viernes, 29 de mayo de 2009

Para soltarse de la teta asustada

Los peruanos estamos orgullosos de muchas cosas: de nuestra tierra, nuestras riquezas, nuestro pasado y, escasamente, de nuestra gente. Sentimos que tenemos cosas buenas y es cierto: nadie puede ser solo defectos. Pero vivir solo mirando a un lado y negar el otro es ser necios; es comportarse como un niño de jardín de la infancia que se siente muy bien como está y que no quiere que le cambien el mundo para nada.

Este niño dice: “No quiero que me muestren el lado malo de la vida, no quiero que me digan qué me falta, en qué estoy mal, por qué no he logrado lo que quería. Quiero ver solo lo bueno y así avanzar y desarrollarme, etc., etc.”. Educativa y sicológicamente esto es un absurdo, y de esa manera es cómo seguimos desde hace 500 años negándonos a la autocrítica seria y racional, pidiendo cabezas de los críticos y envolviéndonos en las faldas del Rey de España, primero, y ahora de la “bandera nacional” (esa del “saludo a la bandera”, un paño que solo sirve en el estadio para muchos).

La falta de un sentido crítico es lo que nos ha llevado a la inseguridad y a la incapacidad del juicio correcto. Si nos lo hubieran enseñado desde niños en vez de decirnos “tienes que ser como los extranjeros: culto, inteligente, científico, superior, etc.”, hubiésemos estado ahora mirando con expectación  e interés legítimo las muchas cosas buenas y malas que esta modernidad nos da. Sin embargo esa carencia es la que nos tiene agarrados del cuello y nos hace seguir causas e ideas de las que no tenemos ningún conocimiento para luego producirse barbaridades como las de Sendero (un comunismo pésimamente entendido y solo mal copiado de Pol Pot) y las del actual Liberalismo (doctrina seguida al pie de la letra por sacha empresarios peruanos que nunca han leído nada de é pero que como ven que les sirve lo asumen caricaturescamente). Ahora nos estamos preparando para sufrir las consecuencias de haber aceptado esa “filosofía” occidental sin siquiera haberla evaluado y entendido y sin comprender por qué Occidente la está abandonando en este momento.

Vivimos prendidos de la “teta” de Occidente, de sus ideas, de su cultura, de sus costumbres y valores sin saber qué son ni cómo se comen; estamos convencidos ingenuamente que, como provienen de una cultura “superior”, entonces tenemos que imitarla a como dé lugar. ¿Resultados? Vean el Perú cómo está. Después de 20 años de “prosperidad” neoliberal que empezó con Fujimori ahora nos dicen que vienen las “vacas flacas” por la crisis. Pero ¿cuál prosperidad hubo en el Perú? ¿Dónde estuvo que no la vimos? Un simple paseo por Lima y provincias nos pueden dar una idea del desastre en que se encuentra ahora el país. Entonces ¿dónde está esa prosperidad, ese crecimiento macroeconómico, esa bonanza de la que se habla?

Pero buscando, buscando la hemos encontrado: en la pista al balneario “Asia”. Una mesa de billar. Se puede incluso soltar el timón y el carro llega solo. Es un lujo. Y del mismo balneario ni qué decir. ¡Eureka! Ahí está la prosperidad de los últimos 20 años. Todo fue a parar a los habitantes de tan simbólico lugar como lo era la Bastilla durante la Revolución Francesa. El día que aquí, en el Perú, ocurran cambios verdaderos no dudo que todos los ojos estarán puestos en ese lugar, como el símbolo de los 500 años de indiferencia y explotación que hubo en nuestra nación.

¿Podremos soltarnos algún día de estas “tetas asustadas” que nos impiden pensar por nosotros mismos, evaluar con nuestro propio cerebro, sopesar con nuestros propios sentidos, y no esperar “triunfos” en el extranjero para saber que teníamos algo que valía la pena? Haré un recuento breve.

Damaris, gracias a Viña del mar, “puso en alto el nombre del Perú”. Ima Súmac y sus curiosos cantos en Hollywood: ¿alguien le habría hecho caso aquí a esa “gritona”? Gianmarco, el hijo de la recordada Regina Alcóver, era un cantante de peñas barranquinas hasta que lo contrató el clan Estefan. ¿Alguien dijo aquí: “¡qué bueno que es; hagamos que los peruanos lo aprecien!”? Juan Diego Flores, hijo de un cantante criollo, un desconocido para todos sino fuera por su madre y por su abuela que hicieron todo lo posible para que estudie en el extranjero. Aquí sería hoy un miembro del Coro Nacional.

César Vallejo. La crítica peruana decía que había que enseñar a Chocano y su hamaca tropical en los colegios, que eso era poesía. Hasta que aparecieron comentaristas europeos maravillados por su obra. A regañadientes y muertos de cólera la opinión local tuvo que empezar a decir que su poesía “tenía mérito”. Recordemos que Vallejo era totalmente comunista, así que se imaginan lo que significó para el diario El Comercio aceptar que Vallejo era un buen poeta. (Dicho sea de paso, Mariátegui también era comunista, con lo que los dos más grandes peruanos de la historia han sido de tal línea. Interesante ¿no?).

Javier Pérez de Cuellar, un diplomático de carrera desconocido en nuestro medio hasta antes de ser nombrado Secretario General de la ONU. Alejandro Olmedo, peruano campeón mundial de tenis por Estados Unidos, nacionalizado norteamericano. Aquí era un sparring del Club Lawn Tennis. Tania Libertad y Susana Baca le deben todo a sus parejas extranjeras que las sacaron de la mediocridad de las peñas de Lima. Aquí no hay ningún mérito de los peruanos ni de los que lloran ahora con la bandera en la mano. Pedro Paulet, el más grande científico peruano, es aquí un completo NN. Como nadie lee (o casi nadie) revistas científicas se ignora que es considerado uno de los padres de los vuelos espaciales.

