ver a su país como su casa, como su lugar de residencia y última morada, lo ven como una chacra, como un centro de enriquecimiento no importándoles si ésta se encuentra bien, saludable y ordenada. Solo les interesa la ganancia que puedan obtener para al final irse a refugiar al país de sus ancestros y del cual han obtenido su nacionalidad.
De modo que no es la piel la causa del problema: es el espíritu de un grupo de peruanos que usufructúan dicha peculiaridad cromática y que la emplean como una ventaja a la hora de recibir los favores del Estado. Ese espíritu de lucro y egoísmo ha convertido a toda esta clase "alta y blanca" del Perú en seres desesperados que viven mirándose a sí mismos y a sus bolsillos preocupados por las amenazas de que tal relación ventajosa de poder algún día se acabe.
Y esas amenazas siempre han provenido, como pasó en Sudáfrica, del lado de quienes son los perjudicados de origen, de aquellos que sin haber empezado a jugar están ya condenados a perder, de esos ciudadanos de cuarta categoría (como los parias de la India) que lógicamente ven que esto es una clara y descarada injusticia, de los cholos, de los nativos, de los andinos y, por extensión, de todos aquellos que provienen de las culturas prehispánicas de nuestro continente.
Por lo tanto si queremos superar las taras que nos impiden sentirnos como una nación orgullosa de sí misma y de su gente (y no solo de su territorio y sus restos arqueológicos) tenemos que encontrar la manera de superar esta mirada colonialista, de acabar con esta execrable forma de discriminación para establecer reglas claras de juego donde todos sin excepción, y sin considerar sus vínculos con determinados grupos cerrados de poder, tengan las mismas oportunidades de aportar un bien para las mayorías de nuestra patria.
miércoles, 13 de julio de 2011
Sin una nueva filosofía no habrá libertad para los pueblos sometidos

Hay quienes insisten en que la existencia humana se reduce a una aceptación de lo dado y al acto de sumisión ante los hechos. Lamentablemente en ese grupo se encuentran la mayoría de los llamados intelectuales de los países dominados quienes consideran que lo correcto es aceptar la imposición de pensamiento y de acción.
Se trata de individuos que pasan por la vida como aves fugaces, quienes ocupan un sitio que después dejarán vacío para que otro haga lo mismo, sin que su transcurrir por la vida haya marcado alguna diferencia o beneficio para los demás. No tienen el valor de asumir una posición propia, no quieren cuestionar a su tiempo ni su circunstancia y dejan pasar todas las oportunidades de mencionar aquello que está fuera de lugar pues prefieren el silencio temeroso a la osada denuncia.
Por eso es que dan lugar a que sean reemplazados por seres más prácticos quienes no sienten el compromiso de pensar sino de actuar y para quienes la realidad es tal cual es en el mundo en que viven considerando ello como una verdad eterna. Para estos las cosas tienen sentido solo cuando se expresan empíricamente, mediante lo objetivo, y omiten la especulación pues ello altera la convicción de que existe una verdad única y absoluta.
Los especuladores, conocidos como filósofos (aunque los filo-occidentales les niegan esa categoría que solo la reservan para un habitante de esa civilización) suelen ser incómodos pues dudan y ponen en tela de juicio aquello que se va a emprender con suma seguridad. Por eso no son bien vistos entre las naciones emergentes porque cuestionan a la autoridad e interrumpen el proceso de asimilación de la cultura dominante (a la que supuestamente todos quieren pertenecer). Este es un motivo más para que los intelectuales y generadores de pensamiento se vean constreñidos a la simple función de bendecir todo lo que se dice en las sociedades dominantes.
Pero la historia, a pesar de que se la oculte y minimice, demuestra claramente que nada dura para siempre y que no hay dominio ni imperio que no decaiga; y que las culturas que vivieron bajo esa férula tuvieron también participación en su declive gracias a que despertaron del embrujo de la “verdad indudable” en la que estaban encerrados, negándola primero y luego buscando una suya propia. No hay nada más común en el devenir humano que creer que la verdad contemporánea es “la verdad”, como que no hay nada más común también que desmentir esto producto de la liberación del yugo opresor.
