viernes, 12 de abril de 2013

Científicos versus creyentes. Más allá de los mitos


Creo que siempre se confunden las cosas y no se comprenden las funciones que cada actividad humana representa. La modernidad, sin darse cuenta ni admitirlo, ha sustituido, a pesar suyo, al fundamentalismo religioso de la Edad Media europea, cayendo en un cientificismo que pone como referente absoluto a la ciencia otorgándole a ésta un papel y una función que ella misma afirma que no tiene pero que sus seguidores sí se lo atribuyen. 

Tanto la religión como la ciencia, así como las distintas manifestaciones culturales existentes, son parte constitutiva de lo que es lo humano, mas ninguna de ellas puede ni debe prevalecer sobre las otras porque se produciría una deformidad (el sobredimensionamiento que lleva a la anomalía) ni menos invadir mutuamente sus espacios y ocupaciones. Intentar explicar la materia a través del deporte o el arte mediante la física nuclear resulta un contrasentido que, desgraciadamente, muchos cometen.

Solo quienes no conocen el verdadero significado tanto de religión como de ciencia se atreven a indicar que la una puede sustituir a la otra (como si el fanatismo por un equipo llevara a sus hinchas a negarle participación a los demás, de modo que éste se quedaría solo, sin que pueda efectuarse campeonato alguno). Mientras cada cosa esté en su lugar habrá equilibrio y armonía. Hacer de la ciencia un ídolo o un totem, un juez de todo, tanto para lo interior como para lo exterior (como, por ejemplo, buscando el gen de la poesía, que es lo que pretenden hacer hoy las neurociencias) es caer en el mismo error que convirtió a la religión europea en una cuestionable fuente de verdad sobre la naturaleza.

La ciencia tiene un campo específico que nadie le niega (investigar la materia y sus manifestaciones); todo lo demás le corresponde a las otras especialidades que nada tienen que ver con la micro física ni con el Big Bang. Entrometerse en un campo muy complicado como el teológico siendo solamente un físico es tan riesgoso como estudiar teología para lanzarse a elaborar, con los libros de Santo Tomás en la mano, teorías sobre la intramateria. En ese sentido, tal como lo dije hace tiempo, las tesis de Hawking, si bien son respetables como el punto de vista de una persona libre de opinar, carecen por completo de validez para hablar sobre Dios tanto como sobre algo de lo cual él no posee conocimiento. Esto es igual a que si el cardenal Cipriani escribiera mañana un libro de religión para refutar la física cuántica. Zapatero a tus zapatos.

Por eso creo que no hay necesidad de cruzar la barrera de la lógica y la cordura ni sublimizando a la ciencia por un lado —como referente de cualquier verdad— ni apelando a la religión o a un libro sagrado por el otro para abordar asuntos que son meramente prácticos. En el pasado, en las diferentes culturas habidas, ningún sacerdote ejercía de astrónomo ni ningún constructor de pirámides se dedicaba a hacer los sacrificios. Solo en la modernidad es que tal contraposición se ha presentado producto más del conflicto particular entre la Iglesia Católica y la burguesía europea en su lucha por el poder que por el afán de conocimiento.

La religión no es ni ha sido nunca una pre-ciencia, una manera primitiva de "explicar" al mundo como muchos quieren ver. El estudio de los pueblos más aislados revelan que, hasta en los más sencillos, el curandero tiene bien en claro la delimitación de sus funciones y no confunde jamás lo material con lo espiritual (como sí lo hacen, ridiculizándolo, las infantiles películas de Hollywood). Para lo uno es un gran experto en biología y zoología, y para lo otro un buen conocedor de los mitos y creencias de su sociedad. Ambas cosas en el mismo individuo pero ocupando correctamente sus respectivas dimensiones. El mezclar la religión con la ciencia es solo propio de la gente común para quienes las dos les resultan extrañas, misteriosas y complejas, razón por lo cual las meten en el mismo saco de lo “mágico”. El emblemático caso de Galileo está hoy lo suficientemente aclarado como para darnos cuenta que jamás existió tal ceguera religiosa versus la oposición de la ciencia. Todo se trató de un conflicto por el poder. Pero lamentablemente ha quedado como un mito urbano al cual se aferran los enemigos de la religión del mismo modo que apelan a la Inquisición como argumento —a pesar de que está comprobado que la acción de ésta fue también política, no religiosa, y que sus víctimas no pasaron del millar (se trató de un intento fallido por controlar el avance de la Reforma).