Desgraciadamente todos los ejemplos son lo mismo: el extranjero decide mientras en el Perú se espera. Machu Picchu figuraba en el catastro de la municipalidad del Cusco mucho antes que llegara ese buscatesoros llamado Hiram Bingham, ansioso de ser el Lord Carnavon gringo (y lo logró). Antes de él, en el Perú, todas las ruinas y los restos de lo cholo eran vistos como la rémora de un pasado que había que superar y olvidar para “ingresar por fin a la modernidad y al desarrollo”. Decían: “mientras sigamos mirando hacia atrás nunca alcanzaremos a los países que se han superado y ahora son naciones industrializadas y modernas”. O sea, Machu Picchu y todas nuestras “ruinas” de las que ahora estamos orgullosos eran montañas de estiércol hechas por los antepasados de nuestras sirvientas hasta que el norteamericano dijo que eso era “riqueza cultural”. Hasta ese momento el único que valoraba esas “ruinas” era un médico despreciado fundamentalmente por ser tan cholo como los huacos que sacaba con su propio dinero: Julio C. Tello.

¿Y por qué no se presentan primero las obras aquí, en el Perú, en calidad de muestra o preestreno para la evaluación primero de nosotros, los interesados, y luego se las llevan a los concursos de afuera? La respuesta es muy sencilla: porque los artistas saben que aquí nadie tiene idea de qué es lo valioso y qué no si es que no se viene con un premio del extranjero bajo el brazo. ¿Alguien lo puede negar? Pero algunos dirán: “¿y la cumbia peruana? Está triunfando aquí antes que en el extranjero”. Es una verdad a medias. Los Shapis recién salieron en la televisión (y con ellos la “chicha”) cuando Francia los invitó a un festival de “pueblos inferiores” en París. Antes de eso la chicha era una música despreciable y un sinónimo de “bajo y ruin”, de fiestas de borracheras y delincuencia (en gran parte impulsado esto por una campaña de las radioemisoras que difunden salsa por convenio con las disqueras norteamericanas, creadoras de ese género en New York y Miami). De modo que no quedó más remedio que acudir al término colombiano “cumbia”, porque no es peruano y así, en nuestro medio eso tiene el carácter de “ritmo extranjero adaptado para el Perú”. Nuevamente el complejo de no aceptar lo cholo de por sí, si es que no viene de París, no usa una palabra foránea y no sea una fusión con ritmos no peruanos. Así sí es aceptable; pero nada con los cholos; es mejor colombiano que peruano.

Mientras Europa y EEUU sean para nosotros los paradigmas y las medidas de todas las cosas nada cambiará en nuestra realidad y seguiremos alegrándonos de lo que hacen los Claudios Pizarros, los Farfán y todas las estrellas futbolísticas allá, a donde “las cosas valen”, pues acá solo hay miseria y desolación (salvo en el balneario Asia). Y viviremos como siempre con el orgullo de haber tenido “reinas de belleza” como “Gladys Zender” o “Madeleine Hartog Bell” (¿peruanísimas no?) simplemente porque “allá lo dijeron”, pues acá ni sabíamos que esas señoras existían. La lista es muy larga y no quiero agotarlos con los “triunfadores afuera que vienen a ser paseados en hombros por cholitos acomplejados”.

El mensaje final es: quien logre triunfar en el Perú sin que ningún gringo o extranjero diga nada sobre él y, más aún, sea ignorado y ninguneado por ellos, ese peruano, ese, será el que realmente haya hecho patria. Este es el gran reto que hasta ahora nadie ha podido lograr (porque se estrella contra la barrera mental del subdesarrollado y acomplejado cerebro nuestro) pero que espero que, a raíz de estas ideas, alguien lo pueda hacer aunque muera en el intento.

Recuerden: es mucho más fácil demostrar que uno vale ante los extranjeros (que no conocen nuestros prejuicios) que ante nosotros. Y no cabe aquí eso de “nadie es profeta en su tierra” porque todos los artistas de Estados Unidos SÍ SON PROFETAS EN SU TIERRA, porque ellos se aprecian a sí mismos y no esperan concursos de Europa para saber qué les gusta y qué no, qué vale y qué no.

 

Sobre la música chicha y su transformación en "cumbia"

La música es un elemento vivo de la humanidad; se retroalimenta cruzando todas las fronteras: las físicas, las ideológicas y las estéticas. Grandes compositores académicos europeos y norteamericanos (los llamados "clásicos") basan muchas de sus obras en manifestaciones musicales de distinta índole, raza, cultura, sociedad y tiempos.

Pero también es cierto que existen los períodos donde se dan predominancias diversas. Lo más común es que éstas épocas las determinen los imperios y culturas dominantes, quienes impondrán, por lógica, sus propios gustos y visiones de la vida. A esto se le llama moda.

Un ejemplo clásico de cómo los gustos y preferencias navegan por las sociedades es el del tango, y su historia es lo que más se asemeja a nuestro caso. El tango era una música de "arrabal", creada por los negros esclavos argentinos (que también crearon la milonga) la cual tenía aceptación solo entre los sectores más pobres de Buenos Aires (principalmente, entre los emigrantes europeos). Sin embargo, por esas cosas del destino, su más alto representante llamado Carlos Gardel, nacido en Francia, tuvo el genio musical suficiente para encandilar a la clase alta francesa, la más culta de su tiempo. El mismo Rey de Francia le pidió un "bis" cuando cantó ante él en su gira a Europa. Al regreso de la misma el tango, de ser una música despreciable en los ambientes cultos de la capital, se convirtió en "la favorita" (no podía ser menos, si el mismo Rey de Francia la cantaba) y de allí saltó a la fama universal. Fue la venia europea la que convirtió a este género en lo que hoy es. Algo parecido le ocurrió a la hoy innombrable "chicha" cuando triunfó en Italia (“La colegiala”).

Un segundo caso notorio es el de el rock norteamericano (originalmente llamado rhythm and blues). Música de esclavos negros, despreciada por el mainstream gringo, tuvo que blanquearse para poder ingresar al mercado "blanco" y convertirse en el gran negocio que es hoy. La fórmula mágica se llamó Elvis Presley (el Gardel norteamericano) quien estableció ese puente cultural al poner la voz de negro al cantar. Sin Presley no existirían los Beatles, sus admiradores, y por lo tanto, no existiría toda la historia que hoy conocemos.

El proceso musical peruano está en plena maduración y ha llegado, como en los casos del tango y el rock, a salir de los arrabales o los barrios marginales de donde nació a los lugares más exclusivos de la sociedad. A partir de aquí viene la siguiente etapa donde los sectores más pudientes suelen asumirla como suya y la trabajan incorporándole otros elementos. Esto hace que esta música se enriquezca. El paso final, como suele ocurrir, es cuando los compositores académicos la empiezan a usar como base para sus futuras creaciones, cosa que enriquece a todos, tanto al pueblo que la creó como a la clase superior que la enalteció.