Los mismos países que hoy se ufanan de controlar la vida del planeta alguna vez fueron igualmente controlados y esclavizados; ahora se incorporan ufanos como si siempre hubiesen sido amos y predican su manera de ver la realidad como si ésta fuese la que cierra el ciclo de la historia, más allá de lo cual solo es más de lo mismo corregido y aumentado. No quieren oír nada de la fugacidad y del inevitable destino; cierran los ojos ante el cementerio de los imperios y piensan que para ellos no se han hecho las tumbas pues dudarán para siempre. En ese punto pierden toda la objetividad que dicen tener, se meten en su concha y gritan desde dentro que son la excepción a la regla.
Pero eso no será así. No hay plazo que no se cumpla ni verdad que dure cien o mil años. Otras ideas vendrán cabalgando en nuevos cerebros que entenderán que sin visiones diferentes a la convencional e impuesta es imposible alcanzar la libertad y, con ello, la dignidad del ser. El que es esclavo, sea físico o mental, no vive plenamente pues no es dueño de sus actos; siempre se pregunta primero si debe o no hacer lo que hace. Siempre se siente atrapado, limitado por fuerzas invisibles que le recuerdan permanentemente su condición de dependiente. Solo el día que recupera la autonomía de su mente, que es la que genera el acto, es cuando se suelta las amarras y puede respirar a sus anchas disfrutando, por primera vez, el aire puro de la libertad.
Mientras se siga pensando o filosofando dentro de las canaletas putrefactas de Occidente ninguna liberación será posible; solo se repetirá el dogma que tal cultura ha consagrado como palabra divina para toda la humanidad. La única forma posible de romper estas nefastas ataduras es demostrando la dúctil capacidad humana para leer de infinitas maneras la misma realidad que siempre hemos tenido delante. Porque si hay algo cierto es que el ser humano ha abordado a la naturaleza y a sí mismo desde innumerables perspectivas y todas ellas le han sido útiles para existir, demostrando que la tal verdad única posible, hecha de una sola dimensión, solo se da dentro del contexto del imperio que la establece, pero que, fuera de él, ésta es más bien múltiple y variable, de la misma manera como lo es un calidoscopio.
Sí es posible entonces fundar una nueva filosofía que no beba de las canteras de Occidente en la medida que ésta no es un invento o patrimonio de un solo pueblo ni de nadie sino un acto esencialmente humano que cobra distintas expresiones según el lugar y la época en que se dé. Pero para ello se necesita, antes que libros o teorías, voluntad y deseo de superación. Dirán que con solo el querer no se hacen las cosas, que es puro voluntarismo, pero se equivocan pues con cada chispa de deseo intenso se producen las revoluciones que mandan al tacho todo lo hecho previamente, tal como cuando se arrojan las cadenas del oprobio al precipicio. Occidente y todo su conocimiento ha sido una ingrata e infame cadena impuesta a todos los pueblos de la Tierra y seguir aceptándolo nos priva del derecho de ser libres y plenos. De modo que es el turno de los filósofos heroicos quienes deberán recrear al mundo y redefinirlo de una manera más sana, más armónica y menos miserable que hasta ahora para todos los débiles.
lunes, 11 de julio de 2011
Robespierre y los drones

Si alguna referencia tenía hace algún tiempo un individuo medianamente informado acerca del terrorismo era aquello que se aprendía en el desaparecido curso de Historia Universal cuando llegaba la etapa de la Era del Terror de la Revolución Francesa. Quien destacaba como “héroe” principal de ella era un personaje despiadado y cruel conocido como “el incorruptible”: Maximiliano Robespierre. Ante él todos eran sospechosos de atentar contra la República; nadie se libraba de su ojo avizor y selecto. El más simple gesto u oposición era interpretado como una rebeldía, y cualquiera podía ser llevado a la guillotina con la más pequeña excusa de haber “imaginado” o “pensado” algo malo contra el régimen.
