viernes, 29 de mayo de 2009

Apuntes sobre el racismo en el Perú

El racismo es la identificación a través de una determinada apariencia física. En su aspecto más negativo, sirve para la apropiación de las mayores ventajas de algo.

En realidad, si bien el racismo está asociado al abuso y explotación, no necesariamente tiene tal fin y, muchas veces, es necesario para diversos usos en la vida diaria. Por ejemplo, para una determinada actuación musical, es necesario que los danzantes tengan un biotipo racial común, como los danzantes de tijeras o los de festejo. En otros casos se lo utiliza como un ejemplo de integración más que de separación, como cuando se ve a varios individuos de aspecto racial diferentes unidos en una sola imagen, al estilo de los viejos comerciales de Coca cola. Hay casos en los que ayuda a que la gente se sienta más identificada con una determinada expresión cultural al otorgarle aspectos raciales de origen provenientes de sus antepasados (lo cual no es necesariamente malo ni bueno, sino solo un elemento que beneficia a la identificación).

Hay también un racismo natural, en el sentido que muchas veces las personas gustan más de sus iguales, de aquellos con quienes pueden compartir sus mismas costumbres y culturas, y por eso prefieren, en muchos casos, gente que se parezca a ellos (como les pasa a muchos peruanos que, viviendo en el extranjero, se casan con peruanas porque "son más afines a ellos"). En general, el racismo, en su buen sentido, es un indicador de algo: de una cultura, de un género o modo de vida, de una forma de pensamiento, por la que los individuos pueden o no optar. El racismo entonces, tal como lo demuestra la historia, no es un factor condicionante ni obliga a nadie nada. Siempre es una opción; prueba de ello son los innumerables casos de mezclas de distintas razas a lo largo del tiempo, lo que ha permitido a su vez que la humanidad no se degrade como especie.

Pero el aspecto más común asociado al racismo es el negativo, el que discrimina a unos a favor de otros. Aquí el asunto es más complejo, por cuanto siempre, en estos casos, existen dos posiciones encontradas, ambas con su respectiva razón. Tanto el que discrimina como el discriminado tienen argumentos que los justifican. Muchos encuentran en el racismo una forma de preservación de su manera de ser y de pensar, de su cultura ancestral que, muchas veces, se encuentra en vías de extinción, cosa que sucede, por ejemplo, con el pueblo gitano. Para ellos la apertura significaría la muerte de su cultura, por eso consideran necesario el racismo, por una necesidad de sobrevivencia.

Existen otros casos donde el racismo sirve para proteger una forma de poder, de conquista o de privilegios los cuales, si no se elitizan, correrían el riesgo de perderse con la mezcla. Esta es la forma más común de racismo pues es el que tiene por origen o razón de ser la preservación del beneficio económico que da el poder. Aquí el caso más conocido es el de los judíos quienes, sin ser realmente una raza (pues no existe la raza judía) sí existe como “concepto” (“el pueblo judío”) lo cual sirve para mantener, entre quienes son considerados como “judíos”, el poder. Eso es lo que explica porqué a lo largo de la historia de Occidente numerosos “judíos” han alcanzado notoriedad en todos los campos a pesar de no ser un pueblo numeroso: porque siempre han contado con la preferencia de los miembros de su “pueblo-raza” que los han escogido a ellos antes que a los no judíos (esto es necesario decirlo porque existe una creencia popular de que los judíos son “seres superiores” y que por eso destacan en todo; esto no es cierto: más bien son quienes tienen la prerrogativa en todo, por eso “inevitablemente destacan en todo”, manteniéndose así el privilegio de pertenecer a la “raza judía”, que ya sabemos que no existe).

Entonces, tanto el discriminador como el discriminado tienen ambos el mismo derecho a acusarse y defenderse con el argumento de la justicia a su favor. En este terreno no existe autoridad que pueda juzgar con equidad porque se trata de dos formas de ver la realidad.

En el caso del Perú el racismo tiene la misma connotación negativa que hemos mencionado: no sirve para mostrar la unión de los peruanos (como puede suceder en algunos países de Europa donde, como en Francia, se está empezando a admitir a los negros como franceses) sino sirve para resaltar más bien la enorme y ancestral desunión. Lo que en unas partes sirve para demostrar que, por encima de la raza, está la unión de una sociedad, en el Perú sirve para demostrar lo contrario. La explicación es que aquí los privilegios están dirigidos todos a favorecer a un determinado tipo racial (en este caso, blanco, pudiendo haber sido asiático u otro) el cual, por un consenso social, tiene la prerrogativa de estar POR ENCIMA DE LA LEY, lo cual es, para este grupo, una enorme ventaja con respecto al resto.

Pero así como esto significa una ventaja y un privilegio desmesurado para unos pocos es a la vez la causa de la gigantesca injusticia y el desequilibrio que existe en nuestra sociedad. En una nación donde unos cuantos se apropian de la mayor parte en perjuicio de muchos existe el germen de un desorden y un descontento tan grandes que inevitablemente terminará en revolución.

En resumidas cuentas: la sociedad peruana posee un racismo de tipo negativo pues es disociador en vez de unificador y produce un notorio desequilibrio que pone en peligro la estabilidad de la nación. Los últimos veinte años de prosperidad demuestran que la única región del Perú que se ha beneficiado de ello ha sido “Asia”, incluida su extraordinaria pista, mientras que el resto del país se encuentra igual o peor a como estaba hace treinta años. Todos los empresarios, los funcionarios y profesionales de éxito en el país pertenecen al mismo biotipo: blancos. Todos se conocen, han estudiado en los mismos colegios, en las mismas universidades tanto del Perú como del extranjero. Y toda la riqueza y los mejores sueldos recaen, por esa razón, en ellos. Esto se llama racismo, en su peor sentido. Y este es el tipo de racismo que termina en revolución, al igual que pasó en Sudáfrica.

Mientras tanto el Estado, que debería cumplir el papel de distribuidor justo de los beneficios de la sociedad, solo se encarga de protegerlos, por lo que se ha desprestigiado y ha perdido total credibilidad ante el pueblo. Hace poco Barak Obama, el presidente de los Estados Unidos, en su discurso inaugural, dijo que una nación que solo se dedica a beneficiar a los más ricos es una nación condenada a desaparecer. Este parece ser el caso del Perú.

 

 

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