Según esto, entonces, la aparición de grupos como Bareto pareciera que nos anuncia la pronta llegada de algún Gardel o Elvis que convertirá a la antigua “chicha” en una nueva forma de expresión musical que será el aporte del mundo andino a la cultura universal contemporánea.

Apuntes sobre el racismo en el Perú

El racismo es la identificación a través de una determinada apariencia física. En su aspecto más negativo, sirve para la apropiación de las mayores ventajas de algo.

En realidad, si bien el racismo está asociado al abuso y explotación, no necesariamente tiene tal fin y, muchas veces, es necesario para diversos usos en la vida diaria. Por ejemplo, para una determinada actuación musical, es necesario que los danzantes tengan un biotipo racial común, como los danzantes de tijeras o los de festejo. En otros casos se lo utiliza como un ejemplo de integración más que de separación, como cuando se ve a varios individuos de aspecto racial diferentes unidos en una sola imagen, al estilo de los viejos comerciales de Coca cola. Hay casos en los que ayuda a que la gente se sienta más identificada con una determinada expresión cultural al otorgarle aspectos raciales de origen provenientes de sus antepasados (lo cual no es necesariamente malo ni bueno, sino solo un elemento que beneficia a la identificación).

Hay también un racismo natural, en el sentido que muchas veces las personas gustan más de sus iguales, de aquellos con quienes pueden compartir sus mismas costumbres y culturas, y por eso prefieren, en muchos casos, gente que se parezca a ellos (como les pasa a muchos peruanos que, viviendo en el extranjero, se casan con peruanas porque "son más afines a ellos"). En general, el racismo, en su buen sentido, es un indicador de algo: de una cultura, de un género o modo de vida, de una forma de pensamiento, por la que los individuos pueden o no optar. El racismo entonces, tal como lo demuestra la historia, no es un factor condicionante ni obliga a nadie nada. Siempre es una opción; prueba de ello son los innumerables casos de mezclas de distintas razas a lo largo del tiempo, lo que ha permitido a su vez que la humanidad no se degrade como especie.

Pero el aspecto más común asociado al racismo es el negativo, el que discrimina a unos a favor de otros. Aquí el asunto es más complejo, por cuanto siempre, en estos casos, existen dos posiciones encontradas, ambas con su respectiva razón. Tanto el que discrimina como el discriminado tienen argumentos que los justifican. Muchos encuentran en el racismo una forma de preservación de su manera de ser y de pensar, de su cultura ancestral que, muchas veces, se encuentra en vías de extinción, cosa que sucede, por ejemplo, con el pueblo gitano. Para ellos la apertura significaría la muerte de su cultura, por eso consideran necesario el racismo, por una necesidad de sobrevivencia.

Existen otros casos donde el racismo sirve para proteger una forma de poder, de conquista o de privilegios los cuales, si no se elitizan, correrían el riesgo de perderse con la mezcla. Esta es la forma más común de racismo pues es el que tiene por origen o razón de ser la preservación del beneficio económico que da el poder. Aquí el caso más conocido es el de los judíos quienes, sin ser realmente una raza (pues no existe la raza judía) sí existe como “concepto” (“el pueblo judío”) lo cual sirve para mantener, entre quienes son considerados como “judíos”, el poder. Eso es lo que explica porqué a lo largo de la historia de Occidente numerosos “judíos” han alcanzado notoriedad en todos los campos a pesar de no ser un pueblo numeroso: porque siempre han contado con la preferencia de los miembros de su “pueblo-raza” que los han escogido a ellos antes que a los no judíos (esto es necesario decirlo porque existe una creencia popular de que los judíos son “seres superiores” y que por eso destacan en todo; esto no es cierto: más bien son quienes tienen la prerrogativa en todo, por eso “inevitablemente destacan en todo”, manteniéndose así el privilegio de pertenecer a la “raza judía”, que ya sabemos que no existe).

Entonces, tanto el discriminador como el discriminado tienen ambos el mismo derecho a acusarse y defenderse con el argumento de la justicia a su favor. En este terreno no existe autoridad que pueda juzgar con equidad porque se trata de dos formas de ver la realidad.

En el caso del Perú el racismo tiene la misma connotación negativa que hemos mencionado: no sirve para mostrar la unión de los peruanos (como puede suceder en algunos países de Europa donde, como en Francia, se está empezando a admitir a los negros como franceses) sino sirve para resaltar más bien la enorme y ancestral desunión. Lo que en unas partes sirve para demostrar que, por encima de la raza, está la unión de una sociedad, en el Perú sirve para demostrar lo contrario. La explicación es que aquí los privilegios están dirigidos todos a favorecer a un determinado tipo racial (en este caso, blanco, pudiendo haber sido asiático u otro) el cual, por un consenso social, tiene la prerrogativa de estar POR ENCIMA DE LA LEY, lo cual es, para este grupo, una enorme ventaja con respecto al resto.

Pero así como esto significa una ventaja y un privilegio desmesurado para unos pocos es a la vez la causa de la gigantesca injusticia y el desequilibrio que existe en nuestra sociedad. En una nación donde unos cuantos se apropian de la mayor parte en perjuicio de muchos existe el germen de un desorden y un descontento tan grandes que inevitablemente terminará en revolución.

En resumidas cuentas: la sociedad peruana posee un racismo de tipo negativo pues es disociador en vez de unificador y produce un notorio desequilibrio que pone en peligro la estabilidad de la nación. Los últimos veinte años de prosperidad demuestran que la única región del Perú que se ha beneficiado de ello ha sido “Asia”, incluida su extraordinaria pista, mientras que el resto del país se encuentra igual o peor a como estaba hace treinta años. Todos los empresarios, los funcionarios y profesionales de éxito en el país pertenecen al mismo biotipo: blancos. Todos se conocen, han estudiado en los mismos colegios, en las mismas universidades tanto del Perú como del extranjero. Y toda la riqueza y los mejores sueldos recaen, por esa razón, en ellos. Esto se llama racismo, en su peor sentido. Y este es el tipo de racismo que termina en revolución, al igual que pasó en Sudáfrica.

Mientras tanto el Estado, que debería cumplir el papel de distribuidor justo de los beneficios de la sociedad, solo se encarga de protegerlos, por lo que se ha desprestigiado y ha perdido total credibilidad ante el pueblo. Hace poco Barak Obama, el presidente de los Estados Unidos, en su discurso inaugural, dijo que una nación que solo se dedica a beneficiar a los más ricos es una nación condenada a desaparecer. Este parece ser el caso del Perú.

