domingo, 4 de septiembre de 2011

La Iglesia Católica: entre el discurso y la política

Un amigo, Pepe Mejía, periodista peruano radicado en España, me envía esta nota la cual tengo el gusto de publicar. Pero al respecto también quisiera hacer algunas observaciones que desde hace tiempo he tenido pendientes en relación al papel que juega en el mundo contemporáneo la Iglesia Católica.

La nota de Mejía

Julio Lois: teólogo y activista

Conocí al teólogo y sacerdote Julio Lois —que falleció el pasado 22 de agosto— cuando en Madrid me integré en la Plataforma 0’7 a finales de 1995. Tuve el privilegio de compartir discusiones con otros teólogos y estudiosos, todos ellos comprometidos políticamente. Desde el primer momento compartí muchas de las ideas y propuestas que Julio hacía en ese excepcional foro de pensamiento y activismo. Me llamaron siempre la atención dos cosas: su desprendimiento a toda notoriedad pública y su permanente autocrítica como una manera de avanzar. Tuvo un papel destacado en la elaboración de la estrategia de unir a las distintas Comisiones 0’7 desperdigadas por el Estado español. No paró hasta conseguir la unidad de la Plataforma de Comisiones 0’7. Mientras ejercí de portavoz de la Plataforma 0’7 tuve en Julio un consultor siempre disponible. Pero, sobre todo, a un amigo. Humilde y austero, no olvidaré ese viaje que hicimos en tren desde Cádiz a Madrid después de asistir él a unas jornadas y yo a otras. En ese viaje hablamos y discutimos sobre las relaciones de la fe y la práctica política militante. Los sinsabores, las limitaciones y el compromiso. La crítica a esa jerarquía católica que menospreciaba al movimiento popular. Recordamos la labor de la teología de la liberación en América Latina, su estancia en Bolivia y mi experiencia en la pastoral del Arzobispado del Callao siguiendo la senda de Gustavo Gutiérrez. Julio, además de ser un buen teórico y teólogo, era un buen activista. Defensor de la laicidad y la convergencia de cristianos y no cristianos en la actividad política en su tarea de denunciar las injusticias y las ataduras al poder. Julio fue, además, un profesor. Pero sobre todo, un amigo, una persona que hizo de su compromiso militante y político un hacer de vida. La última vez que nos vimos fue —como no— para participar en una tertulia sobre movimientos sociales y compromiso político con un grupo de cristianos en Vallecas. Gracias, Julio, por tu compañía.

El Cristianismo

Puede parecer una obviedad tratar de explicar qué es el Cristianismo pero ello no es así: es tan difícil como intentar decir qué es la filosofía. Ambas cosas son sumamente comunes pero, por su complejidad, se hacen imposibles de precisar; al menos, no hay consenso acerca de cómo entenderlas.

El Cristianismo: ¿es una entidad filosófica, social, política, religiosa? Quizá sea todo eso y mucho más. En él se han congregado demasiados procesos, al punto que se hace inviable discriminarlos y separarlos. Es como esas montañas de escombros que se han ido acumulando a lo largo de los años y, a la hora de decir de qué están hechas, se encuentra con que hay de todo un poco y todo eso es lo que las conforma.

Tal vez el Cristianismo haya nacido de una manera y para un objetivo, pero al pasar el tiempo muchos otros elementos se le han ido sumando al punto que estamos casi seguros de que lo que hoy tenemos no es lo que se pretendió que sea desde un comienzo. Y esta opinión no es solo producto de una investigación exegética —remontándonos a los más antiguos textos— sino algo constatable a simple vista pues basta con leer su libro fundamental, la Biblia, para comprobar que lo que allí se dice no corresponde con lo que hoy se observa en los hechos.

Ello nos lleva a adoptar varias formas de leer las cosas y a interpretarlas según los diferentes contextos dados. Para algunos el Cristianismo consiste en una religión más, una de las tantas habidas en el tiempo, y su importancia radica en que es un efectivo control social. Para otros es la verdad revelada, la auténtica palabra de Dios, creador de la materia y del Universo. Esta lista de definiciones podría ser larga (un buen negocio, un aliado del poder, etc.) pero nunca habría un acuerdo. La conclusión es que se trata de un prisma donde todo se ve según el lado por donde se mire.

La Iglesia Católica

Cuando hablamos de la Iglesia Católica en realidad nos estamos refiriendo a algo diferente al Cristianismo. Claro, para sus fieles es lo mismo, corregido y aumentado, pero desde un análisis imparcial no es así. La Iglesia como tal tiene su historia y, aunque ella lo niegue, no nació con el Cristianismo. Sus orígenes se encuentran vinculados más bien a la antigua casta sacerdotal romana, a ciertos reyes y emperadores y a un determinado número de pensadores y filósofos. Además tampoco ha sido siempre una sola; durante su existencia ha conocido varias versiones de sí misma y ha negociado con todas las facciones surgidas en su seno para lograr la unidad. Lo que tenemos ahora es finalmente un producto político más que una evolución ideológica de sus principios constitutivos.

De modo que de ella sí podemos decir que es un poder terrenal. Sus dominios y propiedades son tangibles y su influencia va más allá de las actividades rituales. Se podría decir que nos hallamos ante una típica religión de Estado, tal como lo fueron en su momento la egipcia o la babilónica, y cuya razón de ser es acompañar al poder. Esto por supuesto independientemente de los mensajes o recomendaciones que emite como dogma de fe y de acción. No se puede confundir al mensaje con el mensajero.

