martes, 13 de marzo de 2018

La canción de autor, o trova, en el Perú


El siguiente es un comentario surgido a raíz del artículo “Canción de autor en España: memorias off the record” publicado en Internet  por autor no especificado con la intención de dar un punto de vista particular sobre dicho fenómeno en el ámbito peruano.

La expresión musical llamada Trova se remonta mucho más atrás en la historia del hombre, y se sobreentiende que no ha habido pueblo que no haya contado con un poeta o un trovador que cante sus vicisitudes y conserve su memoria.

En el caso particular de Occidente, la historia de los trovadores ha sido variada y compleja, habiendo pasado por diferentes etapas que van desde las más sencillas y opacas (poetas cantantes que iban de pueblo en pueblo viviendo con lo que podían) hasta las más notables (los juglares en la Edad Media europea que eran recibidos gratamente en las cortes como vehículos de información y distracción). Más contemporáneamente esa función la desempeñaron jóvenes cantantes de la pos guerra cuyo éxito despertó la ambición de las casas disqueras.

La influencia y presencia de los trovadores está necesariamente vinculada al curso de los acontecimientos históricos que determinan el grado de importancia e influencia en cada una de sus sociedades. En el caso de Norteamérica, las guerras mundiales y la proliferación de lo medios de comunicación produjeron una etapa de cambios en la década de los sesenta. Una manera de canalizar esa situación fue el surgimiento de los poetas-cantores quienes emplearon el rock y el folk para comunicarse. Este fenómeno se prolongó hasta comienzos de los años setenta para, finalmente, ser absorbido por la maquinaria económica que, eliminando su contenido poético-político, hasta la actualidad viene empleando solo su forma y su estructura musical (las consabidas fórmulas de grupos rock con indumentaria y gestos desaforados, elementos que se dirigen de manera exclusiva a los jóvenes, en vista que son ellos los grandes consumidores y sostenedores de la industria de la música).

Como consecuencia de ello se puede decir que, actualmente, los poetas-músicos auténticos de las grandes ciudades han vuelto a sumergirse en las oscuridades de la sociedad comunicando, a solo unos pocos, cuáles son los verdaderos sentimientos, deseos y frustraciones del ser humano contemporáneo (la llamada cultura subterránea). La sociedad de mercado no los necesita y por eso los ignora, creando a su vez ciertos sustitutos que consuelan a quienes buscan mensajes y sensaciones más fuertes que las románticas melodías convencionales (en el ámbito de habla hispana se pueden identificar personajes como Sabina, Andrés Calamaro, Charly García, Ismael Serrano, Fito Páez, Alberto Plaza y, muy particularmente, Ricardo Arjona, por poner solo algunos ejemplos). Estos apenas rozan la verdadera realidad del hombre contemporáneo; no llegan a cuestionarlo.

Todos estos “trovadores” están incorporados al sistema, respetan puntillosamente sus reglas y se benefician de ello, mientras que la gente ¾su público consumidor¾ piensa que a través de ellos y de sus mensajes están siendo reflejadas sus propias vicisitudes (pero, en verdad, solo muestran una parte de ellas, las románticas y las de rebeldía adolescente, ignorando las más radicales, aquellas que determinan los verdaderos acontecimientos de la vida humana). La razón es que, si mostraran eso, afectarían directamente a los intereses de sus casas disqueras pues estarían cuestionando la cosificación del ser humano y la sociedad de consumo.

Ahora bien, en el caso particular del Perú, es indudable que, al igual que en todas partes, ha tenido trovadores de toda clase según su devenir histórico. En la época prehispánica cuenta Garcilaso que, en el imperio incaico, esta función la ejercían ciertos poetas ambulantes denominados en quechua como "arawix". Es obvio que deben haber habido infinidad de formas y variantes de cantantes e intérpretes de la historia y acontecimientos andinos. Ya en la época hispánica surgen varios movimientos de expresión popular como el llamado Taki Onqoy; éste era una danza acompañada de letras de carácter reivindicativo y venía a ser subversiva para la colonia (puesto que quienes participaban en ella eran trovadores-bailarines que iban de pueblo en pueblo recordando lo grande que había sido el imperio incaico y de cómo tenía que hacerse para regresar a él, expulsando a los españoles; se trataba, entonces, de una “música protesta”, razón por lo cual fue combatida y suprimida).

También existieron otros tipos de músicos trashumantes quienes, cargando sus arpas, violines, vihuelas y guitarras, compusieron una serie de melodías, historias y poemas que, hasta la fecha, se recuerdan sin que se sepa el nombre de sus autores. Hoy se puede ver a esos trovadores pero principalmente en las zonas más humildes y apartadas de las grandes urbes: en las caletas de pescadores, en los pueblitos del interior y en los villorrios. Igualmente es posible encontrarlos en alguna feria popular, en eventos familiares o en los bares y cantinas amenizando alguna reunión. Pero, como es de esperarse, sus apariencias no encajan con lo que industria de la música exige, motivo por el cual no se les reconoce oficialmente como “artistas” sino solo como “músicos populares”.

A pesar de ello, irónicamente sus creaciones constantemente están alimentando al "star system", el cual se encuentra conformado por los intérpretes que sí se incorporan a las estructuras reguladas del sistema. Por eso es que se dice que la verdadera inspiración siempre “viene del pueblo y va hacia él” (César Vallejo, poeta peruano). Pero eso sí: la industria del disco no acepta canciones con letras comprometidas que tengan algún tinte político o reflexivo. Rara vez logra darse algo así y eso solo cuando un determinado fenómeno es ya imposible de ocultar (como el caso de la canción “Flor de retama” del trovador Ricardo Dolorier, que fue un popular huayno-himno en la época de la subversión del grupo maoísta Sendero Luminoso). Quiere decir que los trovadores-músicos-poetas del pueblo siempre existen, pero viviendo al margen de los medios de comunicación, transmitiendo sus mensajes para unos cuantos privilegiados que los saben valorar y escuchar.

