El siguiente es un
comentario surgido a raíz del artículo “Canción de autor en España: memorias
off the record” publicado en Internet
por autor no especificado con la intención de dar un punto de vista
particular sobre dicho fenómeno en el ámbito peruano.
La expresión
musical llamada Trova se remonta mucho más atrás en la historia del hombre, y
se sobreentiende que no ha habido pueblo que no haya contado con un poeta o un
trovador que cante sus vicisitudes y conserve su memoria.
En el caso
particular de Occidente, la historia de los trovadores ha sido variada y
compleja, habiendo pasado por diferentes etapas que van desde las más sencillas
y opacas (poetas cantantes que iban de pueblo en pueblo viviendo con lo que
podían) hasta las más notables (los juglares en la Edad Media europea que eran
recibidos gratamente en las cortes como vehículos de información y
distracción). Más contemporáneamente esa función la desempeñaron jóvenes
cantantes de la pos guerra cuyo éxito despertó la ambición de las casas
disqueras.
La influencia y
presencia de los trovadores está necesariamente vinculada al curso de los
acontecimientos históricos que determinan el grado de importancia e influencia
en cada una de sus sociedades. En el caso de Norteamérica, las guerras
mundiales y la proliferación de lo medios de comunicación produjeron una etapa
de cambios en la década de los sesenta. Una manera de canalizar esa situación
fue el surgimiento de los poetas-cantores quienes emplearon el rock y el folk
para comunicarse. Este fenómeno se prolongó hasta comienzos de los años setenta
para, finalmente, ser absorbido por la maquinaria económica que, eliminando su
contenido poético-político, hasta la actualidad viene empleando solo su forma y
su estructura musical (las consabidas fórmulas de grupos rock con indumentaria
y gestos desaforados, elementos que se dirigen de manera exclusiva a los
jóvenes, en vista que son ellos los grandes consumidores y sostenedores de la
industria de la música).
Como consecuencia
de ello se puede decir que, actualmente, los poetas-músicos auténticos de las
grandes ciudades han vuelto a sumergirse en las oscuridades de la sociedad
comunicando, a solo unos pocos, cuáles son los verdaderos sentimientos, deseos
y frustraciones del ser humano contemporáneo (la llamada cultura subterránea).
La sociedad de mercado no los necesita y por eso los ignora, creando a su vez
ciertos sustitutos que consuelan a quienes buscan mensajes y sensaciones más
fuertes que las románticas melodías convencionales (en el ámbito de habla
hispana se pueden identificar personajes como Sabina, Andrés Calamaro, Charly
García, Ismael Serrano, Fito Páez, Alberto Plaza y, muy particularmente,
Ricardo Arjona, por poner solo algunos ejemplos). Estos apenas rozan la
verdadera realidad del hombre contemporáneo; no llegan a cuestionarlo.
Todos estos
“trovadores” están incorporados al sistema, respetan puntillosamente sus reglas
y se benefician de ello, mientras que la gente ¾su público consumidor¾ piensa que a través de ellos y de sus
mensajes están siendo reflejadas sus propias vicisitudes (pero, en verdad, solo
muestran una parte de ellas, las románticas y las de rebeldía adolescente,
ignorando las más radicales, aquellas que determinan los verdaderos
acontecimientos de la vida humana). La razón es que, si mostraran eso,
afectarían directamente a los intereses de sus casas disqueras pues estarían
cuestionando la cosificación del ser humano y la sociedad de consumo.
Ahora bien, en el
caso particular del Perú, es indudable que, al igual que en todas partes, ha
tenido trovadores de toda clase según su devenir histórico. En la época
prehispánica cuenta Garcilaso que, en el imperio incaico, esta función la
ejercían ciertos poetas ambulantes denominados en quechua como
"arawix". Es obvio que deben haber habido infinidad de formas y
variantes de cantantes e intérpretes de la historia y acontecimientos andinos.
