domingo, 24 de julio de 2011

Horror en Noruega ¿Quién será el siguiente?

Contrariamente a lo que se piensa (y al decir “se piensa” significa “los medios de comunicación dictan”) realizar un atentado en el mundo moderno es imposible desde la óptica de la “locura o el fanatismo”. Tanto la una como el otro están técnicamente incapacitados para lograr la tranquilidad y cabeza fría que todo acto terrorista requiere, además de la gran preparación previa necesaria tras una larga investigación y una debida acumulación de presupuesto.

De modo que creer que atentados de esa magnitud son “hechos aislados ejecutados por un loco asesino” es tan cierto como atribuirle a una tribu amazónica la capacidad de poner un hombre en la Luna. Lo único que un personaje de tales características síquicas podría hacer es coger una pistola o un cuchillo y salir a la calle desesperado a buscar al supuesto culpable de sus desgracias. En conclusión, la efectividad de un atentado es directamente proporcional a la razonabilidad y cálculo que el (los) autor(es) puedan tener. A mayor intelectualidad, mayor destrucción.

Pero ¿por qué esta vez en la “tranquila y amigable Noruega, siempre amante de la paz y protectora de las causas justas”? Todo parece indicar que por esa misma razón (y eso es lo tremendo de la noticia). Si se investiga la política reciente de dicho país éste ha tenido actitudes que muchas veces han ido en contra de las macropolíticas deseadas tanto por la OTAN como por Israel al manifestarse “complaciente” con causas mal vistas como la de los palestinos. Eso debe haber irritado a muchos que piensan extremistamente que el mundo debe girar solo en torno al discurso “políticamente correcto” que implica el sumarse sin chistar a lo que estas dos entidades consideran lo conveniente.

Preocupa entonces que ello haya ocurrido por cuanto esto sirve de precedente y de mensaje a todo el planeta en el sentido que, si bien no se puede castigar abiertamente a una nación o a una sociedad por pensar de determinado modo, sí es posible hacerlo indirectamente mediante atentados que apunten a “jalarles las orejas” sobre su “equivocada actitud”. En pocas palabras, la causa de Occidente o del sionismo podría verse incomodada si, por ejemplo, la sociedad peruana se manifestara públicamente en contra de diversas invasiones o actitudes injustas, pudiendo provocar ello que “un loco de derecha” nos “castigara” por no ser lo suficientemente aceptativos (en pocas palabras, que eso nos obligue a decir: “No te expreses sobre eso porque a los que lo han hecho les ha pasado tal cosa. Mejor es no opinar”).

Cuando hablamos de derecha extrema o ultraderecha no lo estamos haciendo de un partido o de una ideología desaparecida sino de aquella actualmente viva y en ascenso (como por ejemplo, el Tea Party), algo que la prensa internacional pretende ocultar atribuyendo a ésta algo que en realidad no defiende (como ser NAZI o comunista). La extrema derecha en todo el mundo no es otra cosa que el capitalismo puro, el esencial, el que cree que por encima de todo está la ley del dinero pero en manos de unos pocos quienes son los que deciden por la vida y muerte de la humanidad entera. Así es la derecha y nunca ha dejado de serlo.

Los lamentables sucesos de Noruega, repudiables y condenables, son un llamado de atención sobre esta tendencia que puede acentuarse cada vez más como una acción punitiva internacional dirigida, no a los Estados, sino a las sociedades, a las personas en general para que “orienten mejor” su forma de pensar (en base al miedo y el terror) y se “inclinen más a la derecha”, o sea, a los intereses norteamericanos y sionistas (y ojo: sionismo no es judaísmo; es una ideología nacida fuera de Israel con la que no comparten la mayoría de ellos por tener un gran componente cristiano).

Es por lo tanto urgente evaluar y desenmascarar a nivel conceptual nociones como “terrorismo” o “fundamentalismo” pues es obvio que están siendo usadas como nuevos demonios para manipular las conciencias de la gente común. Es un trabajo para intelectuales y filósofos quienes tienen el deber de desentrampar estas telarañas mentales con las cuales los grupos hegemónicos mundiales pretenden justificar todos sus horrorosos e inmundos actos de exterminio en pro de sus intereses particulares.

martes, 19 de julio de 2011

El racismo es por dentro, no por fuera

El problema racial en el Perú sí es algo principal tanto como lo fue en la Sudáfrica del apartheid. Pero no porque una piel sea mejor que otra (en tal caso, la más oscura sería superior porque resiste más la radiación solar) sino por lo que ella significa socialmente. Tener el color blanco es haber nacido de una madre y un padre de origen europeo o norteamericano. De estos hay pocos, claro está, pero tal hecho se encuentra asociado a pertenecer a la "clase dominante" o a ser "un superior", cosa que de por sí implica que ser blanco es “poseer un valor natural”.