Finalmente, con respecto a influencia que tuvo la trova en su forma cubana en ciudades como Lima, el llamado movimiento Nueva Trova de Cuba (nacido en calor de la Revolución cubana y apoyado totalmente por el Gobierno, única explicación de su fuerza e impacto) influyó en los años sesenta exclusivamente en un sector de la clase media y media alta de Lima (que en aquel entonces era izquierdista-intelectual), por eso es que muchos de esos jóvenes imitaron dicho modelo intentando desarrollar movimientos musicales parecidos (hacían música popular con textos políticos, pero normalmente utilizando ritmos cubanos y argentinos). Fue en esa época que surgieron intentos notables como el del músico académico Celso Garrido Lecca, quien, apoyado por el espíritu nacionalista del gobierno de Juan Velasco Alvarado, formó la Escuela de Arte Popular de la cual surgieron artistas y grupos interesantes como Tiempo Nuevo (el cual estaba integrado en su mayoría por estudiantes de la Universidad Católica).

Por otro lado, se hicieron también esfuerzos personales pero con modelos más liberados del discurso político, como lo hecho por Chabuca Granda, cuya influencia sirvió para formar a los más identificables y renombrados cantautores peruanos hechos bajo dichos parámetros (que exigía el uso de ritmos propios del país): Andrés Soto de la Colina y Daniel “Kiri” Escobar. Ambos trovadores tienen en común el empleo de ritmos peruanos para expresar, no solo sus sentimientos, sino también situaciones sociales agudas de su propia sociedad (la marginalidad, la pobreza, el racismo, la injusticia, etc.).

Los años setenta fueron para ellos de apogeo, pues eran vistos como los “Silvios y Pablos” peruanos, siendo de este modo aceptados por la clase alta, ansiosa de ponerse a la moda y, en especial, cuidadosa de respetar la opinión de la aristocrática Chabuca (Isabel Granda Larco) quien los apadrinaba. Luego de esta primera generación, a fines de esta década, aparecieron otros dentro de la misma línea pero cuyos textos empiezan a despegarse del discurso marxista panfletario de los setenta y se acercan al intimismo y posmodernismo de los ochenta (entre ellos se puede mencionar a Juan Luis Dammert).

Con el pasar de la moda izquierdista empieza la era del todo vale, pues solo quedó el Capitalismo y la sociedad de mercado como único modelo político. Esto hace que la generación de trovadores urbanos limeños siguiente (Pepe Villalobos, Lino Bolaños, Piero Bustos, y otros) se dispersen, a mediados de los ochenta, por caminos diversos u opuestos. Los suceden trovadores más influenciados por el rock (como Daniel F o Rafo Ráez), que es la expresión musical más aceptada por la mayoría de jóvenes. Sus obras reflejan más bien la idea de la globalización (el mundo es uno solo y todos pasamos por lo mismo y a todos nos duele lo mismo) pero con un marcado acento urbano y personal (mi realidad es la misma de la de todos) lo cual logra captar a un importante sector del mercado contracultural.

En la búsqueda del mito de la universalidad, de lo globalizado, estos músicos se encuentran más desligados del contexto del país, de la realidad integral y de los problemas coyunturales particulares del Perú. Además evitan tocar las bases de la sociedad de mercado (solo la insultan), ignorando la existencia del mundo campesino no urbano y hablando solo del estilo de vida hedonista y relajado de los jóvenes de los noventa, para quienes su mayor preocupación es la bebida alcohólica y las diversiones. Por esas épocas se dio el caso que jóvenes que no vivieron las convulsiones políticas de los 60 redescubren la música de Silvio y éste se vuelve una moda. Las chicas más "pitucas" (adineradas) y cabezas huecas repetían sus canciones sin saber qué decían y de eso se aprovecharon muchos para montar espectáculos dirigidos a dicho segmento. Fue el tiempo del auge de Barranco (distrito bohemio de Lima) y de sus peñas,  donde lo más saltante era la frivolidad y el relajo, motivado también por el profundo miedo a la guerra subversiva.

Sin embargo, con la caída del líder de Sendero Abimael Guzmán y la sensación de estabilidad y libertad que ello produjo, la música de contenido en ese medio se hizo prácticamente innecesaria y llegó la era del canto a la sociedad de consumo y a sus valores. Desde ahí todo ha tenido que pasar por la medida de lo económico para que algo sea válido (“salvo el mercado el resto es ilusión”). Actualmente los trovadores urbanos se encuentran navegando en el dilema de estar entre la necesidad de participar activamente del proceso económico (hacer espectáculos, vender sus discos, atraer público y medios de comunicación) y la obligatoriedad de reflejar los verdaderos sentimientos y necesidades de su pueblo.

Sin este último factor dejarían de ser trovadores para pasar a convertirse en unos productos más del sistema, razón por lo cual hoy se vive una etapa de dudas, de polémica y cuestionamientos sobre cuál debe ser el verdadero rumbo a tomar con respecto a la trova. El modelo cubano ya se agotó y la sociedad exige una forma de expresión auténtica. Hasta que esto no se halle continuará la incertidumbre respecto a qué es en este momento la verdadera trova. A pesar de todo, como se dijo líneas atrás, los trovadores marginales siempre sobreviven a estos embates y continúan su labor, principalmente en los lugares más apartados del país.

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