lunes, 11 de julio de 2011

Robespierre y los drones

Si alguna referencia tenía hace algún tiempo un individuo medianamente informado acerca del terrorismo era aquello que se aprendía en el desaparecido curso de Historia Universal cuando llegaba la etapa de la Era del Terror de la Revolución Francesa. Quien destacaba como “héroe” principal de ella era un personaje despiadado y cruel conocido como “el incorruptible”: Maximiliano Robespierre. Ante él todos eran sospechosos de atentar contra la República; nadie se libraba de su ojo avizor y selecto. El más simple gesto u oposición era interpretado como una rebeldía, y cualquiera podía ser llevado a la guillotina con la más pequeña excusa de haber “imaginado” o “pensado” algo malo contra el régimen.

Hoy vivimos en la resurrección de la Era del Terror, solo que esta vez no se trata de Robespierre (quien finalmente fue llevado al mismo cadalso al que a tantos llevó) sino de un país, un Estado que se considera a sí mismo como “incorruptible”: Estados Unidos. Aplicando una política tan paranoica como la del francés, ve en todo y por todos lados a los “terroristas” que seguramente, algún día, es posible que atenten contra su nación. Nadie se salva; ni siquiera sus mismos candidatos a la presidencia pues terminan sometidos a vejámenes por sus propios controles “de seguridad”. Es una obsesión mortal que solo puede terminar de la misma forma cómo acabó la de la Francia revolucionaria: con el fin de los incorruptibles.

Ese país ya ha vivido varias épocas de pánico generalizado. Previo a cada guerra al pobre ciudadano norteamericano lo han martirizado con supuestos ataques de parte de “enormes potencias enemigas” que querían “destruirlos porque les tenían envidia por sus éxitos”. De ese modo es cómo los han empujado a cuanto conflicto ha habido arrastrados por el terror a ser asesinados por tales contemporáneos “bárbaros que asechan al imperio” (como pasaba en la antigua Roma). Además también han conocido tiempos de sospecha total donde no se salvaban ni las madres ni los hijos durante el macartismo. ¿Cómo acabó ese Robespierre americano llamado Mac Carty? Pues en la cárcel y poco después muerto en ella.

¿Por qué hago estas reflexiones? Pues por el horror que produce ver cómo hoy Estados Unidos, mediante su ejército, aplica una suerte de asesinatos selectivos en todo el mundo a través de armas no tripuladas llamadas “drones” las cuales, según sus autores, “no comprometen la política internacional estadounidense ni significan una declaratoria de guerra”. Es decir, USA puede bombardear con misiles no tripulados cuanto le plazca con el argumento de que “puede tratarse de terroristas” sin que ello implique que está haciendo la guerra contra tal nación. De ese modo ya no necesitan ni la aprobación del Congreso ni una declaratoria de guerra por parte del presidente. O sea, han encontrado la manera de “bypasear” sus propias formalidades que les facultan o no matar seres humanos. Ahora ya no necesitan justificar, explicar o sustentar el por qué lo hacen; simplemente son acciones legítimas en defensa de su nación y para ello no se requiere de ningún mecanismo legal previo. Basta con suponer que puede haber algo que los perjudique.

¿Pero qué cosas perjudican a los Estados Unidos? Pues todo. Desde una empresa local que vende mejor que una de su bandera o un gobierno que impide la extraditación de alguien a quien quieren juzgar a su manera; en fin: cualquier cosa que los moleste o desagrade. Se ha instaurado así un nuevo código mundial de justicia donde todo está sujeto a los intereses de un solo Estado en desmedro de los del planeta entero. ¿A dónde va a parar toda esta locura?

Pues, en mi opinión, esta anormalidad desaforada y extralimitada imperial no puede durar mucho como tampoco duró el régimen del terror en Francia ni el del delirante de Savonarola en Florencia o el de Torquemada en España. Necesariamente tendrá que imponerse la cordura y el bien común entre las naciones y ser llevados a juicio y condenarlos por crímenes contra la humanidad a todos aquellos que, utilizando el terror como excusa, han convertido la vida, la propia y la ajena, en una existencia de miedo y persecución. Así como Mac Carty encontró la horma de su zapato en un juez honesto a quien no pudo amedrentar como “sospechoso de comunista” igualmente los hombres honestos de ese país tienen que poner fin a la locura a la que los ha llevado ese grupo facineroso y enfermo de poder que no se detiene ante nada con tal de imponer la lógica del terror y del abuso. Callar ante esto sería simplemente ser cómplices de una malignidad.

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