 

 

Mitos y verdades sobre la corrupción

Si no fuera por la gravedad del hecho uno diría: "algo que ocurre todos los días no es noticia", tal como enseñan en las escuelas de periodismo. Pero esto me motiva dos comentarios que los haré breves pero que son parte de distintos ensayos más extensos que he realizado.

1. No es cierto que las fuerzas policiales, de aquí y de todo el mundo, combatan a la corrupción y al delito. En realidad, lo que hacen es administrarla. Brevemente: el ser humano tiene dentro de su comportamiento general una natural tendencia a romper los esquemas. Esto no puede ser considerado malo porque esa es la base del cambio y el progreso sin lo cual hasta ahora estaríamos en el "Paraíso terrenal" o en la Edad de Piedra. Ante ello lo más adecuado es canalizar estas fuerzas de la mejor manera; y eso es administrar, ponderar, dirigir. Por ejemplo: aunque nos parezca increíble, toda delincuencia (salvo la circunstancial, producto de una acto de desesperación) está organizada y delimitada. Toda persona que delinque por lo general lo hace de la mejor manera que sabe y en donde lo puede hacer. Todo eso lo conoce la fuerza policial, quien tiene un mapa detallado de los tipos de delitos y quiénes los comenten y en dónde. Lo que las policías de todo el mundo procuran es que ese esquema no se rompa o rebase y ocasione un escándalo social (que es a lo que se teme siempre y que ocasiona las “reformas”). Es decir, mientras una fuerza policial pueda mantener dentro de sus cauces el delito de su sociedad las cosas van a ir bien. Esto implica, lamentablemente (pero también "realísticamente") que el método para hacerlo exige que las fuerzas policiales "negocien" con las fuerzas delictivas para que ambas mantengan sus espacios. Nunca la policía acabará con el crimen y el crimen nunca irá más allá de su ámbito y tamaño natural. Lo que se procura es el equilibrio. Para entenderlo mejor, es como en una clase de colegio donde hay desde los "nerds" hasta los más aplicados, los mudos, los normales y los "viciosos". Ninguna clase dejará de tenerlos. Lo que debe hacer el maestro no es expulsar a los "viciosos" (porque otros tomarán sus lugares) sino controlarlos, mantenerlos a raya. Este es más o menos el resumen del ensayo y la enseñanza que nos da es que no se trata de eliminar el delito sino de controlarlo y administrarlo de la mejor manera, sin que éste llegue a alterar las estructuras básicas de la sociedad (igual que el viejo problema de la prostitución: el asunto es orientarla, porque no se la puede erradicar del comportamiento humano). Entonces, como conclusión, un buen sistema policial es el que administra bien el delito. (Para comprobarlo, si algún día les roban el carro y tienen gran influencia en la policía verán que ellos, los policías, por el lugar y la modalidad del robo, les dirán inmediatamente dónde está el vehículo, quién lo hizo y para qué; e inmediatamente ordenarán su devolución. ¿Por qué? Porque ni la policía ni los mismos delincuentes permitirían que unos desconocidos invadan sus “terrenos”. Ambos, policías y delincuentes, identificarán y denunciarán a los nuevos y advenedizos que se han atrevido a actuar sin tener el respectivo "permiso").

2. El otro comentario que también me suscita esta anécdota es la importancia de mantener un sistema policial y judicial corrupto. ¿He escrito bien? Sí. Permítanme explicarlo. ¿Han oído hablar alguna vez que a un banquero, a un miembro del Club Nacional se lo detenga y se le juzgue en el Perú? No. Lo que pasa es que no entendemos que un sistema corrupto siempre favorece al más fuerte, al que puede pagarlo, al que puede sacar y poner jueces a discreción. Para entenderlo mejor usaré una comparación que siempre es ingrata pero a veces necesaria. En EEUU existen miles de millonarios y empresas tan poderosas que, si no existiera un contrapeso en el Estado y un sistema judicial independiente, una transnacional como la Exxon o la GM tendrían la capacidad de manejar a su antojo al gobierno. Allí hay tantos poderosos que, sin ese sistema judicial, hace tiempo que Norteamérica habría caído en manos de cualquier súper millonario (y aún así ocurre a veces, como el caso de Lehman Brothers). En cambio, en países como el Perú es todo lo contrario. Aquí basta con tener un poco de dinero y amigos en el Congreso o en Palacio para que la ley no te toque. Y más grave aún: cualquier empresa con algo de poder puede digitar al Ejecutivo a su regalado antojo. Por eso se procura que siempre, tanto la policía como el Poder Judicial, esté lleno de mediocres, pelagatos y, sobre todo, "cholos" acomplejados (porque los hay de los otros) que ante un blanco se tiran al piso para obedecer (¡vamos, todos sabemos que los policías y jueces del Perú son "cholosmuertosdehambre" y así los tratamos!). Esta es la situación que hace que aquí las mineras, por ejemplo, pateen todos los tableros y hagan lo que les viene en gana, porque nuestros poderes de control son solo una cueva de pobres diablos que hacen lo que se les ordena. Por eso el mismo que se para ante una luz roja en Patterson, y no se mueve hasta que no cambie, es el mismo que se la pasa en Javier Prado. Porque como él dice: “aquí la ley no se respeta; allá sí”. (¿Alguno de ustedes se ha enfrentado alguna vez con un policía de carretera de Texas o de Ohio? ¿Han intentando darles un billete de 5 dólares?). En conclusión: la corrupción no es gratuita ni casual en el Perú: ES NECESARIA PARA PODER HACER NEGOCIOS). Y mientras los grandes grupos de poder necesiten hacer crecer sus negocios requerirán cada vez más jueces adecuados a sus intereses (porque los que no obedecen son los llamados “tremendos jueces de la tremenda corte", la clásica frasesita con la que se califica a todo juez que dictamina en contra de los grandes intereses ¿no?). Así que quejarnos de la corrupción en el Perú sin entender por qué ésta es indispensable es no conocer a fondo el hecho que la sustenta. 

La selva y la conquista del mundo por Occidente

En un momento en que la civilización occidental se mira y se evalúa para ver cuál es la magnitud del error que comete con el planeta, producto de su forma de entender a la naturaleza como objeto de estudio, las transnacionales se aprovechan de los gobiernos corruptos y mafiosos de los países subdesarrollados para hacer negocios con sus caciques y lograr que les den las leyes que les permitan apoderarse de sus riquezas y territorios.