Si usted es blanco en el Perú no tendrá impedimentos para estar o ingresar a los lugares más exclusivos aún sin tener dinero. Si usted es blanco podrá insultar a su regalado gusto al policía, al juez o al congresista porque, en su mayoría, todos ellos son “cholos”, provincianos de segunda. Si usted es blanco otros blancos se le acercarán y le dirán: "oye, únete a nosotros para que ‘éstos’ no se nos vengan encima y los podamos explotar como nos dé la gana". Sin haber abierto la boca el blanco ya pertenece a un club exclusivo de "patrones" por esta simple situación de afinidad.

¿Y qué blanco diría que no, que no estoy de acuerdo porque blancos y cholos en el Perú somos iguales, que no me parece que a mí me traten como a un rey sin haberme preguntado cuánto realmente tengo en el bolsillo? Tendría que estar loco o ser un renegado para hacerlo. Entonces, con este tipo de lógica, pensamiento y actitudes ¿se puede hablar de igualdad, de no-racismo en el Perú?

Claro; existen personas que salen en los medios a decir que "soy tan cholo como cualquiera, aunque sea colorado". Mueve a risa. Nadie los ha visto en su casa ni se los conoce cómo son en realidad, pero sabemos que en verdad son puras poses. Ante esto se dirá: entonces ¿qué es ser "del pueblo”?

Para saberlo lo primero sería no tomar las cosas por su envase, por su envoltura, sino por su contenido. No importa si se tiene tal o cual color de piel o si se nació en tal zona de la ciudad. Lo único que vale es de qué lado se está. Para decirlo en términos futbolísiticos: para dónde se patea.

Si se patea para los ricos difícilmente uno será del pueblo. Pero si se patea a favor de los más pobres y enfermos para que tengan una buena atención hospitalaria (y no necesariamente un buen hospital porque estos suelen ser “faenones”), para que los trabajadores reciban el sueldo que les corresponde, para que a nadie se le discrimine por no haber estudiado en una universidad privada y hecho su doctorado en el extranjero (como si ese fuera el único camino para ser "importante"); si se piensa y se actúa de esta forma en la vida diaria, así se sea blanco como la nieve y se tengan los ojos más azules que el cielo de Huaraz se pertenecerá al pueblo.

Pero dirán que los cholos no lo van a aceptar porque ellos también son racistas con los "blanquiñosos". Eso no es cierto. El ejército de Túpac Amaru, en su primera etapa, estaba formado por españoles y peruanos blancos, negros y cholos de todo tipo. La causa común hacía olvidar mágicamente esos "detalles", lo cual demuestra que toda diferencia se puede superar cuando los principios son comunes y la metas superiores.

El racismo inverso, el del cholo al blanco, solo ocurre en respuesta al primero, cuando el blanco construye a su alrededor un sistema legal y social que lo favorece ostensiblemente. Si éste no se diera se comprobaría que la sociedad peruana no es por naturaleza discriminatoria sino, por el contrario, inclusiva, pues por tradición provenimos de una cultura que asimila los valores y expresiones foráneas siempre y cuando estos sean considerados como positivos.

Según Basadre la culpa del destino del Perú la tiene su clase dirigente, mientras que Hernando de Soto los desenmascara al acusarlos de ser mercantilistas (de vivir a costa de los grandes contratos del Estado, el único gran negocio que se puede hacer en este país). Desgraciadamente esa clase dirigente siempre se ha refugiado en sus características raciales para formar una especie de logia basada sobre el común “origen extranjero” de sus ascendientes. Al verse entre ellos se identifican y saben que están hablando con “uno de los suyos”, de modo que pueden ejercer sin problemas sus intercambios de beneficios y prebendas.

Eso es precisamente lo que ha ocasionado el atraso y el caos en el que actualmente vivimos pues tenemos una nación conducida por personas que, en vez de ver a su país como su casa, como su lugar de residencia y última morada, lo ven como una chacra, como un centro de enriquecimiento no importándoles si ésta se encuentra bien, saludable y ordenada. Solo les interesa la ganancia que puedan obtener para al final irse a refugiar al país de sus ancestros y del cual han obtenido su nacionalidad.