Pero ¿puede ser bueno el mensaje y malo el mensajero? Allí está la discusión y el problema central en mi opinión. Quienes la defienden sostienen que, a pesar de sus errores —pues está dirigida por humanos, no por Dios o sus ángeles— ésta mantiene incólume el contenido central de su promesa —su “razón porqué” como dicen los gringos— y en eso es en lo que hay que fijarse. En cambio los que la cuestionan argumentan que no puede haber tanta contradicción entre lo que se dice y lo que se hace y que eso es corrupción (como cuando un ladrón habla todo el tiempo de honradez y ello, por supuesto, no es creíble).

El conflicto

En esas divergencias es donde está, a mi entender, la mayor parte del conflicto. ¿A quién creer: a la palabra o al orador? Precisamente el protestantismo fue una reacción contra esta divergencia (matizada con obvios intereses políticos). Los seguidores del libro —como se les llama a quienes usan la Biblia pero reniegan de la Iglesia Católica— consideran que la teoría debe congraciarse con la práctica y que no puede haber un cristiano auténtico si no vive como tal y lo demuestra. Pero, salvo algunas excepciones, también estos caen en el mismo error que le achacan al Catolicismo y crean iglesias personalistas con su propio poder particular, a diferencia de lo que inicialmente predicaban.

Es en esta lucha por la coherencia en donde ubicaríamos a muchos católicos disconformes con los altos mandos de su iglesia. Para ellos la fe tiene que vivirse y ser plasmada en la realidad, no solo orar y moderar los impulsos. El católico, dicen, no solo debe no pecar sino también obrar, es decir, acudir al prójimo para hacer patente que su fe es la verdadera y que produce auténticos beneficios al ser humano.

Quienes así piensa son los que, al ver el comportamiento de sus jerarcas y seguidores, los acusan de incongruentes y de desvirtuar el contenido de la palabra, reprobando sus métodos y sus cómodos privilegios. Los acusados, en cambio, les devuelven las críticas tildándolos de alteradores del orden y de interpretar a su antojo las enseñanzas sagradas sin entender cómo son realmente las cosas.

En la actualidad

Hoy tanto el Cristianismo como el Catolicismo se encuentran en una etapa crucial de su historia debido a dos fenómenos: la crisis de Occidente (civilización a la que le debe todo) y el avance de otras confesiones, en especial, del Islam. A pesar de sus orígenes orientales el Cristianismo es más que nada una mirada occidental, una forma particular de entender al mundo y de definirlo. La manera cómo Occidente se ve a sí mismo y cómo orienta sus pasos es eminentemente cristiana; incluso su ciencia, a la que califica de neutral, está totalmente impregnada de ella. Todas sus concepciones principales (como qué es el ser humano, cuál es su misión en la vida, qué es lo justo, lo bueno, lo adecuado, etc.) provienen de una matriz cristiana sin la cual jamás se podría comprender lo occidental. Occidente y Cristianismo son una misma cosa y el uno depende del otro para sobrevivir. Por lo tanto el fin de uno implica, inevitablemente, el fin del otro.

Dentro de este panorama es que navega el Catolicismo actual entendido como una versión del Cristianismo pero con su propio programa político y social. ¿Cuál será su futuro? Dependerá como siempre de la manera cómo maneje su relación con el poder. La Iglesia Católica sabe perfectamente que ella es lo que es gracias a sus artes políticas pues, si no, hace mucho que hubiese desaparecido como tantas otras religiones de la historia. Su experiencia de siglos es, finalmente, la que la orienta y le hace dar los pasos indicados hacia su preservación, único y principal objetivo el cual viene a ser su verdadera razón de ser. Cualquier mal movimiento, cualquier gestión mal desarrollada, cualquier enemistad con algún poderoso (como lo fue con Enrique VIII y ahora con Estados Unidos y la pederastia) le puede costar carísimo y relegarla al lugar de iglesia menor o de secta.

Conclusión

De modo que podemos decir que la Iglesia está haciendo lo que siempre ha sabido hacer y ello implica muchas veces tomar distancia de sus postulados religiosos. La historia demuestra (y el mismo Evangelio así lo explicita) que cuando se prioriza el mensaje sobre la realidad todo termina en una autodestrucción o en un suicidio. Lo aconsejable es vincularse con el poder y controlar los impulsos de “poner en práctica” las ideas que, si bien son buenas para leerlas o recomendarlas, resultan inviables de ejecutar (y eso lo sabe todo padre de familia que “aconseja” a su hijo a portarse como él no lo haría).

Dicen que fue Judas quien recriminó a Jesús por no saber “negociar” con el poder. Lamentablemente el Cristo no tenía objetivos mundanos e inmediatos y optó por el enfrentamiento, a consecuencia de lo cual fue ajusticiado. Esa fórmula, el martirio, tuvo “éxito” al comienzo entre sus seguidores y produjo una ola de “suicidios” (al estilo musulmán contemporáneo) donde la gente prefería morir a seguir adorando a otros dioses. Sin embargo, cuando el Cristianismo fue asumido y administrado por los herederos del antiguo clero romano y por el emperador, la pugna contra el poder (quien era siempre el gran “pecador”) se invirtió y pasó más bien a ser éste la encarnación del bien más elevado designado directamente por Dios (Dios bendecía al Rey tanto como hoy bendice al Estado, según lo manifiestan las ceremonias oficiales en casi todos los países cristianos). A partir de esto es que surge la Iglesia Católica tal como la conocemos y con esta estrategia es que intentará otra vez perdurar hasta donde pueda como un poder mundano, hasta que no aparezca otra civilización dominante con una nueva propuesta de vida y, por supuesto, con una nueva religión.

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