jueves, 30 de julio de 2009

Derechos de autor y decadencia del arte en Occidente


El mundo del arte contemporáneo está plagado de leyes y de derechos de autor que buscan que los artistas ganen un dinero que supuestamente les es legítimo. Pero en nuestra opinión el arte no es ni puede ser propiedad de nadie. Es un trabajo colectivo hecho por toda la humanidad. Es como si un zapatero nos cobrara, no solo por arreglar nuestros zapatos, sino también por usarlos, ya que él se dedica al arte de hacer zapatos. En nuestra opinión los artistas no hacen mal cuando cobran por sus servicios. Tampoco cuando se agremian para ayudarse en sus necesidades. Pero sí cuando pretenden tener derechos sobre sus obras más allá de los que les corresponden. Imaginemos que los poetas estuvieran amparados por una ley que les permitiera exigir dinero a todos los que usan la poesía para cualquier tipo de actividad: para enamorar, para pensar, para hablar, para enseñar, etc. Lo que hay aquí es un mal entendido derecho a la propiedad y al justo precio.

Pero ¿quiénes crearon esos derechos y actualmente los usufructúan? Pues todo se origina en las grandes empresas norteamericanas las que, ansiosas de recuperar sus inversiones y obtener aún más dividendos, inventaron dichas leyes y luego las extendieron a todo el ámbito artístico. Esto no debe sorprendernos pues se trata de la lógica del mercado, donde todo producto debe generar un beneficio económico. El arte y las obras que este produce cayeron en manos de los comerciantes quienes hoy lo manejan como una industria más. Este mismo criterio se trasladó hacia los artistas y estos, a su vez, se han convertido también en comerciantes de sí mismos.

El nuevo rico

Sin embargo todos sabemos qué pasa cuando, de la noche a la mañana, a un individuo común se lo convierte en mercader de lo que hace: le brota la ambición y el desenfreno por obtener más dinero. Los artistas en general, y los creadores en particular, se sienten hoy con derecho a poseer fortunas debido a lo que hacen; pero eso ha convertido al arte contemporáneo de Occidente en una producción de fruslerías en el cual el único objetivo es vender y vender. Ya no importa qué es lo que se hace: el único valor real y objetivo es el dinero.

Todo es privado

Y esta ambición por la posesión privada de la naturaleza se extiende incluso hasta a las moléculas de la vida, las cuales son ahora patentadas como si de inventos se tratase, y ningún ser humano puede emplear el género de vida que de ésta provenga. Es decir: si alguien, por ejemplo, siembra una papa y no sabe que ésta ha ya sido registrada por una empresa privada terminará, sin saberlo, siendo multado o yendo preso por delincuente. Llegamos entonces a la conclusión que, tanto un delito como una falta —y por qué no, hasta el mismo “mal”— solo existen cuando se crea la ley que les da nacimiento. Esta es la idea que ampara a quienes, con la ley en la mano, convierten automáticamente en criminales a aquellos que contravienen el derecho a la “propiedad”.

El declive

Y así, desde los años 80 hasta la actualidad, casi todo lo que se ha creado en el mundo occidental y aledaños está impregnado de esa visión, de esa manera de pensar. Ningún género artístico se ha salvado; todos apuntan al mismo blanco: a la economía. Todos los artistas, jóvenes o no, solo conciben su arte en función del mercado. Por eso se vuelven lobos que protegen sus presas con los dientes. El arte actual no es más que la demostración clara de la más profunda decadencia en que se encuentra Occidente.

El mendigo que se vuelve millonario

En el caso particular del Perú, este afán por ganar dinero a través de las leyes tiene su más viva expresión en la Ley de protección de los derechos de autor que usufructúa la Asociación Peruana de Autores y Compositores (APDAYC). Cuando la propiedad musical se posesionó súbitamente de unos individuos de humilde condición —quienes no estaban preparados para la administración de una economía de ese tipo sino solo para la creatividad y el disfrute de la música— se repitió así el caso del pobre que de un momento a otro tiene la posibilidad de obtener plata y pierde la cabeza, descarrilándose luego. A partir de esto la calidad musical del autor peruano desapareció; surgió en cambio el interés por surtir al mercado, por darle pan y circo al pueblo, por alimentar al negocio de la música, por generar ante todo una rentable economía basada en el sonido. Ahora todo se ha vuelto baratija; los géneros en sí ya no interesan; solo cuenta la efectividad, el consumo, las cifras de venta. Todo aquello como la profundidad, el cuidado, la poética, el mensaje quedó de lado ante la necesidad de “llegar al primer lugar”, de “alcanzar el éxito”, de ser un producto masivo para las mentes más elementales posibles.

Aparte de dinero, nada

Así como los años 60 fueron una luz que iluminó el panorama del alma humana, desde el “triunfo” del Capitalismo de los 70 hasta la actualidad la oscuridad total ha inundado todos los rincones del valor humano. Ya no existen los auténticos artistas: son solo best-seller, grandes vendedores de algo. Todos son productos, objetos de consumo, todos tienen un precio. Los críticos, parte del engranaje del sistema, solo se dedican a alabar cada 5 segundos a un "nuevo genio" o a alguna "insuperable obra" recién salida al mercado. Pero cuando se hace una evaluación de lo realizado durante los últimos 30 años solo encontramos repeticiones, deformaciones, remedos, y añoranzas, mas ninguna obra de arte que sea siquiera comparable con las que se hicieron a comienzos del siglo XX.

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