Todos sabemos que la Tierra está plagada de materia de diverso tipo que, bien analizada y empleada, sirve para todo uso en la industria. Y aunque en muchos casos esa investigación trae ciertos provechos y beneficios, al hacer un balance final nos damos con la sorpresa que el dominio de naturaleza por el hombre (occidental) lleva finalmente a la destrucción de esa fuente de riquezas.

Porque en verdad no se trata solo de riqueza sino principalmente de poder. El Occidente ha acuñado una frase que dice: “Conocimiento es poder”, dando a entender que, canalizando las fuerzas de la materia, cierto grupo humano puede imponerse sobre el resto. Las pruebas de ello son contundentes, tanto que hoy vemos los resultados.

Todos los conflictos que hoy vive el mundo tienen un solo origen: la expansión y el apetito de las transnacionales por apoderarse de los recursos naturales. Por eso se entiende Irak, Afganistán, Somalia, Perú y un largo etcétera, en razón a que en todos estos países existen reservas comprobadas de todo tipo de minerales y de vegetación valiosísimas para la supervivencia de las grandes superpotencias.

Las invasiones se producen con los argumentos conocidos de “lucha contra el terror y contra los subversivos, para llevar la libertad y la democracia”; ello justifica enviar los ejércitos a esos lugares semi-abandonados donde solo habitan “indios salvajes”, quienes, por supuesto, “se oponen al desarrollo” debido a su ignorancia y a las perversas influencias de los Ben Laden y los guerrilleros tipo Sendero Luminoso.

Pero ni es Ben Laden ni es Sendero: son los pueblos de la Tierra que pagan el precio del hambre desenfrenado de poder de las grandes empresas, quienes se encuentran en una loca carrera por ver quién se apodera y patenta primero todo lo que encuentran a su paso (primero patentan, luego investigan).

El caso peruano es un ejemplo de ello. Los grandes poderes mundiales ya han decidido que la selva amazónica sea de su propiedad, por eso han forzado a sus gobiernos títeres como el de Alan García para que den leyes que favorecen la apropiación “legal” de millones de hectáreas de vegetación y minerales allí escondidos. Como era de esperarse, los grupos nativos que allí viven son los primeros en sufrir las consecuencias pues pierden territorio, derechos y autonomía.

Sin embargo el gobierno peruano sale a argumentar que “el territorio peruano no es de los que lo habitan sino del gobierno”, con lo cual justifica que, cómodamente, desde Palacio de Gobierno, se firme un documento que avale la vergüenza de entregarle a los extranjeros toda la riqueza. Con una frase muy publicitaria y efectista tratan de respaldar sus actos.

Pero no todos los peruanos somos tan simples en los análisis para caer en el juego. Se está entregando la cuenca del Amazonas a las transnacionales para que ellas eludan sus compromisos internacionales y, a futuro, terminen por considerar que esa riqueza es “patrimonio de la humanidad y no de un grupo de nativos ni de sus gobiernos corruptos”, usando la lógica tradicional de Occidente de irrogarse el derecho sobre algo por considerar que, quien lo tiene, no lo sabe usar.

Y como los peruanos “no sabemos usar los recursos que tenemos” entonces es mejor que la “comunidad internacional” se encargue de ellos pues ella sí sabe qué hacer. Y lo que van a hacer, ya lo sabemos, no es otra cosa que perpetuar el milenario concepto de explotar las riquezas de las colonias para beneficio de la metrópoli. ¿No ha sido acaso así desde hace siglos en el caso de Europa y ahora de Estados Unidos? Es obvio que de todo esto siempre se benefician un grupo de personas del lugar quienes, haciendo de serviles lacayos, se ponen felices a las órdenes de los poderosos extranjeros. La mayoría de éstos suelen tener pasaporte de otras nacionalidades y residen realmente fuera del país.

En conclusión, estamos ante una fase más de la expansión de la visión y el pensamiento occidental que, llevado por una filosofía moderna y científica que trata de entender al mundo y a la naturaleza a través de una razón instrumental que considera que el dominio sobre ella es el objetivo final del ser humano, creencia que lo va a llevar, de un modo u otro, a apropiarse de la Luna, de Marte, de Venus, del sistema solar y de las galaxias, pues según ello “es destino manifiesto del hombre la conquista del Universo” (teoría norteamericana del pueblo elegido para tener hegemonía sobre la Creación). Aquí, en este pensamiento típicamente occidental, es en donde reside el origen de todo lo que está ocurriendo, cosa que no veo cómo pueda detenerse a no ser que Occidente cambie radicalmente su forma de entender al mundo. (Pero para ello tendría que ocurrir una revolución interna y profunda, que no si sabemos si va a ocurrir o si realmente ellos la quisieran).

 

De gritos y de música: los Jona’s Brothers en Lima

Este acontecimiento de los Jona’s Brothers me suscita una reflexión. Recuerdo que de niño me obligaron a acompañar a mi hermana a un cine. Renegando estaba yo rodeado de cientos de chiquillas adolescentes sin saber a qué se debía ese alboroto cuando de pronto, en la pantalla de aquel local hoy desaparecido, aparecieron las figuras de cuatro muchachos ingleses melenudos cantando extrañas canciones.

Los gritos eran tan estrepitosos que apenas sí se escuchaban las melodías, pero no puedo negar que, a partir de ese día, ese sonido se convirtió para mí en algo estremecedor, que podía oír incesantemente durante todo el día sin agotarme. Eran los Beatles.

Como comprenderán, en ese momento lejos estaba de mí el verme atraído por sus caritas o por sus gestos, pero no podía evitar sentir algo emocionante por su música. Aún ahora, tantos años después, cuando las escucho, siento la misma emoción por la belleza que todavía producen en el alma de quien las oye.

Los años 60 fueron una época de gloria cultural y de creatividad, donde se cambiaron los patrones y las costumbres; donde la juventud irrumpió con una actitud antes nunca vista: con su propia voz, su propio pensamiento. El pináculo de todo eso fue Woodstock, cuando miles de jóvenes se reunieron para cantarle al amor, a la vida, a la libertad y a la paz, sin ningún otro fin que ello mismo. Visto con los ojos del tiempo, aquello fue un ritual, una ceremonia donde los sumos sacerdotes eran los músicos, iluminados por una fuerza especial que daba el sentimiento de esa época.