De modo que no es la piel la causa del problema: es el espíritu de un grupo de peruanos que usufructúan dicha peculiaridad cromática y que la emplean como una ventaja a la hora de recibir los favores del Estado. Ese espíritu de lucro y egoísmo ha convertido a toda esta clase "alta y blanca" del Perú en seres desesperados que viven mirándose a sí mismos y a sus bolsillos preocupados por las amenazas de que tal relación ventajosa de poder algún día se acabe.

Y esas amenazas siempre han provenido, como pasó en Sudáfrica, del lado de quienes son los perjudicados de origen, de aquellos que sin haber empezado a jugar están ya condenados a perder, de esos ciudadanos de cuarta categoría (como los parias de la India) que lógicamente ven que esto es una clara y descarada injusticia, de los cholos, de los nativos, de los andinos y, por extensión, de todos aquellos que provienen de las culturas prehispánicas de nuestro continente.

Por lo tanto si queremos superar las taras que nos impiden sentirnos como una nación orgullosa de sí misma y de su gente (y no solo de su territorio y sus restos arqueológicos) tenemos que encontrar la manera de superar esta mirada colonialista, de acabar con esta execrable forma de discriminación para establecer reglas claras de juego donde todos sin excepción, y sin considerar sus vínculos con determinados grupos cerrados de poder, tengan las mismas oportunidades de aportar un bien para las mayorías de nuestra patria.

miércoles, 13 de julio de 2011

Sin una nueva filosofía no habrá libertad para los pueblos sometidos


Hay quienes insisten en que la existencia humana se reduce a una aceptación de lo dado y al acto de sumisión ante los hechos. Lamentablemente en ese grupo se encuentran la mayoría de los llamados intelectuales de los países dominados quienes consideran que lo correcto es aceptar la imposición de pensamiento y de acción.

Se trata de individuos que pasan por la vida como aves fugaces, quienes ocupan un sitio que después dejarán vacío para que otro haga lo mismo, sin que su transcurrir por la vida haya marcado alguna diferencia o beneficio para los demás. No tienen el valor de asumir una posición propia, no quieren cuestionar a su tiempo ni su circunstancia y dejan pasar todas las oportunidades de mencionar aquello que está fuera de lugar pues prefieren el silencio temeroso a la osada denuncia.

Por eso es que dan lugar a que sean reemplazados por seres más prácticos quienes no sienten el compromiso de pensar sino de actuar y para quienes la realidad es tal cual es en el mundo en que viven considerando ello como una verdad eterna. Para estos las cosas tienen sentido solo cuando se expresan empíricamente, mediante lo objetivo, y omiten la especulación pues ello altera la convicción de que existe una verdad única y absoluta.

Los especuladores, conocidos como filósofos (aunque los filo-occidentales les niegan esa categoría que solo la reservan para un habitante de esa civilización) suelen ser incómodos pues dudan y ponen en tela de juicio aquello que se va a emprender con suma seguridad. Por eso no son bien vistos entre las naciones emergentes porque cuestionan a la autoridad e interrumpen el proceso de asimilación de la cultura dominante (a la que supuestamente todos quieren pertenecer). Este es un motivo más para que los intelectuales y generadores de pensamiento se vean constreñidos a la simple función de bendecir todo lo que se dice en las sociedades dominantes.

Pero la historia, a pesar de que se la oculte y minimice, demuestra claramente que nada dura para siempre y que no hay dominio ni imperio que no decaiga; y que las culturas que vivieron bajo esa férula tuvieron también participación en su declive gracias a que despertaron del embrujo de la “verdad indudable” en la que estaban encerrados, negándola primero y luego buscando una suya propia. No hay nada más común en el devenir humano que creer que la verdad contemporánea es “la verdad”, como que no hay nada más común también que desmentir esto producto de la liberación del yugo opresor.

Los mismos países que hoy se ufanan de controlar la vida del planeta alguna vez fueron igualmente controlados y esclavizados; ahora se incorporan ufanos como si siempre hubiesen sido amos y predican su manera de ver la realidad como si ésta fuese la que cierra el ciclo de la historia, más allá de lo cual solo es más de lo mismo corregido y aumentado. No quieren oír nada de la fugacidad y del inevitable destino; cierran los ojos ante el cementerio de los imperios y piensan que para ellos no se han hecho las tumbas pues dudarán para siempre. En ese punto pierden toda la objetividad que dicen tener, se meten en su concha y gritan desde dentro que son la excepción a la regla.