Ahora bien, si las religiones (no los teólogos) utilizan simbologías o analogías para explicarse a sí mismas eso no es un delito ni menos una intromisión en el campo científico. Analizadas con calma y sin apasionamientos interesados observamos que jamás pretenden referirse a lo científico del asunto (o sea, ni investigan ni exponen los principios fundamentales del comportamiento de la naturaleza) sino que apuntan únicamente a dar un mensaje que va por un camino diferente al del campo científico: a sostener la noción de Dios en el hombre, que no es lo mismo que demostrar fácticamente su existencia. Hay millares de cosas en nuestra humanidad que las damos por ciertas aunque de ellas no tenemos (ni pedimos) ninguna comprobación física (por ejemplo: los sentimientos humanos, nuestras leyes y reglas de convivencia, los números, la imaginación, el arte, etc.), sin embargo sabemos que sin estas no nos podemos llamar humanos. Entre esas está la idea de Dios, y hablar de la historia del hombre sin mencionar el papel que éste juega en ella sería absurdo. Aún hoy en día todas las sociedades actuales, sin excepción, conviven con ese Dios en sus conformaciones orgánicas; es más, la mayoría de los miembros de la llamada comunidad científica son creyentes (muchos judíos) y no encuentran ninguna contradicción en ello, lo cual deja a solo unos cuantos no-creyentes en solitario luchando férreamente contra la corriente, sin lograr hasta el momento algún buen resultado para su causa pues el número de creyentes aumenta cada vez más en el mundo mientras que el de los escépticos se mantiene en la misma proporción de siempre: mínima.

Por otro lado habría que preguntarse si es que Dios, o la idea que tenemos de Él, necesitará defensores. Si Dios existe al margen de la opinión del ser humano indudablemente que no requerirá de especialistas que lo protejan del “ataque” de sus detractores. Eso está bien claro. Por lo tanto recurrir a toda la batería teológica para "defenderlo" de alguien que lo niega resulta una pérdida de tiempo. Sin embargo lo que sí es defendible es nuestra idea particular de Dios, que es otra cosa. "Nuestro" Dios personal sí puede ser cuestionado y ofendido, y eso es lo que en verdad defiende cada creyente: su propia idea de Dios. A la mayor parte de la humanidad, por ejemplo, lo dicho por Hawking o quien sea le tiene sin cuidado pues nada de lo que este señor mencione puede afectar en lo más mínimo a la idea de Dios (para empezar, ni es ni sacerdote, ni es teólogo ni es un santón como para darle crédito en esta materia). Pero hay un pequeño grupo a quien sí le remueve estas opiniones y tal vez sea porque, o bien son de aquellos que intentan "conciliar" la ciencia con la religión (a la manera del padre Chardin) aunque nadie sabe para qué, o bien son los clásicos fundamentalistas que van por el mundo cual quijotes poniendo el oído en todas las puertas para ver quién se expresa distinto a lo que ellos piensan y así “desfacer estos entuertos”.

Me parece que es agradable e interesante conocer un poco de todo (y es tarea del filósofo conocer aún más) pero también hay que hacer notar que puede resultar enfermizo entreverar las áreas del conocimiento produciéndose así una penosa confusión. En una novela de Vargas Llosa le ocurría eso a un escribidor de radioteatro y al final nadie sabía qué pasaba con las historias. Hacer un potaje conformado por creencias, neurociencias, física atómica, teología y demás yerbas, si no se sabe adecuar con maestría (como lo haría un Gastón) lo único que se va a producir es un estado de delusión y de locura en donde se acaba con una borrachera de ideas que no llevan a ninguna parte. Yo, como muchos, amo a mi madre, pero de ahí a descuartizarla para ver de qué está hecha y, recién ahí, comprobar que mi amor tiene fundamento es demasiado. Ni la ciencia lo abarca todo ni todo tiene que someterse al ritmo de mis creencias, sean religiosas o no.  


2 comentarios:

  1. Tremenda mezcla. Entendí que si un científico demuestra que mi Dios se equivocó, nada tiene que ver con mis creencias. Me pareció totalmente absurdo tu razonamiento.

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  2. En realidad lo que trato de decir es que la idea de Dios no es rebatible por una especialidad científica como tampoco los dogmas religiosos procuran explicar asuntos de la materia (como los principios matemáticos o de arquitectura). De modo que un astrofísico, que desconoce las raíces de lo religioso en el ser humano, no puede presuponer que la fe se basa en el poco conocimiento de las leyes del Universo que una persona tiene, tal como ha hecho Hawking. Él aduce esto por causa de su idea particular acerca de la fe religiosa (que tal vez la atribuye a una falta de ciencia) pero debido a su poca información y conocimiento sobre qué es la fe se pronuncia sobre algo que no sabe. La idea de que el ser humano sea un "homo científico" es un absurdo, tanto como decir que, como el cerebro es el órgano más importante del cuerpo, entonces mutilemos al resto y dejemos al cerebro solo porque lo demás no importa. Es por eso que el fanatismo por una causa no nos puede llevar a negar todo lo restante al punto que esto ya no exista. Saludos.

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