jueves, 9 de julio de 2009

Los “chicos malos” del pato Donald

Todos podemos identificar a un ladrón de carteras porque lo vemos vestido de ladrón y corriendo delante de un policía. Para la sociedad el malo, el violador de las leyes y el culpable de los delitos es ese personaje. Pero lo que le es difícil de concebir al hombre común es que la autoridad, el dueño de las empresas o el político conocido puedan ser, igualmente, un ladrón o un asesino. Sus influencias, sus acciones y su alcance es de tal magnitud que casi nunca se descubre la forma de demostrar que realmente se trata de un delincuente.

Hacerlo sería señalar que todas sus amistades y relaciones de algún modo también lo son, cosa que llevaría a demostrar que toda la sociedad está dirigida por un grupo de mafiosos. Esta idea es demasiado grande y compleja para la mente de un ciudadano normal. La gente simple se basa en esquemas sencillos para entender la vida. Las relaciones humanas suelen encajarse dentro de arquetipos para poder ser entendida, cosa que hacen todas las telenovelas, donde presentan de ese modo a las personas. Cada quien representa su papel y viste y actúa según sea lo que es. El sacerdote es un hombre de fe, el millonario un emprendedor, el ladrón un malvado, la mujer un ser que ama y así sucesivamente. Ir más allá de eso es pedir demasiado.

Las apariencias engañan… y siguen engañando

Cierto que durante siglos la humanidad ha repetido hasta el cansancio que no hay que dejarse llevar por las apariencias, pero eso es algo que morirá con nuestra especie: las apariencias lo suelen ser todo. Por más que uno sea lo que es, si también no se parece a ello, entonces no se es. Decir que alguien es rey y no tiene el aspecto de rey es pretender que el humano normal tenga un razonamiento propio de filósofos. Este es el sustento sobre el cual se asientan todos los delitos y estafas que requieren de la credibilidad de una sociedad. Aquellos cuyas pretensiones van más allá de una simple cartera o un monedero saben que lo primero que tienen que tomar en cuenta es cuál es el esquema mental de la sociedad en que vive. De acuerdo con esos principios es que forma su estrategia para alcanzar sus fines. De ahí que, finalmente, a fuerza de emplear esta astucia, estos logran escalar hasta los puestos más altos para realizar, desde allí, los delitos que ellos ambicionan. Desde esa altura saben que se encuentran más allá del bien y del mal puesto que la ley, hecha solo para los ladrones callejeros, no los alcanza.

La mujer del César

Del mismo modo pasa con la política. Para el pueblo es más fácil identificar a los “líderes malos” cuando se los presenta caricaturizados como tales, al igual que los “chicos malos” de la conocida historieta del Pato Donald de Disney. Los políticos más astutos utilizan este camino y siempre aparentan semejarse a la imagen del “político serio y correcto, sin los ademanes y expresiones típicas de los dictadores y autócratas”. Cuando la gente ve a un personaje en lo primero que piensa es en si se parece o no al esquema preestablecido, de modo tal que pueda así decidir “quién es el bueno y quién es el malo”. La importancia de seguir el libreto es tan grande que, aunque se sea exactamente lo opuesto, la apariencia siempre se impondrá sobre los hechos, de modo que el que viste y habla como dictador siempre será un dictador y merecerá todos los adjetivos negativos, mientras que el que viste y habla como un “señor” (como un empresario) será visto como una persona correcta y honorable.

De personajes y caricaturas

En la política contemporánea sucede tal como estamos diciendo. Los medios de comunicación son duchos en resaltar las características típicas de aquellos que se asemejan a estos esquemas y muestran a los personajes como lo hacen las películas. Individualizan a cada uno para que se adecúen lo más posible a las imágenes que corresponden a cada quien, logrando de este modo convencer, incluso a los más inteligentes, de que de eso se trata: de ser y de parecer. Por ejemplo, aquellos que son considerados como enemigos del “sistema” (entendiendo a este como el dominio que tienen del mundo las grandes transnacionales) son presentados de la manera más parecida a lo que la gente llamaría “el malo”, y eso incluso cuenta con la complicidad de ellos mismos puesto que les agrada parecer diferentes pensando que eso los beneficia ante sus pueblos. Personajes como Chávez, Morales, Ortega, Ahmadineyad y otros líderes como los de Corea del Norte visten, gesticulan y actúan como el guión exige que lo hagan, mientras que los que defienden al sistema hacen totalmente lo contrario. De este modo es cómo se realiza la llamada “satanización”, que es la forma de convencer al pueblo que tal cosa o tal persona es a quien él debe rechazar por encarnar todo lo negativo que existe en la vida y en la sociedad.

Lo que no se ve no existe

Mientras tanto, amparados en esta puesta en escena, los verdaderos titiriteros se encuentran ocultos entre las sombras y no necesitan ser nombrados porque realmente no son percibibles. Cuando alguien intenta denunciarlos, el público pone sus ojos en el escenario y, obviamente, no los ve; y como no los ve entonces no existen. Es lo que pasa en el caso concreto de organizaciones como la CIA, el brazo ejecutor de los planes del imperio norteamericano: en vista que sus operaciones se hacen en secreto no son posibles de ser detectadas, pasando sus denuncias a formar parte de las llamadas “teorías de la conspiración”, que es como ridiculizan a aquellos que piensan que las cosas no son como parecen. Todo aquel que intente demostrar lo que se hace a ocultas del público termina siendo acusado de conspirativo y de paranoico, con lo cual sus afirmaciones acaban siendo solo meras especulaciones enfermizas.

Demasiado grande para verse

Un caso palpable es el del golpe militar de Honduras del año 2009, donde se pusieron sobre la mesa a todos los personajes en cuestión pero se dejó de mencionar al más importante y al único gestor de todo lo que pasa en el mundo: Estados Unidos. Ese país es demasiado grande como para acusarlo, demasiado poderoso como para identificarlo como “el malo” (lo mismo que una hormiga no tiene la capacidad de darse cuenta de la existencia del ser humano, por ser excesivamente enorme como para detectarlo). Cuando actúa lo hace siempre a escondidas y mediante presiones internas, nunca a la luz pública, de tal modo que todo se centraliza en los pobres latinoamericanos que sufren las consecuencias de ello y en aquellos que se lanzan a favor y en contra, como es el caso del señor Hugo Chávez, a quien los medios masivos sindican como el actual interventor en toda la política latinoamericana “olvidándose” que es Estados Unidos quien tiene la exclusividad en el mundo de hacerlo, incluso con invasiones militares. El gigante, entonces, es tan grande que no se ve. Cuando interviene lo hace de modo tal que nadie lo percibe a través de mecanismos que al pueblo le son incomprensibles (la economía, la diplomacia, etc.) y de tal forma que todos ponen sus ojos acusadores en los pequeños líderes de turno, caricaturizados, creyendo que ellos son los verdaderos responsables de todo lo ocurrido. Esto es lo que ocurre en nuestro tiempo y así se manejan las cosas. Cambiarlo parece imposible a no ser que aparezcan personas más astutas pero honestas que logren torcerle el espinazo a los que hoy manejan el mundo a su antojo.

1 comentario:

  1. Me gustaría hacer un intercambio de enlaces. Mi sitio es Actualidades. ¿Qué le parece?

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