martes, 7 de julio de 2009

Cuando un ídolo muere

Resulta sintomático que, en plena crisis económica que afecta principalmente la estructura del sistema capitalista un ídolo popular como Michael Jackson pase a mejor vida. Son esas confluencias de la vida que parecieran ser llevadas por una mano misteriosa que intenta decirnos que los hechos nunca son aislados. Con Jackson se va también mucha historia y un modelo de hacer dinero a través de la música.

Recordemos que todo empezó con el invento del fonógrafo, cuando se vio que ese aparato que reproducía el sonido podía convertirse en un buen negocio. La tierra más fértil para tal pensamiento no podía ser otra que Estados Unidos, una nación que surgió primero como una esperanza para los que buscaban un mundo mejor y que terminó siendo el mercado ideal que las nacientes ideas capitalistas necesitaban para imponer la Modernidad comercial. Hasta antes de dicho aparato la música no ocupaba otro espacio que el que siempre tuvo a lo largo de la historia de la humanidad: las plazas y los palacios de los poderosos. La música era indesligable del músico en vivo y había que contar con él inevitablemente.

Nace un producto

Todo cambió con la comercialización del fonógrafo. El músico ya no fue necesario más que para la grabación inicial. A partir de ahí su obra podía ser escuchada de un modo infinito, mientras se pudiera reproducir lo grabado. Surge entonces, en ese momento, el negocio de la música, un negocio que en sus inicios fue modesto pero que a la larga alcanzó una magnitud insospechada. Con el tiempo los gestores y dueños de este comercio se dieron cuenta que habían otros elementos complementarios además de la música y que también rendían dividendos. En ese momento nació el llamado merchandaising musical, toda la parafernalia colateral alrededor de la música.

De artista a personaje

Fue así que, de haber sido los músicos simples empleados para las fiestas y celebraciones oficiales y populares, pasaron a convertirse en figuras especiales, en superdotados convertidos en héroes para millones de personas. La industria necesitaba superlativizarlos para poder venderlos como objetos maravillosos. En torno a ellos se inventó toda una serie de elementos que iban desde la leyenda hasta la vida tormentosa que tanto atrae a la gente. Un artista, para ser vendedor, tenía que tener atributos adicionales además de su propio arte. Muchos no pudieron atravesar esa barrera porque no encajaban en el nuevo arquetipo del artista. Eran demasiado modestos, físicamente poco atractivos y carecían de “defectos” que hacen el encanto del ser humano común y corriente que no los puede tener por estar más allá de su capacidad de solventarlos.

El comprador decide

Es de este modo cómo, entrado ya el siglo XX, los artistas populares lentamente dejaron de ser señores adustos y muy profesionales para convertirse en lo que el imaginario del consumidor, del comprador de sus productos, quería. Quedó solo para la llamada música clásica todo aquello que el pueblo no podía asimilar por su excesiva complejidad y lejanía con el pueblo. Los Bach, los Mozart, los Paganini y los Verdi fueron sacados del olimpo de los dioses por no encajar dentro de los esquemas del consumo masivo. En su lugar se colocaron los cantantes populares, jóvenes y hermosos, que satisfacían intereses más allá de los meramente musicales.

Cuesta abajo

Llegamos así a inicios del siglo XXI, en el que la industria, que tanto dinero reportó a los bolsillos de los conductores de las empresas de sonido, se ven afectadas por otro invento: la Internet. Si bien no es un golpe mortal, dio inicio a la decadencia del negocio por cuanto ya no es posible hacer las grandes cifras de antaño. El pináculo de esa época fue el señor Michael Jackson, quien fue el responsable de crear los éxitos más lucrativos de la historia de la música. Fueron los tiempos dorados en los que el consumo se elevó a cifras nunca antes vistas. Pero también el fue el punto culminante a partir del cual todo sería cuesta abajo. Ya no fue posible dominar el soporte donde la música se guardaba. Ahora se podía acceder de manera gratuita, sin que le productor cobrase por ese servicio.

Vidas de ensueño

Hoy el negocio ya no es como antes aunque aún produce millones, fundamentalmente por las llamadas regalías por la reproducción en otros medios (como la televisión, la radio, etc.) y por la publicidad y las entradas a los conciertos. Sin embargo el viejo disco, el elemento donde se encuentra el sonido, ya no es el centro de las ganancias. Pero a pesar de eso quedan todavía las ilusiones, las fantasías y los sueños que esos músicos, convertidos en seres casi mágicos, provocan en el ciudadano común. Al igual que los gladiadores del circo romano o los poetas de edad de oro griega, los artistas populares concentran todos los afanes y frustraciones del hombre contemporáneo.

Todo pasa

¿Qué hay de cierto en todo esto? La misma certeza que existe en la fantasía y en las esperanzas de las mayorías. Todo ello se desvanece pronto, todo demuestra lo efímero y lo frágil del tiempo vivido. Quedará en la memoria de los que lo experimentaron, pero las nuevas generaciones solo lo verán como una referencia, como un pasado extraño e incomprensible, algo propio de sus progenitores y de cómo ellos veían el mundo cuando eran jóvenes. El negocio cambió, el mundo también y las emociones vividas se desvanecerán al igual que las de los humanos de hace miles de años quienes también pensaron que su tiempo era infinito.

El alto precio de la fama

Artistas como el señor Jackson, lo mismo que otros en la música y en el deporte, solo fueron instrumentos al servicio de una industria y pagaron el precio por ello. Convertirse en productos sacrificando sus vidas comunes nunca será algo fácil de soportar y normalmente acaba por consumir el sencillo espíritu del artista para quien, el único objetivo de su vida, era hacer su arte, no asumir un papel que exigía dedicarse más a lo superficial y colateral que al fondo de su oficio. Sin embargo, a pesar que esto se sabe muy bien, muchísimos individuos, casi siempre con muy pocas aptitudes artísticas, están dispuestos a ser tratados de la manera que sea con tal de convertirse en esos productos, semejándose a esos esclavos que, voluntariamente, se acercaban a las subastas para ofrecer sus servicios al amo que lo deseara.

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