Pero estamos en el siglo XXI y hoy domina el mercado. Todo funciona alrededor de él y para él. Nada de lo que ahora se hace puede dejar de ignorarlo, bajo el riesgo de simplemente no existir. Estamos en el imperio de los mass media, donde todo lo que sus dueños dicen se hace y se consume. Los artistas auténticos, esos seres libres imposibles de domesticar para el servicio de las ventas, están expulsados de esa maquinaria por rebeldes e indomables. Son reemplazados por productores y managers conocedores de las reacciones sicológicas de las masas quienes elaboran los productos indicados como quien crea un nuevo tipo de chocolate. Ellos controlan todos los espacios, todo el sonido que se escucha sobre la Tierra; y no hay posibilidad para que alguien que no pertenece al sistema se pueda dejar oír.

Es cierto que, ayer como hoy, las jóvenes adolescentes siempre gritarán y correrán donde hay muchachos guapos cantando; pero no todos podrán ser como los Beatles, los Stones, los Who y hasta los Monkees, quienes, a pesar de haber sido creados por la maquinaria norteamericana, nos dejaron un legado musical que, pasado el tiempo, increíblemente ha sobrevivido. Sí pues, era música; tenían calidad.

 

 

Qué es la derecha e izquierda en el Perú

Vamos a ver. ¿Qué cosa es derecha en el Perú (porque no en todo sitio los calificativos coinciden) Derecha en el Perú es el conservadurismo, es la oligarquía, el dominio de los ricos en todos los campos de la sociedad: política, cultura, economía, etc. Y lo más importante: conservar las propiedades en manos de quienes las tienen. La CONFIEP es la expresión típica de nuestra derecha pues reúne a los gremios más importantes y a sus dueños: las familias propietarias. Según cálculos, no pasarían más de 5 mil las familias peruanas "de sociedad" quienes tienen la propiedad del 80% del país. Este es el corazón de la derecha. Además a ello se debe agregar la clase media típica, quienes naturalmente tienen la aspiración de convertirse algún día en una familia poderosa y vivir como sus modelos: los ricos. Normalmente trabajan para ellos y son fanáticos defensores de sus derechos (son los que salen a las calles a defender "la democracia, la libertad y el sistema", los que dan la cara por ellos).

¿Qué cosa es la izquierda en el Perú? La izquierda está formada por un pequeño grupo de personas que tienen que haber leído algo de política o estar vinculados a algún grupo o movimiento que se autocalifica de tal. Nadie, sin estar instruido, puede saber si es de izquierda o no por cuanto ello implica una concepción del mundo y una explicación de la sociedad y la economía, y eso es difícil que se obtenga espontáneamente. Es, entonces, un pequeña cantidad de intelectuales que concibe las cosas, mentalmente, diferentes a como las plantean los medios de comunicación. Como el hecho de estar instruido es ya de por sí difícil en nuestro país, resulta entonces complicado encontrar muchos izquierdistas. Normalmente éstos son apoyados, en algunas marchas o en ciertos procesos electorales, por un pueblo que circunstancialmente canaliza sus reclamos a través de ellos, pero, a la hora de la militancia, se retiran pues no los entienden. De allí que el izquierdismo en el Perú haya sido un oportunismo en la historia. No está enraizado en el hombre común.

Y entonces, ¿qué sería el centro? El centro en el Perú es la posición del miedo al cambio, de no saber qué es derecha e izquierda ni querer saberlo. Es el que no cree ya en las ideas sino en aquel que le promete la respuesta a sus necesidades inmediatas... sin discurso de por medio. Suelen estar ahí aquellos que no entienden de política o que la aborrecen o no les importa. La mayoría de la juventud actual, por el rechazo que los políticos les producen, suelen autocalificarse de centro, que es lo mismo que nada. El centro siempre ha sido "yo no opino de política", pero luego se vota por el que asusta menos. Tradicionalmente el Perú se dice que se inclina por el centro porque vota por el temor que le causa tal o cual candidato. Se prefiere a aquel que dice: "yo no soy de derecha ni de izquierda", con el deseo de dar a entender que "yo no tengo ninguna intención preestablecida", es decir, soy pragmático. Fujimori fue un ejemplo claro del "no político". La gente que aún le guarda simpatía es porque lo ven práctico, no da discursos sino hace obra. Por lo tanto, el centro es el rechazo a las ideas, a la posición, a la política y la aceptación total al pragmático, al que hace las cosas en el momento sin pensarlas mucho.

Si el pueblo peruano va a votar por el centro pues lo hará por el que demuestre la posición más práctica, menos ideologizada y que, en lo posible, no tenga ideas. Y ese es el fujimorismo, no hay otro. El fujimorismo no nace en la teoría sino surge de la propia realidad del peruano de “centro”. Reúne todas las condiciones que lo harían aceptable y, además, al igual que el APRA, tendría una segunda oportunidad para "demostrar que también sabe subsanar sus errores", estaría apoyado totalmente por la CONFIEP, lo que le daría estabilidad, y contaría con el respaldo de todos los medios de comunicación, lo que generaría una corriente de opinión optimista y confiable. ¿Qué más se necesita? Alan ya recibió el mensaje de El Comercio (CONFIEP-Ipsos) de que no lo quieren para ahora sino para el 2016, cosa que no creo que le desagrade mucho. La derecha no quiere experimentos ni sobresaltos, así que ya está convenciendo de la mejor manera a García para que acepte el trueque: ahora Fujimori, mañana tú otra vez. Y así se lleve la fiesta en paz. Creo que mejor posición que ésta no puede existir por el momento.

 

El despertar de las naciones andino-latinoamericanas y la búsqueda de un sistema no occidental de gobierno

Hasta ahora no se ha dado en toda Latinoamérica un análisis serio y neutral del fenómeno que se ha suscitado en todos sus pueblos. Lo más cómodo es apegarse a las referencias intelectuales que proporcionan las universidades, totalmente occidentalizadas, y, a partir de allí, encasillarlo dentro del esquema mundial como uno más dentro de otro.