Ya en la época hispánica surgen varios movimientos de expresión popular como el
llamado Taki Onqoy; éste era una danza acompañada de letras de carácter
reivindicativo y venía a ser subversiva para la colonia (puesto que quienes
participaban en ella eran trovadores-bailarines que iban de pueblo en pueblo
recordando lo grande que había sido el imperio incaico y de cómo tenía que
hacerse para regresar a él, expulsando a los españoles; se trataba, entonces,
de una “música protesta”, razón por lo cual fue combatida y suprimida).
También existieron
otros tipos de músicos trashumantes quienes, cargando sus arpas, violines,
vihuelas y guitarras, compusieron una serie de melodías, historias y poemas
que, hasta la fecha, se recuerdan sin que se sepa el nombre de sus autores. Hoy
se puede ver a esos trovadores pero principalmente en las zonas más humildes y
apartadas de las grandes urbes: en las caletas de pescadores, en los pueblitos
del interior y en los villorrios. Igualmente es posible encontrarlos en alguna
feria popular, en eventos familiares o en los bares y cantinas amenizando alguna
reunión. Pero, como es de esperarse, sus apariencias no encajan con lo que
industria de la música exige, motivo por el cual no se les reconoce
oficialmente como “artistas” sino solo como “músicos populares”.
A pesar de ello,
irónicamente sus creaciones constantemente están alimentando al "star
system", el cual se encuentra conformado por los intérpretes que sí se
incorporan a las estructuras reguladas del sistema. Por eso es que se dice que
la verdadera inspiración siempre “viene del pueblo y va hacia él” (César
Vallejo, poeta peruano). Pero eso sí: la industria del disco no acepta
canciones con letras comprometidas que tengan algún tinte político o reflexivo.
Rara vez logra darse algo así y eso solo cuando un determinado fenómeno es ya
imposible de ocultar (como el caso de la canción “Flor de retama” del trovador
Ricardo Dolorier, que fue un popular huayno-himno en la época de la subversión
del grupo maoísta Sendero Luminoso). Quiere decir que los
trovadores-músicos-poetas del pueblo siempre existen, pero viviendo al margen
de los medios de comunicación, transmitiendo sus mensajes para unos cuantos
privilegiados que los saben valorar y escuchar.
Finalmente, con
respecto a influencia que tuvo la trova en su forma cubana en ciudades como
Lima, el llamado movimiento Nueva Trova de Cuba (nacido en calor de la
Revolución cubana y apoyado totalmente por el Gobierno, única explicación de su
fuerza e impacto) influyó en los años sesenta exclusivamente en un sector de la
clase media y media alta de Lima (que en aquel entonces era
izquierdista-intelectual), por eso es que muchos de esos jóvenes imitaron dicho
modelo intentando desarrollar movimientos musicales parecidos (hacían música
popular con textos políticos, pero normalmente utilizando ritmos cubanos y argentinos).
Fue en esa época que surgieron intentos notables como el del músico académico
Celso Garrido Lecca, quien, apoyado por el espíritu nacionalista del gobierno
de Juan Velasco Alvarado, formó la Escuela de Arte Popular de la cual surgieron
artistas y grupos interesantes como Tiempo Nuevo (el cual estaba integrado en
su mayoría por estudiantes de la Universidad Católica).
Por otro lado, se
hicieron también esfuerzos personales pero con modelos más liberados del
discurso político, como lo hecho por Chabuca Granda, cuya influencia sirvió
para formar a los más identificables y renombrados cantautores peruanos hechos
bajo dichos parámetros (que exigía el uso de ritmos propios del país): Andrés
Soto de la Colina y Daniel “Kiri” Escobar. Ambos trovadores tienen en común el
empleo de ritmos peruanos para expresar, no solo sus sentimientos, sino también
situaciones sociales agudas de su propia sociedad (la marginalidad, la pobreza,
el racismo, la injusticia, etc.).