Hoy vivimos en la resurrección de la Era del Terror, solo que esta vez no se trata de Robespierre (quien finalmente fue llevado al mismo cadalso al que a tantos llevó) sino de un país, un Estado que se considera a sí mismo como “incorruptible”: Estados Unidos. Aplicando una política tan paranoica como la del francés, ve en todo y por todos lados a los “terroristas” que seguramente, algún día, es posible que atenten contra su nación. Nadie se salva; ni siquiera sus mismos candidatos a la presidencia pues terminan sometidos a vejámenes por sus propios controles “de seguridad”. Es una obsesión mortal que solo puede terminar de la misma forma cómo acabó la de la Francia revolucionaria: con el fin de los incorruptibles.
Ese país ya ha vivido varias épocas de pánico generalizado. Previo a cada guerra al pobre ciudadano norteamericano lo han martirizado con supuestos ataques de parte de “enormes potencias enemigas” que querían “destruirlos porque les tenían envidia por sus éxitos”. De ese modo es cómo los han empujado a cuanto conflicto ha habido arrastrados por el terror a ser asesinados por tales contemporáneos “bárbaros que asechan al imperio” (como pasaba en la antigua Roma). Además también han conocido tiempos de sospecha total donde no se salvaban ni las madres ni los hijos durante el macartismo. ¿Cómo acabó ese Robespierre americano llamado Mac Carty? Pues en la cárcel y poco después muerto en ella.
¿Por qué hago estas reflexiones? Pues por el horror que produce ver cómo hoy Estados Unidos, mediante su ejército, aplica una suerte de asesinatos selectivos en todo el mundo a través de armas no tripuladas llamadas “drones” las cuales, según sus autores, “no comprometen la política internacional estadounidense ni significan una declaratoria de guerra”. Es decir, USA puede bombardear con misiles no tripulados cuanto le plazca con el argumento de que “puede tratarse de terroristas” sin que ello implique que está haciendo la guerra contra tal nación. De ese modo ya no necesitan ni la aprobación del Congreso ni una declaratoria de guerra por parte del presidente. O sea, han encontrado la manera de “bypasear” sus propias formalidades que les facultan o no matar seres humanos. Ahora ya no necesitan justificar, explicar o sustentar el por qué lo hacen; simplemente son acciones legítimas en defensa de su nación y para ello no se requiere de ningún mecanismo legal previo. Basta con suponer que puede haber algo que los perjudique.
¿Pero qué cosas perjudican a los Estados Unidos? Pues todo. Desde una empresa local que vende mejor que una de su bandera o un gobierno que impide la extraditación de alguien a quien quieren juzgar a su manera; en fin: cualquier cosa que los moleste o desagrade. Se ha instaurado así un nuevo código mundial de justicia donde todo está sujeto a los intereses de un solo Estado en desmedro de los del planeta entero. ¿A dónde va a parar toda esta locura?
Pues, en mi opinión, esta anormalidad desaforada y extralimitada imperial no puede durar mucho como tampoco duró el régimen del terror en Francia ni el del delirante de Savonarola en Florencia o el de Torquemada en España. Necesariamente tendrá que imponerse la cordura y el bien común entre las naciones y ser llevados a juicio y condenarlos por crímenes contra la humanidad a todos aquellos que, utilizando el terror como excusa, han convertido la vida, la propia y la ajena, en una existencia de miedo y persecución. Así como Mac Carty encontró la horma de su zapato en un juez honesto a quien no pudo amedrentar como “sospechoso de comunista” igualmente los hombres honestos de ese país tienen que poner fin a la locura a la que los ha llevado ese grupo facineroso y enfermo de poder que no se detiene ante nada con tal de imponer la lógica del terror y del abuso. Callar ante esto sería simplemente ser cómplices de una malignidad.