Pero ¿realmente es así? ¿Será cierto como dicen los intelectuales académicos que estamos ante un proceso típico de las democracias incipientes con tinte latinoamericano, el cual sufre cada cierto tiempo de “inmadurez y retrocesos” como los de Chávez o Fujimori, “dictaduras” de izquierda y de derecha? ¿O será como dicen los izquierdistas que estamos ante una fase de la crisis del Capitalismo lo cual hace estallar el sistema generando el despertar de los diferentes actores en busca de una revolución socialista?

Pero lo que se ve es que ninguno de los dos bandos tradicionales quiere dar su brazo a torcer y se niegan a admitir la existencia de un nuevo fenómeno socio-político propio de la resurgencia de las naciones andinas, un proceso distinto al devenir de Occidente y que busca su espacio dentro del contexto mundial. No es casualidad que los pueblos latinoamericanos hoy no sean los mismos de hace 30 años. El pensamiento oficial se niega a admitir que ha habido una transformación intrínseca de una civilización que se está buscando a sí misma en sus propias raíces y no un encaminamiento hacia formas occidentales contemporáneas.

Es por eso que todos los grupos tradicionales de poder (y sus clases medias adláteres) hasta ahora no quieren aceptar la idea de que este pueblo que siempre tuvieron a su disposición y sumiso ya no es el mismo. Ha cambiado, ya no es aquel al que se le endulzaba fácilmente con promesas nunca cumplidas. De tantas frustraciones sufridas hoy ha encontrado su propio sendero y lo manifiesta a través de los procesos eleccionarios. El temor de los grupos dominantes (tanto económicos como intelectuales) los hace calificarlo como “el antisistema” que en realidad no hace mas que esconder una gran verdad: son el antidominio, el cambio de manos en el control de los países. A eso es a lo que tanto le temen en realidad.

Estamos a no dudar ante una verdadera transformación social en el mundo latinoamericano y ante el recambio de grupos de poder. Todavía las clases tradicionales dominantes tienen la esperanza que esto sea solo un exabrupto de la historia, algo así como los errores a corregir dentro de un sistema estable. Pero tal parece que la historia es irreversible, y hoy los pueblos, más instruidos y conscientes que hace tres décadas, tienen ya otra visión de sus propios mundos y realidades.

En el caso particular del Perú, solo dentro de esta lectura es que se podrá entender el fenómeno que se inició con Fujimori (el aparente antisistema), continuó con Toledo (el aparente autóctono reivindicador) y que tendrá que seguir, nos guste o no, con el siguiente paso que es la elección de aquel/ella que represente la compleja ideosincracia andina-latinoamericana. Se trata de fases de un proceso que va in crescendo y que no se puede revirar. Los intelectuales tendrán que admitir, tarde o temprano, que negando la realidad no es cómo ésta se puede comprender.

 

jueves, 28 de mayo de 2009

Perú, en medio del pantano, surge la luz

Después de cinco siglos de explotación y de intentar negar la existencia de una civilización andina aún viva, actualmente existen razones para pensar que el nuevo modelo de desarrollo que surgirá en el Perú necesariamente provendrá de esas canteras, las andinas, sumamente vivas en el imaginario colectivo de la nación. Surge una alternativa a los modelos importados que no han podido dar resultado porque nunca contemplaron una realidad total que incluyera al gran pueblo explotado, y que solo consideraba a una mínima clase dominante y a su pequeño séquito de clase media (la República era solo para los “ciudadanos”, pero no para la mayoría que era campesina y provinciana”). Esta fantasía mantenida durante tanto tiempo por la cultura gráfica y los ideólogos formados en las universidades occidentalizadas parece que hoy se enfrenta a su propio destino.

Un poco de historia peruana
Las naciones no carecen de historia ni de personalidad y el Perú tiene ambas. Esta región de América tiene la contradictoria suerte de ser un medio natural fértil en riquezas lo que, al igual que en muchas otras latitudes, terminó siendo su peor desgracia. Occidente, a través de los españoles, vio en estas tierras una fuente inagotable de oro y privilegios coloniales, y los conquistadores no repararon en pasar por encima de pueblos enteros quienes, laboriosamente, habían construido un mundo diferente al elaborado por la civilización europea, muy exitoso en su vinculación y equilibrio con el medio ambiente. Fue a partir de esta conquista que nació lo que primero fue la capital colonial del imperio español, la joya de la corona que le proveyó de generosos aportes económicos. Sin embargo, después de casi tres siglos, los intereses de otras potencias hicieron que el Virreinato del Perú, como así se llamaba, tuviese que atravesar un parto forzoso para convertirse en país independiente. La clase alta colonial peruana, sumamente vinculada a España, era reacia a cualquier cambio, mientras que el resto de la población vivía en una condición que le impedía entender u opinar sobre los hechos políticos mundiales. Finalmente, la invasión de los ejércitos llamados “libertadores” de San Martín y Bolívar (“ejércitos invasores” para quienes serían después los peruanos) fue lo que determinó el nacimiento contranatura del Perú, al cual se le obligó a adoptar una forma de vida para la cual no estaba preparado ni jamás deseó.

El gran teatro: fingiendo ser República
De este modo las desgracias de esta región de Sudamérica se incrementaron con una imposición de independencia forzosa, y, además, con la triste misión de importar todas las formas sociales nuevas que se daban dentro del esquema democrático, sin siquiera tener tiempo para entender de qué trataba aquella extraña palabra. Como conclusión, hasta el día de hoy éste ha sido un proceso fallido, donde, para complacer a los poderosos, constantemente se ha tenido que acondicionar un sistema legal y organizativo sin vinculación con la realidad, siendo solo una apariencia que contenta a las naciones desarrolladas que exigen la Democracia por sobre todas las cosas.
Sin embargo, para quien llega a conocer el Perú, es fácil darse cuenta del engaño, puesto que aún superviven las formas y maneras que se daban en la Colonia. Las leyes en esta nación por lo general son letra muerta, pues lo que cuenta es el “quién es quién” y que estas leyes sirvan más bien de excusa para hacer creer que se está en un país donde “todos son iguales”. Pero la realidad es otra. Existe una casta gobernante —visible por sus rasgos físicos, fundamentalmente blancos— muy pequeña pero muy unida, que es la que mantiene sus privilegios principales al margen de lo que dicten las legislaciones. Para ellos la corrupción del sistema es fundamental, pues sin ella tendrían que competir en igualdad de condiciones y para ellos eso sería sumamente desventajoso.