Pero eso no será así. No hay plazo que no se cumpla ni verdad que dure cien o mil años. Otras ideas vendrán cabalgando en nuevos cerebros que entenderán que sin visiones diferentes a la convencional e impuesta es imposible alcanzar la libertad y, con ello, la dignidad del ser. El que es esclavo, sea físico o mental, no vive plenamente pues no es dueño de sus actos; siempre se pregunta primero si debe o no hacer lo que hace. Siempre se siente atrapado, limitado por fuerzas invisibles que le recuerdan permanentemente su condición de dependiente. Solo el día que recupera la autonomía de su mente, que es la que genera el acto, es cuando se suelta las amarras y puede respirar a sus anchas disfrutando, por primera vez, el aire puro de la libertad.

Mientras se siga pensando o filosofando dentro de las canaletas putrefactas de Occidente ninguna liberación será posible; solo se repetirá el dogma que tal cultura ha consagrado como palabra divina para toda la humanidad. La única forma posible de romper estas nefastas ataduras es demostrando la dúctil capacidad humana para leer de infinitas maneras la misma realidad que siempre hemos tenido delante. Porque si hay algo cierto es que el ser humano ha abordado a la naturaleza y a sí mismo desde innumerables perspectivas y todas ellas le han sido útiles para existir, demostrando que la tal verdad única posible, hecha de una sola dimensión, solo se da dentro del contexto del imperio que la establece, pero que, fuera de él, ésta es más bien múltiple y variable, de la misma manera como lo es un calidoscopio.

Sí es posible entonces fundar una nueva filosofía que no beba de las canteras de Occidente en la medida que ésta no es un invento o patrimonio de un solo pueblo ni de nadie sino un acto esencialmente humano que cobra distintas expresiones según el lugar y la época en que se dé. Pero para ello se necesita, antes que libros o teorías, voluntad y deseo de superación. Dirán que con solo el querer no se hacen las cosas, que es puro voluntarismo, pero se equivocan pues con cada chispa de deseo intenso se producen las revoluciones que mandan al tacho todo lo hecho previamente, tal como cuando se arrojan las cadenas del oprobio al precipicio. Occidente y todo su conocimiento ha sido una ingrata e infame cadena impuesta a todos los pueblos de la Tierra y seguir aceptándolo nos priva del derecho de ser libres y plenos. De modo que es el turno de los filósofos heroicos quienes deberán recrear al mundo y redefinirlo de una manera más sana, más armónica y menos miserable que hasta ahora para todos los débiles.

lunes, 11 de julio de 2011

Robespierre y los drones

Si alguna referencia tenía hace algún tiempo un individuo medianamente informado acerca del terrorismo era aquello que se aprendía en el desaparecido curso de Historia Universal cuando llegaba la etapa de la Era del Terror de la Revolución Francesa. Quien destacaba como “héroe” principal de ella era un personaje despiadado y cruel conocido como “el incorruptible”: Maximiliano Robespierre. Ante él todos eran sospechosos de atentar contra la República; nadie se libraba de su ojo avizor y selecto. El más simple gesto u oposición era interpretado como una rebeldía, y cualquiera podía ser llevado a la guillotina con la más pequeña excusa de haber “imaginado” o “pensado” algo malo contra el régimen.

Hoy vivimos en la resurrección de la Era del Terror, solo que esta vez no se trata de Robespierre (quien finalmente fue llevado al mismo cadalso al que a tantos llevó) sino de un país, un Estado que se considera a sí mismo como “incorruptible”: Estados Unidos. Aplicando una política tan paranoica como la del francés, ve en todo y por todos lados a los “terroristas” que seguramente, algún día, es posible que atenten contra su nación. Nadie se salva; ni siquiera sus mismos candidatos a la presidencia pues terminan sometidos a vejámenes por sus propios controles “de seguridad”. Es una obsesión mortal que solo puede terminar de la misma forma cómo acabó la de la Francia revolucionaria: con el fin de los incorruptibles.

Ese país ya ha vivido varias épocas de pánico generalizado. Previo a cada guerra al pobre ciudadano norteamericano lo han martirizado con supuestos ataques de parte de “enormes potencias enemigas” que querían “destruirlos porque les tenían envidia por sus éxitos”. De ese modo es cómo los han empujado a cuanto conflicto ha habido arrastrados por el terror a ser asesinados por tales contemporáneos “bárbaros que asechan al imperio” (como pasaba en la antigua Roma). Además también han conocido tiempos de sospecha total donde no se salvaban ni las madres ni los hijos durante el macartismo. ¿Cómo acabó ese Robespierre americano llamado Mac Carty? Pues en la cárcel y poco después muerto en ella.