Los años setenta
fueron para ellos de apogeo, pues eran vistos como los “Silvios y Pablos”
peruanos, siendo de este modo aceptados por la clase alta, ansiosa de ponerse a
la moda y, en especial, cuidadosa de respetar la opinión de la aristocrática
Chabuca (Isabel Granda Larco) quien los apadrinaba. Luego de esta primera
generación, a fines de esta década, aparecieron otros dentro de la misma línea
pero cuyos textos empiezan a despegarse del discurso marxista panfletario de
los setenta y se acercan al intimismo y posmodernismo de los ochenta (entre ellos
se puede mencionar a Juan Luis Dammert).
Con el pasar de la
moda izquierdista empieza la era del todo vale, pues solo quedó el Capitalismo
y la sociedad de mercado como único modelo político. Esto hace que la
generación de trovadores urbanos limeños siguiente (Pepe Villalobos, Lino
Bolaños, Piero Bustos, y otros) se dispersen, a mediados de los ochenta, por
caminos diversos u opuestos. Los suceden trovadores más influenciados por el
rock (como Daniel F o Rafo Ráez), que es la expresión musical más aceptada por
la mayoría de jóvenes. Sus obras reflejan más bien la idea de la globalización
(el mundo es uno solo y todos pasamos por lo mismo y a todos nos duele lo
mismo) pero con un marcado acento urbano y personal (mi realidad es la misma de
la de todos) lo cual logra captar a un importante sector del mercado
contracultural.
En la búsqueda del
mito de la universalidad, de lo globalizado, estos músicos se encuentran más
desligados del contexto del país, de la realidad integral y de los problemas
coyunturales particulares del Perú. Además evitan tocar las bases de la
sociedad de mercado (solo la insultan), ignorando la existencia del mundo
campesino no urbano y hablando solo del estilo de vida hedonista y relajado de
los jóvenes de los noventa, para quienes su mayor preocupación es la bebida
alcohólica y las diversiones. Por esas épocas se dio el caso que jóvenes que no
vivieron las convulsiones políticas de los 60 redescubren la música de Silvio y
éste se vuelve una moda. Las chicas más "pitucas" (adineradas) y
cabezas huecas repetían sus canciones sin saber qué decían y de eso se
aprovecharon muchos para montar espectáculos dirigidos a dicho segmento. Fue el
tiempo del auge de Barranco (distrito bohemio de Lima) y de sus peñas, donde lo más saltante era la frivolidad y el
relajo, motivado también por el profundo miedo a la guerra subversiva.
Sin embargo, con la
caída del líder de Sendero Abimael Guzmán y la sensación de estabilidad y
libertad que ello produjo, la música de contenido en ese medio se hizo prácticamente
innecesaria y llegó la era del canto a la sociedad de consumo y a sus valores.
Desde ahí todo ha tenido que pasar por la medida de lo económico para que algo
sea válido (“salvo el mercado el resto es ilusión”). Actualmente los trovadores
urbanos se encuentran navegando en el dilema de estar entre la necesidad de
participar activamente del proceso económico (hacer espectáculos, vender sus
discos, atraer público y medios de comunicación) y la obligatoriedad de
reflejar los verdaderos sentimientos y necesidades de su pueblo.
Sin este último
factor dejarían de ser trovadores para pasar a convertirse en unos productos
más del sistema, razón por lo cual hoy se vive una etapa de dudas, de polémica
y cuestionamientos sobre cuál debe ser el verdadero rumbo a tomar con respecto
a la trova. El modelo cubano ya se agotó y la sociedad exige una forma de
expresión auténtica. Hasta que esto no se halle continuará la incertidumbre
respecto a qué es en este momento la verdadera trova. A pesar de todo, como se dijo
líneas atrás, los trovadores marginales siempre sobreviven a estos embates y
continúan su labor, principalmente en los lugares más apartados del país.
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