Sirvientas y sirvientes al escoger
Pero al margen de pasar por encima de todas las leyes —el poblador común da por supuesto que “para los blancos ellas no existen”— también emplean formas de explotación que proporcionan privilegios que solo los muy ricos tienen en los países desarrollados. Se trata de la utilización de las mujeres nativas como empleadas del hogar a quienes, por un equivalente de cien dólares mensuales, las hacen desempeñarse como las antiguas esclavas de los viejos imperios. Su número es abrumador, habiendo solo en la capital, Lima, una aproximado de seiscientas mil de ellas. A esto se suma otro ejército de esclavos nativos varones a quienes este grupo dominante emplea como vigilantes, choferes, asistentes, limpiadores y un largo etcétera, asalariados por cantidades un poco mayores que las de las mujeres pero todos, por supuesto, sin ningún sistema legal que los ampare; el compromiso es solo de palabra y puede durar toda una vida, sin un papel que lo refrende. Es, entonces, un país que mantiene su estructura colonial con apariencia de democracia. Ello explica el porqué del devenir de su política que siempre ha persistido en tener regímenes de derecha que mantuvieran, por sobre todas las cosas, esa esquizofrénica realidad.

Mirar el futuro pensando en el pasado
Sin embargo hoy, con el avance y la resurgencia de las naciones andinas, notoriamente dada en países como Bolivia y Ecuador, la situación del poder en el Perú parece que por fin, después de cinco siglos, está sufriendo un cambio inevitable e irreversible. Este cambio, contrariamente a lo esperado, no es producto de las leyes sociales teóricas puesto que ello ya se probó hasta el cansancio (siendo su ejemplo más trágico el senderismo, una aplicación forzosa de un marxismo polpotiano bajo el supuesto de ser “científico”). Este proceso se debe aparentemente a una reconsideración de la identidad andina, la cual ha tomado años de evaluación dentro de la propia mente del interesado: el explotado nativo. La migración masiva del siglo pasado alteró sustancialmente el cuadro social haciendo que, quienes eran peones en las grandes haciendas, se convirtieran en los obreros, los artesanos y los empleados que existen hoy en día. Además, a ellos se les han sumado sus hijos y hasta sus nietos, quienes no vivieron la realidad de sus antepasados pero que sienten que el futuro les debe mucho. Ahora son una mayoría electoral determinante. Esa visión de futuro sin renegar del pasado andino, ese afán de mantener las raíces dentro de una modernidad tecnológica pero no mental, es lo que está formando una nueva opción civilizacional en esta parte del continente. No se trata de un nuevo modelo democrático occidental, de una rama o un derivado. Quien conoce lo que pasa en estas tierras se da cuenta fácilmente lo lejos que está el pensamiento de Occidente en la ideosincracia del hombre andino. Muchos se dejan llevar por las apariencias, por las formas externas que funcionan como disfraces de modernidad europea-norteamericana; pero lo que no entienden es que detrás de ello existe otra visión del mundo y otro deseo sobre cómo relacionarse con la tierra y con el Universo.

La espada de Damocles: la rebelión de los “indios”
Lo más fácil, para muchos “expertos”, es recurrir al manual universitario y hacer una rápida calificación sin más estudio. Ese tipo de análisis se hace a cada rato en el país y todos, por provenir de fuentes ajenas a la propia realidad, dan resultados inútiles para conocer realmente el problema. Constantemente se escriben libros que pretenden decirle a los entendidos lo que está pasando, pero la ceguera de solo ver con ojos occidentales las cosas —como si fuera la absoluta verdad— solo entrampa más y aumenta el temor. El reciente proceso eleccionario, donde el candidato del “antisistema” Ollanta Humala (de rasgos y pensamiento “cholo”, palabra genérica para definir a los no blancos de alta clase)) casi llega a la presidencia, produjo un pánico entre los grupos dominantes solo comparable al que ocurrió durante la revolución de Túpac Amaru II, en 1780. La explicación es que, entre los peruanos, todos sabemos del miedo que tienen los blancos a que algún día los “cholos” se decidan a cobrarse la revancha y se abalancen sobre las ciudades para acabar con ellos y tomar el poder. Yo mismo, blanco de clase media, he sentido siempre ese temor desde niño. Lo cierto es que el señor Humala no tiene en verdad una idea clara de quién es ni qué quiere, pero detrás de él se ubica todo un imaginario colectivo que suena, a gritos, a reivindicación, a voltear la tortilla, a cambio, a un “pachacuti” (palabra quechua que significa trastocamiento y reversión profunda del mundo). Es por eso que el proceso político peruano se caracteriza por una ausencia total del elemento ideológico y sí más bien por una constante tira y afloja de acusaciones y reivindicaciones que se remontan hasta el lejano pasado prehispánico.

El modelo de desarrollo andino
Parece que el reloj ha dado la hora y es el tiempo del cambio. Cualquier proceso democrático que se haga en el Perú de hoy inevitablemente tiene que reflejar esa realidad: el heredero del mundo andino tiene fe en sí mismo, en la lógica de sus ancestros y no le da miedo enfrentarse de igual a igual con la lógica occidental, porque no la ve como enemiga sino, más bien, como una aliada en su autoafirmación. El peruano común de hoy no reniega de su pasado sino que vive orgulloso de él, y quiere que éste vuelva, pero renovado con los aportes propios de esta era, no como antiguo inca, sino como él es hoy. Es esta mirada ansiosa y confiada en el futuro lo que caracteriza al Perú: una mayoría de seres humanos identificados con su origen remoto y creyentes en la promesa que éste les ofrece, muy al margen del esquema occidental que para todos, incluso para el que escribe, es obvio que fracasó. Esta es la luz al final del túnel, una luz propia, nueva, con sabor autóctono y con razones y madurez suficientes para buscar su propia autodeterminación. Pero primero tendrá que superar la pequeña valla que aún queda y que se aferrará con uñas y dientes a su posición de dominio: la casta blanca occidental, hoy aliada a ultranza (por sobrevivencia) con el imperio norteamericano y con cuanto poder extranjero sea posible. Es un asunto de vida o muerte para ellos y este escenario puede que sea explosivo. No será a través de un grupo subversivo o mediante las organizaciones campesinas al estilo Bolivia y Ecuador como el Perú adquirirá su nuevo estatus: será por mayoría contundente, aplastante. Si los que hoy todavía detentan el poder —político pero no real— en este país se siguen oponiendo a este proceso verán que los resultados de ello serán tan desastrosos para sus intereses como grande sea su terquedad de continuar en el pasado.