¿Por qué hago estas reflexiones? Pues por el horror que produce ver cómo hoy Estados Unidos, mediante su ejército, aplica una suerte de asesinatos selectivos en todo el mundo a través de armas no tripuladas llamadas “drones” las cuales, según sus autores, “no comprometen la política internacional estadounidense ni significan una declaratoria de guerra”. Es decir, USA puede bombardear con misiles no tripulados cuanto le plazca con el argumento de que “puede tratarse de terroristas” sin que ello implique que está haciendo la guerra contra tal nación. De ese modo ya no necesitan ni la aprobación del Congreso ni una declaratoria de guerra por parte del presidente. O sea, han encontrado la manera de “bypasear” sus propias formalidades que les facultan o no matar seres humanos. Ahora ya no necesitan justificar, explicar o sustentar el por qué lo hacen; simplemente son acciones legítimas en defensa de su nación y para ello no se requiere de ningún mecanismo legal previo. Basta con suponer que puede haber algo que los perjudique.

¿Pero qué cosas perjudican a los Estados Unidos? Pues todo. Desde una empresa local que vende mejor que una de su bandera o un gobierno que impide la extraditación de alguien a quien quieren juzgar a su manera; en fin: cualquier cosa que los moleste o desagrade. Se ha instaurado así un nuevo código mundial de justicia donde todo está sujeto a los intereses de un solo Estado en desmedro de los del planeta entero. ¿A dónde va a parar toda esta locura?

Pues, en mi opinión, esta anormalidad desaforada y extralimitada imperial no puede durar mucho como tampoco duró el régimen del terror en Francia ni el del delirante de Savonarola en Florencia o el de Torquemada en España. Necesariamente tendrá que imponerse la cordura y el bien común entre las naciones y ser llevados a juicio y condenarlos por crímenes contra la humanidad a todos aquellos que, utilizando el terror como excusa, han convertido la vida, la propia y la ajena, en una existencia de miedo y persecución. Así como Mac Carty encontró la horma de su zapato en un juez honesto a quien no pudo amedrentar como “sospechoso de comunista” igualmente los hombres honestos de ese país tienen que poner fin a la locura a la que los ha llevado ese grupo facineroso y enfermo de poder que no se detiene ante nada con tal de imponer la lógica del terror y del abuso. Callar ante esto sería simplemente ser cómplices de una malignidad.

miércoles, 6 de julio de 2011

¡Al diablo con la salud!

Les quiero hacer una confesión: esa actitud que se menciona (no somos sanos, sino pre enfermos) es la que finalmente me ha llevado a padecer hoy de un mal que no conocía: la hipocondría.

Sucede que, desde hace años, el día en que no siento nada malo en mí entro en un profundo estado de angustia preguntándome: ¿y de qué me sentiré mal dentro de poco? ¿A dónde me dolerá (señalándome, ahora sí, el lugar donde aparecerá mi cáncer mortal que me llevará a la tumba, sepultando todos mis proyectos actuales)?

Como se imaginarán, ya me cansé de ir a los médicos a hacer el mismo papelón de decir que tengo el temor de enfermarme y que quiero saber si efectivamente estoy sano o si es mi imaginación.

Francamente, a veces preferiría asumir la actitud de antes en la que la enfermedad, que las he tenido muchas, no era lo que me preocupaba. Pero ahora, con el bombardeo de la "prevención" solo vivo con la sensación de que, en cualquier momento me vendrá la muerte.

Sé que usted conoce este tipo de casos y sabe a lo que me refiero. En mi opinión, hay algo de alarmismo, negocio y perversión en la ciencia médica y en los laboratorios en su afán de obtener ganancias a costa de los sanos (que son los que más acuden a los médicos y compran medicinas, pues los enfermos no bastan para mantener a las clínicas).

Creo que debería analizarse bien qué tanto se justifica "enfermizar" a los sanos con el fin de que inviertan en seguros y consultas preventivas (una prima de seguro de salud va por el orden de los dos mil dólares aproximadamente y el 90 por ciento de los tenedores no las usan).

Ahora estoy intentando superar esta obsesiva (y enfermiza) idea de tener que vivir sano; estoy tratando de vivir más intensamente, aunque eso me enferme, porque más lo hace cuidarme que no. Por eso prefiero fumar y tomar y olvidarme de los miedos porque, de ellos, ya tengo bastantes (no comas, no respires, no salgas, haz deporte, adelgaza y miles de cosas más).

¡Al diablo con la salud! ¡Viva la vida!